El leñador

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»Muy pronto, sin embargo, se revelaron algunos inconvenientes. En primer lugar, Millarca padecía una extremada languidez (la debilidad que le quedaba tras su reciente enfermedad), y jamás salía de su habitación hasta que la tarde estaba muy avanzada. Luego, se descubrió casualmente, pese a que siempre cerraba la puerta con llave por dentro y jamás sacaba la llave de su sitio, hasta que admitía a la doncella para ayudarla a asearse, que, indudablemente, estaba a veces ausente de su habitación a primeras horas de la mañana, y en distintos momentos ya más avanzado el día, antes de que deseara que los demás supieran que se había movido. Se la vio repetidamente, desde las ventanas del schloss, en las primeras luces del alba, caminando entre los árboles, en dirección al este, con el aire de una persona en trance. Esto me convenció de que andaba en sueños. Pero esa hipótesis no resolvía el enigma. ¿Cómo salía de su habitación, dejándola cerrada con llave por dentro? ¿Cómo lograba escapar de la casa sin desatrancar puerta ni ventana?

»En medio de mi confusión se presentó una inquietud de una especie mucho más urgente.

»Mi querida niña empezó a verse desmejorada en su aspecto y su salud; y eso de un modo tan misterioso, e incluso horrible, que me asusté muchísimo.

»Primero la visitaron sueños aterradores; luego, según ella se imaginó, fue un espectro, que se parecía un tanto a Millarca, a veces en forma de una bestia indistintamente percibida que caminaba al pie de la cama, de lado a lado. Finalmente, surgieron las sensaciones. Una de ellas, no desagradable, pero sí muy peculiar, según decía, se parecía al fluir de una corriente helada contra su pecho. Posteriormente, sintió algo así como si la perforaran un par de agujas, un poco por debajo de la garganta, produciéndole un dolor muy agudo. Unas pocas noches después vino una sensación gradual y convulsiva de estrangulación; luego vino la inconsciencia».

Yo podía oír distintamente todas y cada una de las palabras que el amable y anciano general estaba diciendo, porque, por entonces, avanzábamos por encima de la hierba corta que se extiende a lado y lado del camino cuando uno se aproxima al pueblo destechado del que no había surgido el humo de una chimenea en más de medio siglo.

Ya puedes imaginarte lo extraña que me sentí cuando oí mis propios síntomas tan exactamente descritos en aquellos que había sufrido la pobre muchacha que, de no ser por la catástrofe que siguió, hubiera sido, en aquel momento, una huésped del castillo de mi padre. ¡Ya supondrás, también, cómo me sentí cuando le oí detallar costumbres y misteriosas peculiaridades que eran, de hecho, las de nuestra hermosa huésped, Carmilla!

Se abrió un claro en el bosque. Nos encontramos de repente bajo las chimeneas y los gabletes del pueblo en ruinas, y las torres y las murallas almenadas del castillo desmantelado, alrededor del cual se aprietan árboles gigantescos, pendían sobre nosotros desde una pequeña colina.

En un ensueño aterrado bajé del carruaje; y lo hice en silencio, porque cada uno de nosotros tenía abundante tema de reflexión. Pronto hubimos ascendido la cuesta, y nos encontramos en las espaciosas habitaciones, las escaleras de caracol y los oscuros corredores del castillo.

—¡Y esto fue en otro tiempo la residencia palatina de los Karnstein! —dijo, al cabo de un rato, el anciano general, mirando por encima del pueblo a través de una gran ventana y viendo la ancha y ondulante extensión del bosque—. Fue una mala familia, y aquí se escribieron sus anales manchados de sangre —prosiguió—. Es duro que sigan, después de su muerte, atormentando a la raza humana con sus atroces apetitos. Ésa es la capilla de los Karnstein, allá abajo.

Señaló los muros grises del edificio gótico, parcialmente visible entre el follaje, un poco más abajo en la cuesta.

—Y oigo el hacha de un leñador —añadió— que trabaja entre los árboles que la rodean; quizá pueda proporcionarnos información acerca de lo que busco, y nos indique la tumba de Mircalla, condesa de Karnstein. Esos rústicos preservan las tradiciones locales de las grandes familias cuyas historias mueren para los ricos y los grandes en cuanto esas mismas familias se extinguen.

CarmillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora