Una petición

773 108 5
                                    

»—Entonces, vamos a perder a Madame la Comtesse, aunque espero que sea tan sólo por unas pocas horas —dije, con una acentuada reverencia.

»—Puede que así sea, y puede que sean algunas semanas. Ha sido muy mala suerte que me haya hablado justo ahora tal como lo ha hecho. ¿Me conoce usted ahora?

»Le aseguré que no.

»—Me conocerá —dijo—, pero no ahora. Somos amigos más viejos y mejores, quizá, de lo que sospechaba. Sin embargo, no puedo darme a conocer todavía. Dentro de tres semanas pasaré por su hermoso schloss, sobre el que he estado inquiriendo. Entonces le haré una visita de una o dos horas, y renovaremos una amistad en la que jamás pienso sin un millar de recuerdos agradables. En este momento me ha caído encima una noticia, como un rayo. Ahora debo marcharme, y viajar por una ruta apartada cerca de cien millas, todo lo aprisa que pueda. Mis problemas se multiplican. Tan sólo la obligada reserva en que le mantengo a usted mi nombre me impide hacerle una petición realmente singular. Mi hija no ha recobrado todavía del todo sus fuerzas. Su caballo la hizo caer durante una cacería que había ido a presenciar; sus nervios no se han recobrado todavía del susto, y nuestro médico dice que por nada del mundo debe someterse a ningún esfuerzo durante algún tiempo. Ahora tengo que viajar noche y día en una misión de vida o muerte... Una misión cuyo carácter crítico y urgente podré explicarle cuando nos veamos, según espero, dentro de unas pocas semanas, sin necesidad ya de ocultar nada.

»Siguió adelante en su petición, y lo hizo en el tono de alguien para quien semejante solicitud equivalía más a conceder un favor que no a pedirlo. Eso era tan sólo en su manera, y lo hacía, según parecía, de un modo absolutamente inconsciente. En cuanto a los términos con que se expresó, nada podría ser tan suplicante. Se trataba, sencillamente, de que yo consintiera en tomar bajo mis cuidados a su hija durante su ausencia.

»Era ésa, bien mirado, una petición extraña, por no decir atrevida. En cierto modo, me desarmó exponiendo y admitiendo todo lo que podía argüirse en contra, y poniéndose enteramente en manos de mi caballerosidad. En el mismo instante, por una fatalidad que parece haber determinado anticipadamente todo lo que ocurrió, mi pobre niña vino a mi lado y, en voz baja, me suplicó que invitara a visitarnos a su nueva amiga, Millarca. La había estado sondeando, y pensaba que, si su mamá se lo permitía, a ella le gustaría mucho.

»En otro momento le hubiera dicho que esperara un poco, al menos hasta saber quiénes eran. Pero no dispuse de un momento para pensarlo. Las dos damas me atacaron simultáneamente, y debo confesar que el refinado y hermoso rostro de la joven dama, rostro en el que había un no sé qué extremadamente atrayente, junto con la elegancia y el resplandor de la buena cuna, me decidieron; y, totalmente vencido, me sometí, y acepté, con demasiada facilidad, tomar a mi cargo a la joven dama, a la que su madre llamaba Millarca.

»La condesa le hizo un signo a su hija, que la escuchó con grave atención mientras le contaba, a rasgos generales, que había sido requerida súbita y perentoriamente, y también el arreglo que había hecho conmigo de que quedara a mi cargo, añadiendo que yo era uno de sus más antiguos y apreciados amigos.

»Yo, naturalmente, hice los discursillos que la ocasión parecía exigir, y me encontré, al pensarlo dos veces, en una posición que no me gustaba en absoluto.

»Volvió el caballero de negro, y, muy ceremoniosamente, acompañó a la dama fuera de la sala.

»La actitud de aquel caballero era tal como para convencerme de que la condesa era una dama de mucha mayor importancia de lo que su modesto título me hubiera hecho por sí solo suponer.

»La última indicación que me hizo fue que no se realizara ningún intento de saber de ella más de lo que hubiera supuesto hasta aquel momento, hasta su regreso. Nuestro distinguido anfitrión, del que era huésped, conocía sus razones.

CarmillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora