Capítulo 22

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Capítulo 22

Algunas veces me había preguntado que se sentía morir, que pasaba después o a donde iban nuestras almas al morir, la verdad, nunca había pensado eso hasta que empezaron mis pérdidas cercanas, como mi bisabuela y tía, pero principalmente por las muertes de mis abuelos, más que todo por la de mi abuela. De niña, siempre me preguntaba del porque tenemos que morir, nunca se la he dicho a nadie, suelo no decir nada sobre las cosas que pienso. Cuando murió mi abuela, entré en depresión, sabía que nada iba a ser lo mismo, ni la economía, ni las celebraciones, ni las vacaciones, mis tiempos libres, la unión familiar ni la vida que llevaba acostumbrada.

Siempre fui consentida, pero desde mi gran perdida, he aprendido ser fuerte, madurar, enfrentar la vida y talvez un poco independiente, pero a la vez, me había vuelto más débil. A pesar que pasaban buenas cosas, reía o algo, por dentro sabía que yo no estaba bien, por dentro estaba destruida, triste, con ganas de no vivir, de querer estar sola. Pero cuando conocí a Alexander, todo cambió.

Cuando él llegó, creí que era extraño, imperativo, me irritaba ver tanto positivismo y felicidad, ya que yo ya la había perdido, pero regresó cuando empecé a conocerlo mejor y pasar más tiempo con él. Su espíritu alocado, alegre, positivo y aventurero iluminó la oscuridad en que vivía, aprendí y conocí lo que es el amor. Con él soy feliz, estoy muy enamorada y no quiero despegarme de él. Esa energía que había perdido por la depresión, volvió a mí gracias a él.

El golpe y el sonido del avión hicieron que me despertara. Ni si quiera mi persona estaba al cien por ciento despierta. Me asomé por la ventana para ver en donde habíamos aterrizado si en Liberia o en otro país, pero definitivamente era el Aeropuerto Daniel Oduber. Miré la hora en mi teléfono, eran las ocho de la noche, aún tenía sueño y no tenía hambre.

Mi cuerpo se levantó solito, caminé y salí sola del avión. Agarré mi maleta y bajé por las escaleras mecánicas sola, ni si quiera me acordaba con quien venía ni el año en que estaba. Mi padre estaba allí esperándonos, me sonrío al verme, pero yo ni una sonrisa le di, solo me le tiré encima y caí dormida.

—Francela —se queja mi padre por mi peso y me carga— ¿Estás bien o caíste dormida?

—Mmm, no hables, déjame dormir otro poco.

— ¿No descasó mucho en el avión?

Llegan los demás bajando de las escaleras eléctricas y mi mamá se acerca a mi padre.

— ¿Cómo supiste que vendríamos a las ocho?

—Me puse hacer cálculo. Francela se está cayendo del sueño.

—Lleva durmiendo once horas, no puedo creer que aun tenga sueño.

— ¡Hola, Luis Miguel!

— ¡Hola, Alexander!

—Qué bueno es verlo, ya puedo llamarlo suegro.

—Disculpa ¿Qué?

—Papi —me despierto de golpe— vámonos ya, tengo sueño.

—Hasta que se puso pálida —le susurra mi madre a Nora.

—Espérate, Francela, no entendí lo que dijo Alexander.

—No importa, hablo con usted mañana, caminé —jalando su brazo intentando de que caminara.

Mi papá se resistía en caminar, ya me estaba cansando en hacer fuerza para jalarlo, principalmente porque tenía sueño.

—Francela, está bien, vámonos.

— ¡Hasta pronto! Y muchas gracias por todo —se despide mi madre de ellos con un fuerte abrazo y beso en la mejilla a cada uno.

Conociéndote Cuando Menos Lo Esperaba © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora