Capítulo 5

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Sedín se repatingó en el trono en cuanto el embajador de Balza hubo abandonado el castillo. El rey Suk, pensativo, daba vueltas a su alrededor.

—¿Cuándo llegarán? —preguntó el soberano.

—Si se dan prisa deberían estar aquí antes del anochecer —respondió la voz ronca de la mujer.

—Deberíamos seguir al embajador para no perderle la pista.

—Ya lo estamos haciendo, he mandado a tres de nuestros mejores rastreadores. Uno de ellos volverá hasta el Puerto del Aire cuando el embajador haya acampado. Para entonces yo ya le estaré esperando con la Guardia de Askar.

—¿Por qué se ha atrevido Balza a mandar a unos magos? Deberían saber que Ildún aún sigue vivo y que no permitirá que ninguno de ellos pisé las Ciudades Libres.

—Al viejo le quedan un par de suspiros. Balza está tanteando ya las fuerzas de los que le sucederán. Las Ciudades Libres son poderosas, pero sobretodo ricas, no descansarán hasta sacar un buen botín de ellas y vengarse de lo que les pasó en la Gran Guerra. —La mujer se levantó del trono y se dirigió a la puerta lateral—. Voy a ir preparando todo para la Guardia de Askar.

Cruzó la puerta y desapareció dejando solo a Suk. Este se sentó en el trono, pensando lo difícil que había sido compartir su trono con aquella mujer. Se alivió al pensar que sin ella, seguramente no lo conservaría ya, y, lo peor de todo, su cabeza seguramente estaría colgada en las murallas de Dara.

Una hora antes del anochecer Sedín ya estaba lista y su caballo ensillado. En cuanto los soldados de la muralla le indicaron que llegaba un grupo a caballo, salió disparada a su encuentro. Eran cuatro. Todos vestidos con los tabardos grises de la Guardia de Askar y el búho negro bordado en el pecho indicando que también habían pasado por la Academia.

—Bienvenidos —dijo Sedín agachando levemente la cabeza—. He mandado seguirles. Se nos informará en el Puerto del Aire, a unas cuatro leguas —dijo sin más preámbulo—. ¿Podéis continuar?

El más adelantado de la Guardia de Askar, un joven rubio de ojos oscuros asintió en silencio. De inmediato los cuatro siguieron al bayo de Sedín a pleno galope.

El Puerto del Aire era el paso de la ciudad hacia el este. Una pequeña cordillera rodeaba toda la llanada en la que se centraba Dara y, aquel, era uno de los pasos que seguía el camino real uniendo la capital con el resto del pequeño reino. Para cuando llegaron era noche cerrada. En la oscuridad del camino una silueta se dirigió a pie al encuentro del grupo. Sedín levantó la mano y todos se detuvieron.

—Están acampados a menos de una legua. Sólo están ellos dos; duermen en el carro —dudó unos segundos—. Creo que tienen más bestias como la que han regalado al rey Suk.

Selín asintió volviendo grupas hacia los cuatro askareños.

—Le han regalado un perro enorme con bastantes malas pulgas.

Los soldados asintieron en silencio. El rubio bajó del caballo y subió hasta el punto más alto del camino. Apenas pudo ver nada por la oscuridad, pero intuyó lo suficiente el terreno como para decidir la estrategia. Simplemente asintiendo hizo que sus compañeros descabalgaran. Ataron las riendas de los caballos a unos arbustos y esperaron.

El rubio se dirigió a Sedín.

—No es necesario que vengáis. Puede ser peligroso.

La mujer bajó del caballo ofreciéndole las riendas al rastreador de Dara.

—Si hubiera evitado el peligro a lo largo de mi vida ahora estaría bordando en la torre de algún castillo. 

El rubio asintió y salió del camino por el lado derecho aparentemente alejándose de su objetivo.

La torre de IldunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora