Capítulo 1: Absurda Cenicienta.

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¿Qué tan mierda puede ser el destino? 

―Otro.

Mucho si se tiene en cuenta la cantidad de botellas vacías alrededor de la barra.

El barman no dijo nada, sabía que era inútil tratar de impedir que siguiera en ese plan, y usualmente no le tomaría mucha importancia más tratándose de un beta. Sin embargo, Husk se sentía peor a cada botella que arrojaba, con cada segundo transcurrido en el que veía aquellos ojos usualmente pícaros, ahora brillantes y sonrosados. Algo que en un principio le pareció de lo más irónico y divertido, poco a poco fue volviéndose sofocante, doloroso. 

El gato siempre pregonó que reiría de su cara llorosa cuando fuera tan imbécil de caer en el amor, que se burlaría hasta el hartazgo y no le permitiría olvidar ese momento en su miserable existencia. En su defensa, él no sabía a qué se atendría cuando pasará (si es que alguna vez lo hacía) y ahora, no quería verlo tan afectado. No hasta ese punto. Nunca hasta ese punto.

Jamás llegó a imaginar que esa sonrisa siempre burlona, se volviera en una amable mueca resignada; que su aura siempre vivaz se apagará de manera pausada, lenta, tenue, pero demasiado evidente y sus ojos ¡Oh esos ojos! Tan diabólicos, tan llenos de tenacidad, ahora  faltos de cualquier malicia, parecían casi angelicales.

¿Era posible llorar sin lágrimas?

Husk lo creía una estupidez de telenovela barata, hasta que vió los ojos de Ángel Dust ese día y supo que las lágrimas más dolorosas eran las que no se lloraban.

La araña no había dicho nada, no se había quejado, ni hecho berrinche. Fue servicial, sonrió, coqueteó, les deseo lo mejor a los esposos y por un instante su actuación fue perfecta. Por meses al menos lo fue. Por lo que duró la ceremonia y la recepción, Ángel Dust fue el padrino perfecto, el confidente de Charlie en estos meses de preparación, el mejor amigo más fiel para Vaggie, uno de los mejores pacientes del hotel, el demonio más sensual de la fiesta, por último y no menos importante, el más destrozado al presenciar el matrimonio de Alastor y Vox con una omega.

―Siendo honesto ¿Qué pensabas que pasaría? ―preguntó el gato, ocultando exitosamente su angustia con desinterés.

No tenía la suficiente capacidad para aparentar burla, no era tan bueno fingiendo como el actor.

Así también, no tardó en arrepentirse de abrir la boca.

―Exactamente esto ―respondió el de pelaje blanco y rosa, jugando con el vaso entre sus dedos.

Su vestido de tono beige intentaba inútilmente no opacar el blanco atuendo de los nuevos esposos. La delicada tela de encaje cubriendo el forro del vestido le daba un toque dulce, sus mangas descubriendo los hombros y un corte siguiendo el largo de su pierna derecha, lo hacía ver provocativo sin llegar a ser vulgar. Su suave maquillaje y ondulada peluca fueron los detalles que lo volvieron casi irreal.

Haciéndole justicia a su apodo, parecía un ángel.

Un ángel con las alas rotas y el corazón destrozado.

Viéndolo levantarse lentamente, el alcohólico quiso decir algo para cortar con aquel habiente, tal vez evitar que el arácnido tirara todo por la borda ¿Sería capaz de hacerlo?

―Está bien, gatito ―dijo el albino de tal manera que por un momento el barman creyó que el alcohol había borrado todas sus penas.

Hasta que lo vio sonriendo con tanta tristeza apresada en su mirada que el demonio se sintió incómodo.

―Sabía que no tendría un final de cuentos. ―Asiendo el picaporte que lo separa de la calle, volviéndose con una sonrisa dirigida al cantinero continuó― ¿Sabes? Puedo ser infantil, pero hasta yo se discernir las fantasías de la realidad.

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