Gorna vomitó por tercera vez. Había conseguido subirse a su cama y una tiritona furiosa le estremecía bajo la manta. Necesitaba recuperarse cuanto antes para dar parte de lo sucedido al consejo. Sin embargo se durmió exhausto.
Cuando despertó no sabía cuánto tiempo había pasado, pero había amanecido. Se sentó en la cama y una nueva náusea recorrió su cuerpo hasta la garganta. Se calmó. No llegó a vomitar esta vez. Se frotó el codo dolorido y maldijo haber colocado su piedra gemela tan arriba en la estantería. Apenas una vara sobre el suelo, pero suficiente para haberse roto el brazo. Se atrevió a levantarse. Titubeante anduvo hasta la piedra blanca y la cogió. Sabía que ya era inservible. Si no la habían destrozado la habrían confiscado, o, peor aún, enterrado varios metros bajo tierra. No parecía agradable transportarse con una piedra gemela y acabar enterrado bajo tierra. Se dirigió hasta el ventanuco y, tras abrirlo, lanzó la piedra que se introdujo en la nieve con un ruido sordo.
Cerró la ventana al gélido viento y se decidió a vestirse. Su mente se había recuperado antes que su cuerpo. Mientras se colocaba el traje negro repasaba las palabras que utilizaría en el consejo en un rato.
Cuando su atuendo fue lo suficientemente presentable abrió la puerta de su habitación y paró, en medio del pasillo, a la primera persona que pasaba. No le había visto en su vida.
-Soy Gorna de Let -dijo algo jadeante.
-Sé quién sois -contestó el joven nervioso, pero seguro.
-Dile al secretario que necesito que convoque al consejo con urgencia.
El joven no esperó nada más. Hizo una especie de ridícula reverencia y salió disparado.
Al menos se había ido en la dirección correcta, pensó Gorna.
Volvió a entrar en su habitación y terminó de vestirse. Al final se colocó la capa y maldijo lo pesada que era. Sin duda una ventaja para el clima de Balza, pero con su debilidad era un suplicio llevarla encima.
Salió de su habitación y se encaminó hacia la sala del consejo. Situada en el ala central era la sala principal de la fortaleza. Cuando los Balza fueron exiliados, tras la Gran Guerra a las tierras del norte decidieron vivir en improvisados campamentos con la idea de volver rápidamente a su hogar. Cuarenta años después, aquellas tierras eran ya un estado en sí mismo. Incluso se podría decir que la fortaleza y las casa que se habían apiñado a su alrededor eran una especie de capital. También habían surgido otros núcleos de población, principalmente en las rutas comerciales, como el pueblo de Let donde había nacido Gorna. Había una cosa clara, los Balza podrían haber sido exiliados y declarados enemigos por el mismísimo Ildún, pero al día siguiente de su exilio ya llegaban caravanas comerciales a su campamento.
Gorna llamó con los nudillos. La puerta de madera maciza se abrió de forma ruidosa. Un joven, quizá aún un niño, le recibió y haciendo una reverencia flanqueó su paso.
El secretario, levantó la vista del papel en el que escribía. Al verlo se puso en pie y se dirigió hacia él.
-Gorna, no os esperábamos tan pronto -dijo mientras estrechaba la mano del de Let-. El consejo está convocado y estará a punto de llegar.
-Gracias. Les esperaré dentro.
El propio secretario le abrió la puerta de la sala. Una enorme mesa ocupaba su centro. Alrededor trece sillas de madera negra y en cada pared una enorme chimenea chisporroteaba ya.
Gorna se dirigió a su silla y se dejó caer sobre ella completamente exhausto.
-No tardarán. -Oyó que decía el secretario al salir.
No tardaron. Iban llegando como un goteo incesante y fueron ocupando su lugar en la mesa. Con los doce consejeros dentro, el último en entrar, fue el secretario. En silencio ocupó su lugar en la presidencia de la mesa.
Unas toses para aclarar su garganta.
-Buenos días. Se convoca al consejo por vía de urgencia por petición del consejero Gorna de Let. Consejero, le cedo la palabra.
Gorna hizo un leve gesto con la cabeza al secretario.
-Siento no ser capaz de levantarme, pero acabo de transportarme y aún no puedo ni estar de pie. -Hubo una serie de asentimientos y sonidos de aprobación-. Como se me ordenó, por este mismo consejo, he estado varias semanas tratando de visitar los reinos que rodean a las Ciudades Libres. Tal y como acordamos mi primer destino era Dara. Tuve una breve charla con el rey Suk, pero se negó a posicionarse ni a firmar un acuerdo con Balza. Dijo que tienen uno firmado por el mismísimo Ildún y no está dispuesto a traicionarlo. Después le regalé el perro y seguimos el camino en dirección a Antur.
Gorna hizo una pausa para coger aire.
-Como era de esperar, desde que salimos de la capital de Dara, nos estuvieron siguiendo. No se acercaron mucho, pero era evidente que no les importaba ser vistos. Nosotros les ignoramos y esa noche acampamos en un claro junto al camino. Tras organizar nuestro campamento nos pusimos a descansar. No sería ni media noche cuando nos atacaron. Eran cinco, cuatro soldados de Askar y la daresa que asistió a la reunión junto al rey. No pudimos hacer nada. Mi acompañante cayó enseguida y yo me tuve que transportar de forma precipitada.
El eco de sus palabras se fue apagando entre las paredes de piedra. Los doce miembros del consejo eran, teóricamente, iguales y su voto tenía el mismo valor. Teóricamente. Renas de Balza era sin duda la persona más poderosa del consejo y del estado. Descendiente directo de los reyes de Balza las simpatías que despertaba en aquel estado provisional eran muy grandes y su poder militar ayudaba a su posición.
-Sin duda el propio Suk avisó de vuestra llegada a Askar. Está claro que no van a firmar ningún acuerdo con nosotros -comentó Renas-. Habrá que hacerles una visita.
Gruñidos de asentimiento.
-Lideraré yo mismo el ejército -propuso Gorna-. Podemos partir mañana mismo. Será rápido.
-No. -La voz tajante de Renas provocó un silencio absoluto.- Si lo hacemos así nadie lo entenderá. Debemos dejar pasar una luna para que corra la noticia de que Dara ha atacado a un embajador de Balza. Cuando medio Lur esté enterado atacaremos sin piedad.
Renas miró al secretario. Este se levantó de su asiento.
-Votos a favor de un ataque al reino de Dara la próxima luna.
Los doce consejeros levantaron la mano a la vez.
-Unanimidad -dijo el secretario sentándose para anotar el sentido del voto-. Se da por concluido el consejo urgente.
El secretario fue el primero en levantarse, seguido por todos los demás. Gorna y Renas no se movieron de su asiento mientras los demás abandonaban la sala del consejo.
-¿Eran muy fuertes? -preguntó Renas.
-Eran cuatro, pero uno rubio joven me habría puesto en apuros incluso solo -admitió Gorna.
Renas asintió pensativo.
-Eres uno de los mejores de Balza. Me preocupa que no estemos preparados.
-Quizá él también lo sea de Askar. Además como se demostró en la Gran Guerra son las espadas las que ganan las batallas, los magos solo sirven de apoyo.
-Ildún fue decisivo -murmuró Renas.
-Es viejo y Lur jamás ha visto un mago como él. Su poder fue inmenso, pero esa llama se está apagando. Estamos preparados.
Renas asintió sin mucha convicción.
-Creo que debemos hacer algo más que atacar Dara. Pero no tengo claro el qué. Te mantendré informado.
Gorna se levantó de su silla haciendo un gesto de afirmación.
-Estaré a la espera.
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La torre de Ildun
FantasyCuarenta años después de la Gran Guerra aún resuenan, por todo Lur, los ecos de las batallas. De las heridas mal cerradas, amenaza con volver a brotar la sangre. Si los intentos de parar una nueva masacre fracasan, todos deberán de estar preparados...