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Estaba en su cama recostado repasando la conversación que tuvo durante la noche, con aquel hombre en su habitación. No se acordaba de la hora, ni de cuanto rato estuvo hablando con él. Sólo sabía que era mucho porque cuando él se fue, la música ya no sonaba, ni el griterío o los silbidos, tampoco. 

Recordaba que esa noche le había coqueteado un poco cuando se sentó frente a él. Pese a verse como un hombre serio, lo cierto es que, dentro de eso, parecía algo seductor, misterioso. No dudó demasiado en acercarse, pues él había iniciado la conversación y claramente a ese lugar no se iba a conversar. ¿O sí?

Se había acercado, le sonreía y le guiñaba un ojo de vez en cuando, mientras movía delicadamente la mano al articular. A penas el hombre aquel le dijo su nombre, lo pronunciaba con suavidad, como era de costumbre:

-Felipe.

-"Felipe"-Repetía, pero alargando la letra "i", también parecía morderse los labios al final de decirlo.

Era más bien la rutina de su trabajo, salvo quizá, por la pasividad que Felipe demostraba: Tranquilo, sonriendo de vez en cuando. Algo tímido, tal vez. Sin embargo, todo cambiaría cuando ingresaron a la habitación y la rutina se disipó por completo. 

Lo había despojado de su camisa, lo abrazaba por la espalda y se acercaba con delicadeza a su nuca en un intento de seducción, mientras Felipe se mantenía quieto, permitiendo cada una de sus acciones. Pensó que tal vez era su primera experiencia con un chico, o que tal vez era virgen a su edad y no estaba acostumbrado; sus manos siguieron recorriendo su torso encontrándose con una piel descuidada en los brazos y un poco más suave a la altura de su vientre, también algo más blanda, aunque no era gordo. Sólo era un poco ancho, fuerte. 

Quiso elogiarlo un poco para darle confianza, pero antes de que sus labios empezaran a abrirse para dejar salir las palabras, su mano derecha que se deslizaba hasta la entrepierna de Felipe,  fue detenida por este mismo. No con brusquedad, sólo fue tomarla y apartarla un poco. Por un segundo, el corazón de Petra había empezado a latir con la misma brusquedad que latía cada vez que un hombre lo detenía. Temía nuevamente por su cuerpo y por lo que se le fuera a ocurrir, o en su defecto, que le diera una paliza por haberse arrepentido. 

-¿Qué sucede? -Se atrevió a preguntar, mientras retiraba su mano temblorosa de ahí- ¿Estás bien?

Se disculpó de repente y él se alejó. Estuvieron varios minutos sin poder mirarse a la cara, hasta que a Petra el miedo lo abandonó y se acercó a él nuevamente, tocando su mano para llamar su atención unos segundos, a lo que este rápidamente volvió a disculparse con él. En ese momento supo que quizá no había nada que temer.

 -Tranquilo, esto no te pasa solamente a ti. 

-¿Estás a costumbrado a ver cosas como estás? 

-Sí, claro. ¿No ves que este es mi trabajo? Veo estas cosas como tú ves el mar.

-¿Cómo sabes de qué trabajo?

-Este es un lugar pequeño, ¿Sabes?

-Cierto.

De repente, Felipe se había reído, lo que tranquilizó a Petra. De pronto y a medida que se calmaban, acabaron los dos acostados en la cama, mirando el techo. No se miraron entre ellos, casi nada. Sólo se escuchaban atentamente y de forma mutua, mientras que el otro contaba alguna historia. 

-¿No te molesta hablar de estas cosas? -Pregunta Felipe- No suelo compartir mi vida con nadie.

-No. Pero si a ti te molesta, podemos hablar de otra cosa o puedes irte, no te voy a cobrar porque no hicimos nada. 

Llévame al fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora