Capítulo 4

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Amaiur se erguía flanqueado por el Pañero mayor y el Maestre. Aún lucía el hábito gris de aprendiz cuando la puerta de la sala se abrió lentamente. A la ceremonia de ordenación no solía acudir público, a lo sumo algún padre o madre orgullosos de su hijo, pero generalmente eran solo los guardianes de la Torre de Ildun los únicos que asistían.

Elene volvió a cerrar la puerta y se colocó en el banco más cercano en completo silencio.

Amaiur la vio sentarse con verdadero pavor. No la conocía no sabía quién era, pero que una mujer apareciese en aquel preciso instante era mala suerte.

—… y como Lur nos ha enseñado todo cambio requiere de purificación.

Los dos hombres agarraron el hábito de Amaiur por ambos lados y estiraron hasta rasgarlo por completo dejando al joven desnudo. Sin duda se habría tapado con sus manos de haber podido, pero la solemnidad de la ceremonia hacía que aquello fuese impensable, incluso para él. Pese a la penumbra y la lejanía le pareció ver una sonrisa en la cara de la recién llegada. Sintió como el calor subía a sus mejillas.

El pañero echó el hábito gris en el fuego que ardía ante ellos. Toda la sala observó cómo las llamas hipnóticas iban engullendo poco a poco la lana del hábito. Cuando solo era cenizas el Maestre le colocó al joven un nuevo hábito, esta vez marrón, que cubrió su desnudez y relajó su rubor.

—Que este nuevo hábito te sea cómodo y lo honres tal y como seas llamado a hacerlo.

La ceremonia terminó con el abrazo de los dos hombres y su salida de la sala.

El embajador Jalén fue el que primero se acercó a Amaiur y con solemnidad colgó de su cuello un pequeño broche con un búho grabado.

—Ya eres un aprendiz de Azkar. Partimos enseguida.

Sin decir nada más se fue dejando al joven en medio de una enjambre de guardianes y novicios que querían felicitarle.

Cuando Amaiur cogió sus escasas pertenencias y salió al patio Jalén ya le estaba esperando.

—Esta es Elene de Burdín. Os haréis compañía en el viaje a Azkar. Yo debo seguir con el reclutamiento y no voy a ir con vosotros. No os desvieis del camino y allí os estarán esperando. Lleváis provisiones y una carta para poder dormir en cualquier venta del camino. —Subió al caballo que sujetaba un mozo.— Os veré allí a mí regreso.

Se quedaron solos en el patio. El joven calculó que Elene tendría más o menos su edad. No se atrevió a mirarla a la cara y disimulaba revisando sus pertenencias en el macuto.

—Bueno, como ha dicho soy Elene. Soldado de la tenencia de Ildun.

—Amaiur, Amaiur Surtz —tartamudeó el joven—, novicio de la Torre de Ildun.

—Bueno, novicio ya no, he visto con mis propios ojos la ceremonia de ordenación.

El joven la miró lo suficiente para volver a ver aquella media sonrisa que había visto en la sala de ceremonias.

—Tenemos un par de días de marcha, así que cuanto antes empecemos mejor —dijo mientras cogía su macuto.

Amaiur hizo lo propio y a los pocos minutos abandonaba el que había sido su hogar a lo largo de media vida. No miró atrás ni cuando sus pasos les sacaron de las murallas de Burdín. No dejaba nada atrás por lo que se sintiera el más mínimo aprecio.

El camino de Azkar era ancho y bien cuidado. A aquellas horas no había muchos viajeros, pero sí que vieron varios grupos de soldados de Azkar pertrechados con armas y sus capas con el búho grabado.

La torre de IldunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora