Prólogo: Hermanos de armas

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El cielo se teñía de oscuro, el sol ocultándose tras las montañas daba paso al reinado de la luna, aunque esa noche la dama vestía de negro. Solo sus pequeñas sirvientas, las estrellas, iluminaban la tierra, dejando entrever algún pequeño detalle del paisaje que se abría ante sus ojos.

Dos sombras, una al lado de la otra, ocultándose bajo capas, observaban como el día se convertía en noche. Aunque no prestaban gran atención a los astros que cambiaban su lugar sobre sus cabezas. Sus ojos escudriñaban el lugar. Analizaban el terreno donde la batalla tendría lugar, las tropas enemigas no tardarían en llegar y aunque los superaban en número, ellos confiaban en su estrategia.

Ante ellos una verde explanada se perdía más allá del horizonte, con algunos árboles agrupados aquí y allí, en un fallido intento de realizar una arboleda. Ocultos entre sus hojas y ramas, los arqueros preparaban sus flechas. A sus pies, lanceros y espadachines respiraban lentamente, intentando ocultar su presencia ante los ojeadores enemigos.

El lugar estaba sumido en el silencio, los búhos no habían salido a cantar esa noche, solo el retumbar de los tambores enemigos se dejaba oír. A lo lejos se comenzaban a divisar las luces de las antorchas. Era visible la confianza de los invasores, su gran tamaño no había encontrado oponente digno en los países anteriormente conquistados. Pero aún no habían medido sus fuerzas con ellos.

A sus espaldas se levantaba un inmenso y denso bosque, en cuyo interior aguardaba una división entera de soldados y caballos nerviosos, armas en mano, dispuestos a morir por su país, por su capitán. Una orden de este último y alzarían sus gritos de guerra derramando la sangre del contrario y tiñendo sus uniformes de rojo. No dudarían, no vacilarían, sus manos no temblarían. Sus golpes, algunos más certeros que otros, acabarían con el enemigo.

- Prepárate.- Dijo una de las sombras a la otra a la vez que se giraba dando la espalda al ejército que se aproximaba y adentrándose en el espeso bosque.- Saldrás con el primer ataque.

No hubo respuesta, pero bajo la capa del segundo se pudo visualizar una pequeña sonrisa, mientras una de las estrellas, traviesa, iluminaba un dragón plateado que se escondía entre la oscura ropa.

No podían perder esa batalla y él lo sabía, al igual que los hombres que lo acompañaban en esa cruzada. Al otro lado del bosque se encontraba una pequeña aldea de civiles, sin culpa alguna de que su rey no quisiera rendirse ante el país invasor, pero los soldados enemigos no dudarían en destrozar a los hombres, tomar a la mujeres, asesinar a los niños e incendiar el pueblo. Si solo fuera ese pequeño pueblo, la preocupación sería menor.

Más allá de las montañas se encontraba una de las más grandes ciudades del país. Con solo las gruesas murallas por defensa. Ellos eran la única esperanza de esas personas. La mayoría del ejército se encontraba en la capital, lejos de todo aquello, preparándose para cuando llegaran a sus puertas. Aun así y desobedeciendo las órdenes directas de los generales mayores, él había decidido mostrarles a esos ancianos que podía detener a cualquiera que se encontrara en su camino.

A sus órdenes diez mil hombres, una pequeña porción del ejército entero. Todos voluntarios para seguirle, a lo que habían catalogado de misión suicida. Aunque él mismo no había tardado en replicar que para eso se habían alistado, para proteger lo que más amaban, a su país y a su gente. Era por esas palabras que esos soldados habían abandonado sus obligaciones, habían desobedecido y le habían seguido al que se convertiría en su propio infierno. Si no morían en el campo de batalla, serían juzgados por traición y seguramente condenados a muerte. Sus compañeros de la capital los habían tachado de locos e imprudentes, ellos preferían definirse como valientes y heroicos.

Los rastreadores habían informado de que el ejército, que se acercaba rápidamente, contaba con un total de treinta mil hombres. Los triplicaban en número, pero aun así solo se trataba de un grupo que tanteaba el terreno, en busca de un lugar donde trasladar la parte restante. Ante dichas noticias los hombres no se echaron atrás, se aferraron con más fuerza a sus armas y clavaron sus pies en la tierra, listos para la batalla.

Avaris: Ciudades de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora