01. El reconocimiento

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El sol saluda un día más a la ciudad de México. Deja que distintos colores decoren el cielo comenzando por un rosa anaranjado que se come el marino del mar que dominó por un par de horas a la ciudad.

Aunque nunca hay calles vacías, las pequeñas luciérnagas que se observan desde lo alto empiezan a hacerse presente a partir de las cuatro y media de la mañana. Se convierten en ráfagas cuando pasan de las seis.

Marinette se revuelve sobre su cama. Su subconsciente empieza a avisarle a su cuerpo que es hora de levantarse, que debe asearse, peinarse y hacerse algo de desayunar antes de llegar al trabajo, pero anhela un rato más con la almohada, ver los programas matutinos mientras toma un café y un delicioso pan casero que compró el día de ayer con sus vecinos.

A veces pensaba seriamente en compartir la receta de los croissants de sus padres para obtener pan gratis el resto de su estancia en la ciudad, pues tampoco sus vecinos lo hacían mal, pero extrañaba tanto los verdaderos panes franceses. Un relleno cremoso, fresas, o algo más salado.

Y los macarons de frutos rojos... esos macarons.

Se anuncia su alarma y ella abre los ojos con cierto cansancio, pero hoy no sería de esos días en los que llega tarde el trabajo.

Repitió su rutina de lunes a viernes avanzando por su pequeño departamento para recolectar su material indispensable para el día. Debía pasar a recoger su ropa de la lavandería, su bata favorita se encontraba allí, mientras tanto, debería llevarse la más pequeña.

Es verdad, ella no luce común. Su piel blanca con exageración la delata, y el negro de su pelo, el color azabache tiene un origen en particular. Sus pequeños ojos y las mejillas sonrojadas, es delgada, pequeña, como una muñequita de colección, pero luego de haber hecho su intercambio desde Francia quedó encantada por el misterio, la cultura y la comida de tal país.

No quiso perder la oportunidad de trabajar el tiempo que Dios le permitiera allí. Los médicos forenses se mantenían ocupados la mayoría de los días.... La mayoría.

Sin embargo, sus compañeros de trabajo hacían amena su estancia y cuando los cuerpos se hacían amorfos y su textura se convertía fofa, como de cartón húmedo, los doctores siempre encontraban algo nuevo qué ver o hacer en el laboratorio.

Aseada, desayunada y con una perfecta cola de caballo recogiendo su cabello, tomó su pesada mochila y se encaminó a su trabajo. Bajó las escaleras en donde encontró al pie del último escalón el pequeño gato negro callejero que se acercaba a pedir algo de comida de vez en cuando.

Le dio un trozo de jamón.

Bajó al metro donde miles de personas se dirigían a distintos destinos de trabajo o de escuelas. Pasaba entre la gente, haciéndose pequeña o más delgada. Transbordando diferentes estaciones pudo llegar, justo a tiempo.

Alisó su bata mientras caminaba por los pasillos saludando a diversas personalidades que se encontraban. Estaba acostumbrada al aire acondicionado que, rara vez era su necesidad por un suéter. Entró a la puerta que encima de ella decoraba un letrero que decía "reconocimiento de cadáveres" y una extensa área grisácea, silenciosa, llena de estantes, luces y utensilios de cirugía comenzaba.

Pero para Marinette, al pasar de aquella puerta era comenzar a leer diferentes historias que no siempre encontraban un final feliz y que, llena de emoción, le hacían sentir que ella formaba parte de algo grande, incierto, de la justicia, la mentira y de lo que no tiene nombre.

—Ya llegué.

—Vamos que, si no hablas, no me doy cuenta —respondió Raúl de forma sarcástica al tomar asiento en su lugar de costumbre.

De carne y huesos [AU Adrinette]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora