Capitulo 3

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       Corriendo a la orilla del                    acantilado
Vano afán
Dije a mi mano: arranca las ortigas
que junto de la fuente
aprisionan al mirto entre sus ligas.
Y mi mano obediente,
de raíz fue arrancando las ortigas.
Dije a mis ojos: cuando venga el sueño
a llamar esta noche aquí a mi puerta,
rechaza su beleño,
que si hoy quiero soñar, lo haré despierta.
Y en esa hermosa noche, en vez del sueño,
la luna entró por mi ventana abierta.
Dije a mi labio: pajarillo inquieto
que aprendiste ese nombre tan amado,
no lo repitas ya ni aun en secreto.
Y el labio enmudeció y está callado.
Y así de aquesta suerte,
como tan claro mi razón advierte
que al punto voy haciendo
todo lo que me place y voy queriendo.
Dije a mi corazón: olvida, olvida,
que libre de este amor ya quiero verte.
Y entonces ¡ay!, mi corazón me dijo:
vano será tu afán, vano y prolijo;
no pretendas luchar, serás vencida,
yo te domino a ti, yo soy el fuerte
mientras vayas errante por la vida,
al yugo de ese amor irás uncida;
si quieres olvidar, dame la muerte
María Enriqueta



Tal y como la señorita Pony y la hermana María sospechaban, Candy no contaba en sus cartas ni la mitad de todos los horrores que estaba presenciando.
La guerra en Francia había sido desde el principio una lucha de trincheras. Desde el Sur hasta el Norte del país se habían construido trincheras a lo largo de las fronteras con Luxemburgo, Bélgica y Austria. Tanto Alemania como Francia había luchado ferozmente durante años, la primera intentando ocupar el territorio enemigo, y la última defendiendo sus tierras. A pesar de las sangrientas batallas en las cuales miles y miles de hombres habían perdido la vida, para 1917 no se habían logrado muchos avances. Ambas partes, los Aliados y la Triple Entente habían mantenido más o menos las mismas posiciones por largo tiempo y las hostilidades no habían cesado desde 1914. Toda esa gran área era conocida como el Frente Occidental, uno de los escenarios más horrendos de la Primera Guerra Mundial.

Los alemanes habían ocupado Bélgica sin ninguna dificultad durante el primer año de la guerra. Desde esa plaza habían tratado de invadir Francia y tomar así control del Mar del Norte. Un punto muy estratégico para una futura invasión al Reino Unido, el más poderoso enemigo que los alemanes tuvieron antes de que los Estados Unidos entraran en la guerra. La región deFlandes, una amplia área entre Francia y Bélgica, había sido prácticamente devastada en ese intento invasor. Cuando Candy llegó a París hacia fines del mes de mayo de 1917 una gran campaña estaba a punto de comenzar en Flandes, una vez más.
La plaza en disputa era una ciudad belga de cierta importancia llamada Ypres. De hecho, el
lugar había sido ya peleado en dos otras ocasiones pero los resultados habían sido desastrosos para la causa Aliada. En junio, los primeros ataques de las fuerzas británicas tuvieron éxito al ganar Messines, una población clave cerca de Ypres. Entonces los Aliados empezaron un ataque masivo en la zona. A pesar del optimismo generalizado la batalla resultó extremadamente larga y se convirtió en una verdadera tragedia que duró meses.
Se enviaba personal médico desde París y otras grandes ciudades francesas a los hospitales
ambulantes en los campos de batalla del Norte, con el fin de cuidar de miles y miles de heridos en el frente. El dramático procedimiento era más o menos como sigue: las ambulancias y los equipos de primeros auxilios levantaban a los heridos de entre los muertos cuando cesaba el fuego; después se les enviaba a la retaguardia en trenes especialmente acondicionados, hacia verdaderos hospitales en donde los heridos podían recibir completa atención médica. Muchas veces el transporte tomaba días enteros, mientras tanto la gente de los hospitales ambulantes, el cual podía ser una simple tienda o un lugar improvisado en las ruinas de un edificio devastado, tenía que hacerse cargo de los heridos e inclusive realizar cirugía con escasos recursos. Mucha gente moría antes de poder recibir cualquier tipo de atención médica efectiva.
Como Flammy Hamilton había estado en Francia desde el primer año de la guerra, era ya una
enfermera militar experimentada. Flammy había trabajado en algunas de las grandes batallas
del Frente Occidental, incluyendo Verdun y la primera batalla del Marne. Recientemente había sido promovida al puesto de jefa de enfermeras del hospital Saint Jacques, pero en aquellos días de angustia nadie estaba totalmente a salvo de ser enviado a los hospitales ambulantes cuando la situación lo requería. Había escasez de ayuda médica y cualquier mano lista para coopera era siempre bienvenida.
Desde su llegada al hospital, los superiores de Candy se habían dado cuenta de que la muchacha contaba con la fortaleza y coraje necesarios para ser una excelente enfermera en el campo de batalla. Pero dos cosas la mantuvieron alejada de esa responsabilidad. La primera fue una fuerte oposición por parte de Flammy, quien no creía que Candy fuera apropiada para ese tipo de trabajo, y la segunda era una carta que había recibido el director del Hospital, Mayor André Legarde. En dicha misiva era especialmente recomendado por alguien de suma importancia que la Srita. Andley fuese excluída de cualquier expedición en el frente.
Por lo tanto Candy permaneció en París al lado de Flammy durante los primeros meses de la tercera batalla de Ypres. A pesar de ello su vida no era realmente fácil en el hospital. Los heridos llegaban todos los días en los trenes provenientes de la región de Flandes. Muchos de ellos contaban a sus enfermeras acerca de los horrores que habían vivido en el campo de batalla donde Ypres estaba siendo sitiada y aunque esos relatos horrorizaban el sensible corazón de Candy ella escuchaba atentamente a sus pacientes. Tal vez ella no había leído ninguno de los libros que el Dr. Freud había ya publicado en esos tiempos, pero su intuición femenina le decía lo que el reconocido médico había descubierto en sus investigaciones. Esto es, que la mejor manera de sanar el alma era mostrar interés en todo aquello que una persona tiene que decir.
¿Te he contado de la vez que vi a mi espejo directo en los ojos? – preguntó un joven inglés mientras Candy le cubría los ojos con un vendaje.
¿Tu espejo? – inquirió Candy con interés.
Sí, cada hombre en la trinchera tiene que vigilar a un soldado en específico del lado enemigo. Ese es tu espejo – explicó el joven.
Ah, ya entiendo, se supone que debes vigilar cada uno de sus movimientos. ¿No es así?
Sí. . . pero – la voz del muchacho cobró un triste tono. – Me temo que ya no voy a poder ver nada desde ahora – dijo el amargamente.
El corazón de Candy se rompió una vez más como siempre lo hacía con ese tipo de situaciones. El joven había sido alcanzado por una bomba de iperita, una arma química inventada por los alemanes, la cual en el más afortunado de los casos causaba la ceguera. De hecho el muchacho había sido ciertamente afortunado porque de haber estado expuesto al gas por más tiempo éste habría dañado sus pulmones hasta causarle la muerte.
Vamos Clark – dijo Candy poniendo su mano en el hombro del muchacho – No te abandones a la desesperación. Me has hablado mucho acerca de tu madre, imagina lo feliz que ella estará tan pronto como te envíen de vuelta a casa.
Pero no puedo ver. Soy un inútil lisiado- lloró el hombre.
Eso no es cierto. ¿No estabas estudiando para ser abogado? – preguntó Candy suavemente – Los abogados no necesitan de la vista para defender a sus clientes. Solamente se requiere sabiduría y sentido de la justicia.
Tal vez tengas razón – musitó él.
Por supuesto que tengo razón. Soy tu enfermera, no lo olvides.
Nunca lo haré señorita Andley. Nunca – dijo él sonriendo por primera vez.
Candy tomó la charola que había estado usando y dejó al joven para continuar con sus interminables tareas. Escenas como estas se veían todos los días, pero en muchas ocasiones los resultados no eran tan optimistas. Una vez que la vida de un hombre estaba a salvo de la
amenaza de la fiebre, las infecciones o la gangrena, la depresión era el enemigo mayor a vencer y ese era ciertamente un trabajo excepcionalmente difícil en un lugar donde el desalientoparecía ser el compañero cotidiano.
¡Bien hecho, "petite lapine"! ( conejita) – dijo un doctor de mediada edad que había presenciado la escena – hace falta cuidar de sus corazones también. Después de todo, esa puede ser la única cosa con la que puedan contar cuando la guerra termine.
Estoy de acuerdo doctor Duvall- replicó Candy sonriendo tristemente.
Marius Duvall era ya médico cuando el siglo había comenzado. Tenía unos cincuenta años y
había visto mucho mundo. En lo que respecta a la guerra era muy experimentado porque había hecho toda clase de trabajos en el servicio médico militar desde los comienzos del conflicto. Junto con Flammy había estado en las batallas más terribles y durante ese tiempo había aprendido a admirar el coraje de la muchacha, pero estaba completamente convencido de que su trabajo no era todo lo que un doctor puede desear porque carecía de compasión.
Por el contrario, la joven rubia que él había bautizado como "petite lapine" un nombre cariñoso muy común entre los franceses, era una continua bendición para todos los que la rodeaban. Él estaba muy complacido de trabajar con la joven porque ella tenía el don de iluminar el día más lúgubre, y en tiempos de guerra tales días son muy comunes.
Duvall era alto y se mantenía aun en forma. Su gran figura podía llenar toda una puerta sin
problemas. De hecho el hombre era conocido como "Le Grand Marius" por esa razón. A pesar de su impresionante tamaño, sus oscuros ojos negros revelaban una bondad especial y muy inusual en un hombre de su apariencia. Tenía siempre una sonrisa o una palabra de aliento para sus pacientes sin importar cuán ocupado o cansado se encontraba. Duvall tenía también el don del buen humor y aunque siempre realizaba su trabajo con profesionalismo podía muy bien bromear acerca de sí mismo, su tamaño o su calvicie.
Por lo tanto era una consecuencia lógica que el buen hombre hubiese encontrado en Candy a la compañera perfecta para cirugía.
Si tienes que hacer un trabajo tan pesado – solía decir – entonces necesitas una enfermera que no se tome a sí misma tan en serio como toma su trabajo-
Duvall era también un excelente narrador de historias, podía pasarse horas contando toda clase de chistes e historias chuscas sin detenerse. De hecho, el poco francés que Candy pudo pescar en esos días fue mayormente aprendido al escuchar al Dr. Duvall durante las terribles horas en el quirófano.
A pesar de la diferencia de edades Marius Duvall e Yves Bonnot se habían convertido en
amigos cercanos y frecuentemente pasaban el tiempo juntos, siempre y cuando sus frenéticos
itinerarios les permitían hacerlo. Hacían en efecto una pareja curiosa, el hombre maduro
siempre alegre y el joven mayormente serio en inclusive tímido.
Duvall había ya notado el obvio interés que Yves tenía en Candy y aprobaba el romance con
entusiasmo. Así pues, Marius aprovechaba cualquier oportunidad que encontraba par aconsejar a Yves en el delicado asunto de acercarse a una chica quien era tan amable pero a la vez tan distante.
Yo simplemente no puedo entenderla – había dicho Yves a Marius en una ocasión – ella es siempre tan dulce con todos, inclusive conmigo, pero al mismo tiempo tan . . . . impersonal . . . No se si puedes comprender lo que quiero decir . . .
Más o menos . . . – replicó Duvall con una risita ahogada – el problema no es que ella sea o no amable contigo sino que ella es así con todo mundo. A ti te gustaría que ella, de algún modo, te diera un tratamiento especial, esos pequeños detalles que hacen a un hombre sentir que es especial para la chica que le gusta. ¿Estoy en lo correcto?
¡Sí! ¡Lo entendiste muy bien! – contestó Yves – Pero ella usa la misma deslumbrante sonrisa con todos a su alrededor. Aún la apretada de Flammy tiene su parte en las atenciones de Candy. ¡Eso no es justo!
Ummm, yo diría que Candy tiene la virtud de ser . . . . democrática, creo – bromeó Duvall pero como vio que su comentario no era gracioso par su amigo añadió inmediatamente–
Estoy seguro de que ella tiene un corazón que dar en un modo muy especial. Pero tal vez ella, . . . no lo sé, tal vez tiene miedo de abrir su corazón a alguien. Debes ser paciente. Haz algo especial, sorpréndela, haz que las cosas ocurran.
¿Tú crees? – dijo Yves como si solamente estuviera hablándose a sí mismo.
*****
Yves estaba tan ocupado pensando en la forma de captar la atención de la joven rubia que se
encontraba absolutamente ajeno a la admiración de otras mujeres. Él era, después de todo, un
apuesto joven no mayor de veinticinco años, y más de una chica hubiese dado cualquier cosa
para atraerlo. Una corta melena de cabello lustroso como ala de cuervo coronaba su cabeza y
debajo la sombra de sus tupidas cejas negras un par de ojos gris claro miraban al mundo
discretamente. Alto y esbelto pero también musculoso, de maneras elegantes y movimientos
firmes, Yves era una verdadero regalo para los ojos femeninos. No obstante, él no estaba muy consciente de su apariencia y no confiaba en ella para ganar las atenciones de las damas.
Mientras él invertía la mayor parte de las energías que le quedaban después de un pesado día
de trabajo en encontrar modos de agradar a Candy, otro par de ojos oscuros seguían sus
movimientos, deseando secretamente estar en el lugar de Candy. De esta forma la más antigua
de las historias de la humanidad se representaba de nuevo entre las paredes de aquel hospital. ¡Ah! Necios corazones humanos que rara vez ponen sus esperanzas en lugares demasiado fáciles de alcanzar, como si todos necesitásemos de un poco de desesperación y desengaño en nuestras vidas para encontrar algo de sentido en nuestras existencias, frecuentemente sin sentido.
Yves intentó con todos los recursos usuales sin mucha suerte. Invitó a Candy a conocer la
ciudad y ella había insistido en llevar con ellos a Julienne, su compañera de cuarto. Una vez
más él intentó mandarle flores con cierto éxito al principio porque el recibir flores de un
hombre apuesto y joven es siempre halagador para cualquier mujer. Candy se sorprendió
cuando recibió un exquisito ramo de rosas color durazno atadas en una cinta de seda blanca,
pero cuando sus compañeras enfermeras comenzaron a bromear al respecto de su relación con Yves ella simplemente decidió detener el desfile de rosas. Así pues le pidió a Yves, de la manera más atenta que pudo, no seguir mandándole más flores. Ella argumentó que en esos días la gente no debía gastar su dinero en semejantes lujos. Especialmente cuando ese dinero podía emplearse en comprar medicamentos o comida para aquellos damnificados a causa de los ataques en el norte. Después del incidente Yves había reunido el coraje de pedirle a Candy una cita nuevamente y ella tal vez hubiese aceptado en esa ocasión debido a la tímida insistencia del joven, pero entonces una nuevo tren con más heridos llegó proveniente del frente y los planes de Yves tuvieron que verse pospuestos. En pocas palabras, parecía que las cosas no iban muy bien para el pobre joven.
Por otra parte, a pesar de los temores de Yves y su mala suerte, él había logrado entablar una cordial amistad con la chica y tal vez esa era la débil esperanza que lo mantenía luchando para ganar el corazón de Candy. Julienne, Yves y Candy tomaban el almuerzo juntos normalmente y algunas veces Duvall se unía la grupo. En esas ocasiones Bonnot hacía lo mejor posible para indagar tanto como era posible acerca de la vida de Candy, ávido como cualquier enamorado, de saber cada detalle sobre el objeto de su afecto. Los fuertes canales de energía que corrían de las intensas miradas de Yves hacia Candy eran tan evidentes que a veces Julienne se sentía como una intrusa y seguramente ella los habría dejado solos si Candy no le hubiese pedido explícitamente quedarse a su lado.
Candy obviamente se había dado cuenta de las intenciones de Yves pero pretendía ignorarlas
porque creía que se trataba de un enamoramiento pasajero que seguramente se desvanecería con el tiempo. Del mismo modo, ella quería mantener a Julienne a su lado porque estaba conscientede los tiempos difíciles por los que atravesaba la joven mujer al saber que su esposo estaba luchando en el frente. De ese modo las dos enfermeras y el joven médico se convirtieron en un trío célebre en el hospital.
Dices que ese Albert es tu tutor ¿No es así? – preguntó Yves por tercera vez y secretamente deseando que el hombre cuyo nombre estaba siempre en labios de Candy no significase nada más que una clase de hermano mayor.
Correcto, pero . . . - se interrumpió Candy - ¿ Cómo es que siempre terminamos hablando de mi pero nunca hablamos de tu vida, ¿Eh? – dijo ella con una risita traviesa.
Bueno, mi vida no ha sido tan emocionante como la tuya, creo – contestó Yves tratando de cambiar de tema pero pensando para sus adentros : "Tal vez no hablamos de mi porque tu no estás tan interesada en mi como yo en ti, mi dulce niña"
Conforme el tiempo pasaba tales conversaciones, llenas de las miradas intensas y soñadoras de Yves y las sonrisas imperturbables de Candy, llegaron a convertirse en una escena común en elhospital. Curiosamente, estas pláticas divertían a Duvall y a Julienne, escandalizaban a Flammy y dejaban al mismo Yves totalmente exhausto. Para el fin de Octubre y después de cinco mesesde persistente adoración Yves se encontraba totalmente despistado y por si eso no fuese suficiente, nuevos eventos lo harían caer en una confusión aún mayor.
*****
Entre los nuevos pacientes que llegaban del Frente Occidental en aquellos días, había un joven, tal vez aún en la adolescencia, quien había sido herido en una pierna por disparos masivos de metralleta, otra nueva invención bélica que los enemigos estaban utilizando. Aunque la herida era seria Candy pensaba que el tratamiento por irrigación podría ser de gran ayuda para intentar salvar la pierna del muchacho. No obstante, los planes de Candy encontraron grandes obstáculos en el camino.
El tratamiento era totalmente desconocido por los médicos franceses, quienes preferían cortar un miembro que correr el riesgo de que el paciente desarrollara gangrena, un mal muy temido por aquellos días. Candy sabía del riesgo pero su intuición estaba llamándola con tanta fuerza que esa vez no pudo permanecer callada cuando se dio cuenta de que la amputación era inminente.
Por favor Dr. Duvall – había ella rogado- Yo asumiré la responsabilidad. Sé que la pierna del muchacho está aun en buenas condiciones como para ser tratada con irrigación como le he ya contado.
Petite lapine, - comenzó Duvall con una inusual seriedad – No creo que sea una buena idea arriesgar la vida del muchacho para averiguar si puede conservar la pierna. ¿Qué pasaría si el tratamiento no funciona en las condiciones que tenemos aquí y la gangrena aparece? . . . Entonces tal vez perderíamos al muchacho.
Estoy segura que él estará bien, - continuó Candy con firme convicción – Si no corremos el riesgo el paciente será un lisiado por el resto de su vida . . . Piense un poco, él es hijo de un granjero. ¿Cómo ganará él su sustento si no puede trabajar en el campo?
El chico estará bien – contestó Duvall ligeramente irritado por las insistencia de la joven.
¡Ya basta! – dijo Flammy quien había estado escuchando la conversación – Tu nunca aprendes ¿No es así? ¿No entiendes cuál es tu lugar como enfermera, Andley? No se te permite diagnosticar ningún tipo de tratamiento. ¿Cómo te atreves? – terminó la morena irritadamente.
Me atrevo porque conozco cuán difícil sería para este paciente el tener que soportar el hecho de perder una de sus piernas – replicó Candy perdiendo el dominio propio frente a Flammy por primera vez en meses – Después de la amputación, tu simplemente continuarás con tu vida Flammy; tal vez le darás solamente un poco de tu atención durantes u estancia aquí, pero cuando él salga del hospital tendrá que enfrentar la cruda realidad y tú no estarás ahí para ayudarle, Flammy!- apuntó Candy con vehemencia.
Ese tipo de sentimentalismo barato es un lujo que no podemos darnos, - sentenció Flammy con una mirada fría – Es por eso que yo siempre estaré en contra de tu presencia aquí. No eres adecuada para este trabajo, Candy. ¡Aún eres una malcriada chica rica que está jugando a la enfermera!
La discusión se acabó, - dijo Duvall interrumpiendo a Flammy antes de que ella pudiese ir más lejos y después, en tono calmado pero firme, agregó - Candy, vamos a practicar esta amputación y no quiero oír más comentarios sobre el asunto. Ahora, entra ahí y prepara todo para la cirugía.
Candy reconoció la mirada de determinación en los ojos y voz de Duvall. Era una clara señal
de que una vez más había perdido la oportunidad de salvar a un hombre de una tragedia
personal. La cara de Flammy se iluminó en victoria cuando vio a su antigua condiscípula bajar su cabeza dorada en señal de derrota. Candy, dándose cuenta de que no había más opción, comenzó a preparar los instrumentos.
Después de tres horas de horrible carnicería la cirugía había terminado con éxito, pero durante el tiempo que había durado, el corazón de Candy se desgarraba en incontables jirones. La impotencia y la desesperación invadían su alma. Candy pensó en su antiguo amigo Tom, quien era también granjero. Ella estaba consciente de la tragedia que la pérdida de un miembro podíasignificar cuando uno trabaja con sus propias manos.
Cuando el paciente estaba ya fuera del quirófano y solamente Candy quedaba en el lugar ,
porque había sido asignada para limpiar la sangrienta escena, la joven estalló en amargas
lágrimas. Bonnot, quien había escuchado sobre el incidente, gracias a Julienne, llegó en ese
preciso momento para descubrir que la chica de quien estaba enamorado lloraba en silencio.
¡Candy! - dijo él asombrado y abriendo sus brazos para consolar a la joven.
Candy, sin energías y sin palabras que decir, se arrojó a los brazos invitantes del joven donde lloró su frustración libremente.
Unos segundos pasaron antes de que la realidad del momento se hundiese en la mente de Yves. Cuando el entendimiento de lo que pasaba finalmente lo asaltó, pudo entonces percibir un dulce y suave calor dentro de su corazón mientras sus brazos se cerraban alrededor de la mujer que amaba.
'C'est bien, c'est bien ma chérie,' ( Está bien querida mía) dijo él incapaz de utilizar un idioma diferente a su lengua materna en un momento tan íntimo.
"¡Ella está en mis brazos!" – pensó incrédulo – " He estado esperando un momento como este por meses pero a penas puedo creer que ahora es una realidad. Si este es un sueño no quiero despertar".
Candy continuó sollozando silenciosamente sobre la camisa de Yves por un rato más, su tierno cuidado borraba sus penas. Por un momento ella pensó en Albert, incluso llegó a sentir la misma clase de cálida protección que Albert siempre le había brindado. Sin embargo, conforme recobraba su auto- control, una perturbadora sensación de impropiedad la invadió. Candy se dio cuenta de que se sentía incómoda en semejante postura y comprendiendo cuan comprometedora era trató de separarse de los brazos de Yves lentamente. Pero entonces, tornándose admirablemente osado para su habitual manera de ser, el hombre se atrevió a resistir a las intenciones de la joven tomando el rostro de Candy entre sus manos y jalándola suavemente tan cerca de sí mismo que la joven pudo sentir el aliento de él sobre su piel.
Tienes unos ojos en cuya profundidad me hundiría contento, Candy. Las lágrimas nunca deberían nublar su luz – murmuró él mientras bajaba su cabeza para obtener lo que podría haber sido un apasionado beso justo en los labios de la joven, si ella no hubiese reaccionado rápidamente.
¿Qué estás haciendo Yves? – gritó ella retirándose violentamente con todas sus fuerzas y llevándose un mano a los labios en un movimiento instintivo – ¡Por favor, nunca, nunca trates de hacer eso otra vez! – terminó ella con energía.
El joven se puso rojo de vergüenza sin saber qué decir para disculparse.
Ca . . . Candy – tartamudeó él – Lo siento, yo no. . . no. . .se. . . que fue lo que me pasó. . . por favor.
Candy estaba demasiado perturbada con la situación como para darse plena cuenta de cuán
doloroso era para Yves el rechazo de su voz. Un tumulto de sentimientos que ella se había
esforzado en mantener callados por largo tiempo, estaban despertando y haciendo demasiado
ruido en su confusa cabeza.
No quiero hablar de esto – dijo ella escapando del lugar mientras Yves, totalmente perplejo y lastimado, permaneció en el quirófano culpándose acremente.
Cuando Candy estaba saliendo del lugar tropezó con Julienne. La rubia agradeció a su buena
suerte por enviarle a la persona que necesitaba más en ese momento.
Oh Julienne – suplicó ella con voz sofocada – ¿Podrías terminar de arreglar el quirófano por mi? Yo simplemente. . . simplemente no puedo hacerlo ahora.
Sí Candy – replicó la mujer alarmada al ver a su compañera en un estado tan agitado y poco usual en ella – pero. . .
Julienne no pudo terminar su frase porque Candy estaba ya corriendo por el pasillo hasta que
desapareció de la vista de la morena. Cuando Julienne entró al quirófano y vio a Yves sentado en el suelo sosteniéndose la cabeza entre las manos, súbitamente comprendió lo que había pasado. Julienne bajó la cabeza y sin decir palabra al joven médico empezó su tarea
silenciosamente. Finalmente, cuando el hombre reunió el coraje para pararse, miró a la mujer
directamente y dijo:
Je suis foutu, Julie, tellement foutu! ( Estoy acabado)- y dejó el cuarto.
Chagrins d'amour – musitó Julienne para sí misma. A sus treinta años y después de nueve
de matrimonio ella conocía muy bien los profundos dolores y gozos que el amor puede
traer al corazón humano. Todo los días experimentaba en si misma la misma lenta agonía.
Sabiendo que su esposo estaba lejos en batalla, no tenía otra opción que la de esperar,
siempre esperar mientras una oración silenciosa por la seguridad de su hombre
salmodiaba continuamente en el fondo de su alma. Era demasiado difícil amar en tiempos
de guerra.
*****
Candy corrió hacia el único lugar del hospital donde podía disfrutar de un poco de privacía, el pequeño cuarto que ella compartía con Julienne. Había contenido las lágrimas esperando no toparse con Flammy. El estrépito de sus pensamientos la abrumaba de pies a cabeza como si sus más inconfesables sentimientos estuvieran protestando en contra del constante control que ella mantenía sobre ellos. Sus manos temblaban cuando finalmente alcanzó la manilla de la puerta y entró al cuarto, suspirando aliviada. Las lágrimas comenzaron a rodar libremente sobre sus mejillas mientras se reclinaba sobre la puerta cerrada. Candy podía escuchar un suavesonido, era el sonido de sus propios sollozos que escapaban de su garganta ya sin inhibiciones.
"Ha pasado tanto tiempo" – pensó ella – "Tanto tiempo y todavía me dueles profundamente. ¿Alguna vez dejaré de ser perseguida por tu memoria? ¿Por qué es tan difícil?
Candy se dirigió hacia la ventana del cuarto. Estaba enfriando mucho aquella noche, eran los
últimos días de Octubre por entonces y ella sabía que los helados días de invierno estaban ya
acercándose.
"Era una noche fría como esta"- se dijo ella – "Ese glacial sentimiento en mi corazón nunca ha desaparecido desde entonces. Aun puedo sentir la sangre helándoseme en las venas."
La mente de Candy representó de nuevo la misma escena, las mismas palabras, los mismos
sentimientos estallando en su herido pecho. Todo estaba aún fresco en su memoria:
*****
Ella descendió apresuradamente las escaleras, su mente estaba confusa y nublada. Por un momento había pensado que estaba viviendo una de sus pesadillas, pero el fuerte golpeteo de su pulso, tan claro y doloroso, le había dicho que no estaba dormida. Unos frenéticos pasos masculinos la seguían . . . Era él, sabía ella.
"Tengo que apresurarme" – había pensado – "Si le hago frente no tendré la fuerza para hacer lo que debo"
Las escaleras parecían interminables, ella había deseado nunca llegar a la planta baja y
siempre sentirlo persiguiéndola. . . siempre cerca de él.
Las piernas de él, al ser más fuertes y largas que las de ella, habían acortado la distancia fácilmente hasta que ella no tuvo forma de escapar de su firme abrazo. Ella pensó que su cuerpo iba a desfallecer cuando él la atrapó por la cintura jalándola hacia su cuerpo hasta que los brazos de él estaban alrededor de ella. Candy pudo sentir cómo cada uno de los músculos de él se tensaba como una roca contra la espalda de ella mientras la esencia de lavanda que él siempre usaba invadía su olfato.
¡ Candy! – susurró él en el oído de ella con voz ronca – Candy, no quiero perderte, quiero que el tiempo se detenga para siempre. – agregó casi suplicando.
El se había reclinado sobre ella enterrando la cara en los ingobernables rizos de ella de un modo en que la joven podía sentir las febriles mejillas de él sobre la piel de su nuca. Una gruesa gota de un cálido líquido calló sobre su cuello desnudo, ella supo entonces que aquello había sido una lágrima que él había derramado. ¡Él lloraba calladamente! Su orgullo característico había desaparecido en un segundo para dejarlo con el alma expuesta y desnuda, llorando lastimeramente.
"Está llorando, Terry está llorando – pensó ella mientras su corazón se quebraba en mil pedazos – Terry, mi amor, el muchacho que ama . . . separarnos . . . separarnos así. Si me vuelvo ahora - se dijo así misma – enjugaría sus lágrimas con mis besos y una vez que nuestros labios se encontraran, solamente Dios sabe qué tan lejos podríamos llegar . . . Si lo encaro ahora nunca podré renunciar a él. No tengo el valor para mirarle a los ojos y abandonarlo así. ¡Oh Señor! Tendré que irme sin mirarlo una vez más.
Entonces el agarre de sus brazos en la cintura de ella perdió fuerza y ella supo que él
finalmente había renunciado. El soltó su talle para poner levemente las manos en los
hombros de ella.
Candy, vas a ser feliz ¿Verdad? – dijo él finalmente con acento angustiado – tienes que prometérmelo. ¡Candy, prométemelo!
–"Ya nos hemos perdido el uno al otro" – pensó ella entonces e inmediatamente reunió el coraje para decir audiblemente : Terry, tu también.
Ella volvió su cabeza suavemente para dirigirse a él por última vez, pero mantuvo su mirada fija en la alfombra de las escaleras sin poder mirarle a los ojos una vez más. Finalmente, con un tímido suspiro ella partió de sus brazos para siempre hacia la gélida y oscura noche,afuera de aquel lugar. . .
*****
Candy se restregó los ojos tratando de disipar la memoria, pero ella sabía demasiado bien que eso era imposible. Cada uno de los detalles estaba grabado en su corazón y todos sus pasados esfuerzos para olvidar habían sido siempre en vano. Con el tiempo había aprendido a ocultar sus sentimientos, a mantenerlos secretamente en lo profundo de su espíritu, como un apreciado y escondido recuerdo.
Había encubierto su íntimo dolor de todos los que estaban cerca de ella. Después de todo,
pensaba ella, no valía la pena entristecer a aquellos que la amaban con la lamentable escena de un corazón roto. Siguiendo las lecciones que la vida le había dado desde su infancia, ella había encontrado en su cruzada personal para servir a otros, un camino para escapar de la soledad.
Había compensado sus sueños desgarrados con una vida totalmente dedicada a todos aquellos que ella conocía. Candy pasaba sus días trabajando interminables horas en el hospital y en su tiempo libre solía hacer toda clase de pequeñas tareas para complacer a los que amaba. Iba a esos aburridos eventos sociales con Albert para ayudarlo a enfrentar las responsabilidades que él tanto odiaba, o bien escuchaba pacientemente la charla de Annie, sin importar cuán vanos eran para su gusto la moda y los chismes. Candy pasaba sus vacaciones en el hogar de Pony ayudando con los niños y a veces inclusive daba algo de su tiempo a Archie, quien recientemente se había estado interesando en la política y solamente hablaba de ello. El joven sabía que a Candy no le importaban mucho esos temas, pero por una razón que Candy no entendía, el insistía en contarle todo aquello que a él le interesaba. La memoria de Stear y Anthony estaba profundamente arraigada en Candy, y como ella sabía que Archie se sentía igual al respecto, no podía dejar de reconocer que un cierto tipo de lazo le unía a su viejo amigo, y por lo tanto se sentía dispuesta a mostrar interés en todo lo que a él le importaba.
Ahora en Francia, ella estaba tratando de hacer lo mejor posible para ofrecer un poco de
consuelo a aquellos que sufrían más que ella. Estas actividades daban gozo y paz, un verdadero significado a una vida que de otra forma hubiese estado vacía. No obstante, ella sabía bien que una parte de sí misma faltaba y siempre faltaría.
Candy no había confiado el secreto de su dolor interior a nadie, ni siquiera a Albert o a la
Señorita Pony. Estaba resuelta a esconder sus sentimientos para siempre, porque ¿qué más
puede una mujer de honor hacer cuando está enamorada del hombre de otra?
Algunas veces casi creía haber dominado sus demonios, pero entonces algo pasaba que le
recordaba "aquella" vieja herida. Y ahora, el apasionado impulso de Yves había removido en su interior todas esas ansias negadas, todos los anhelos secretos que no se confesaba a sí
misma. De repente, Candy había visto cuán reprimidos estaban sus más profundos ímpetus
femeninos. El tener a un hombre tan cerca de ella había despertado los deseos naturales de la
mujer joven que había en ella. Sin embargo, sus ocultos fuegos no podían responder sino a un
nombre, una voz, un par de ojos profundamente azules. . .
Desafortunadamente, los ojos que la habían mirado con amor ferviente en el quirófano eran
grises.
"¿Por qué no puedo olvidar?" – se preguntó - ¿Por qué no puedo sentir lo mismo con nadie más? Cuando Yves se me acercó tanto solamente pude pensar en ti, el calor de tus brazos, la luz de tus ojos, tu ardiente beso, ese único beso, en mis labios . . ."
¡Esto está mal! – dijo ella en un grito – Todo esto está mal. Ya no eres mío. No puedo continuar pensando en ti de esta manera. ¡Dios mío, esto es un pecado! – sollozó.
Candy calló en su cama, sin poder pensar o hacer nada más que llorar. Fue entonces cuando
Julienne entró y se sentó calladamente al lado de Candy. La mujer puso su mano en la espalda
de la rubia frotándola con ternura.
Candy, Candy,- murmuró ella, comprendiendo el dolor de su compañera de cuarto como solamente una mujer puede entender a otra. - ¿Qué hombre desalmado pudo haberte lastimado de esta forma, querida? – preguntó Julienne en su dulce acento francés – Estoy segura de que él no merece ni una de todas esas lágrimas que lloras por él.
No lo sé Julie – dijo Candy finalmente entre sollozos – Solamente se que no puedo olvidarlo. No se cómo hacerlo.
Al fin, después de casi tres años de silencio Candy había admitido frente a alguien lo que
sentía.
Candy echó sus brazos al cuello de Julienne y lloró en su hombro. Esta última recibió a su
amiga con toda la compasión que tenía en el pecho pero sin saber realmente qué decir para
ayudar a la pobre chica. Así que, ambas se abrazaron en silencio por largo tiempo hasta que el golpeteo en el corazón de Candy comenzó a disminuir su alocada carrera.
*****
En 1917 el General Ferdinand Foch había sido ascendido al puesto de comandante general del Ejército Francés. Como todos los grandes hombres de la historia humana, Foch reconoció que aquel era el momento que traería un verdadero significado a toda su vida. Él supo que había nacido para un momento difícil como aquel y no tenía intenciones de fallar en su vital tarea. Así pues, desde su ascenso, empezó a mover las piezas en el enorme tablero de ajedrez del Frente Occidental, preparándose para una ofensiva que libraría a su país de la amenaza alemana.
Un día movía a un pelotón completo: otro más, promovía o degradaba a un hombre clave como el ajedrecista mueve sus peones y caballos. Una de estas piezas era el Mayor André Legarde, quien había estado encargado del Hospital Saint Jacques por más de un año. Foch había sido profesor de Legarde en la Academia militar, y sabía que los talentos militares de éste último estaban siendo desperdiciados dirigiendo un hospital. Por lo tanto, para fines de Octubre, Foch decidió ascender a su antiguo alumno a un prominente puesto en el Frente Occidental. Posteriormente, designó a alguien más para encargarse del hospital con las órdenes precisas demandar un nuevo equipo médico a auxiliar en Flandes, donde las armadas francesas, británicas y canadienses habían estado sitiando a Ypres por meses.
La mañana del 31 de octubre, André Legarde recibió órdenes de dejar París inmediatamente.
Para esa misma noche, su sustituto estaba ya en Saint Jacques dando instrucciones de mandar un grupo de 20 enfermeras y 5 médicos al Norte. Sus órdenes eran claras, él tenía que asegurarse de que el grupo estuviese en camino esa misma noche. No había tiempo que perder.
Deme la lista con los nombres de las enfermeras – ordenó el Mayor Louis de Salle, el nuevo director, cuando entró a su oficina por primera vez aquella noche.
Aquí tiene, Señor – contestó un sargento de mediana edad que era aparentemente su secretario.
Está bien – dijo de Salle dando una rápida ojeada a la lista – Manda a todas las enfermeras de la A a la H, sin restricción.
Pero, señor – objetó el secretario – ¿No quiere usted leer sus expedientes antes de designar a cualquiera de ellas?
No hay tiempo para eso – dijo él fríamente – Manda también a cinco de los médicos con más experiencia que queden aquí. ¿Está todavía Marius Duvall por aquí?
Sí señor, desde el pasado abril no se le ha mandado a ninguna expedición en el campo de batalla.
Entonces asegúrate que él sea incluido, lo conozco bien y estoy seguro de que nos será más útil allá. Ahora ve a avisar a toda esta gente de su nombramiento. Quiero verlos a todos en mi oficina tan pronto como sea posible. En descanso
Sí señor- contestó el secretario y después del saludo de rutina salió del cuarto.
Si de Salle se hubiese dado el tiempo de leer los archivos se hubiera enterado de que, en uno
de ellos, había una carta que pudo haberle impedido mandar en la misión a una de las
enfermeras que justamente acababa de designar por azar. Pero los tiempos de guerra son como una carrera en un peligroso acantilado, nadie está a salvo al correr por su orilla.
*****
Después de la embarazosa escena que Candy había experimentado con Yves en el quirófano
unos días antes, el pobre hombre no había encontrado el coraje para disculparse. En lugar de ello se había limitado a enviarle un lirio blanco todos los días, siempre con una tarjetita que decía "perdón". Él no tenía el valor para hablarle o aún mirarle a los ojos directamente así que esperó silenciosamente, aguardando en secreto a que ella algún día le perdonara. Era claro que el joven estaba viviendo en la miseria moral, y al comprender su triste condición el corazón de Candy se sentía avergonzado por su violenta reacción aquella noche.
Después de muchas vacilaciones ella finalmente decidió tomar la iniciativa y hablar con él para aclarar las cosas.
¿Podría hablar contigo Yves? – preguntó ella una tarde cuando ambos terminaban su turno
Oh s. .sí, Candy – dijo él tímidamente.
Salieron del hospital a un parque cercano, caminando en silencio por un rato que pareció eterno para ambos. El uno temiendo las palabras que iban a ser dichas, la otra no muy segura de cómocomenzar a hablar.
Yves – dijo Candy finalmente – Me gustaría disculparme por mi rudeza del otro día.
¿Tú? Oh no, por nada del mundo, fue mi culpa – masculló él nerviosamente – Y.. Yo.. olvidé cómo comportarme como un caballero. Eso estuvo mal – terminó él en un susurro bajando los ojos.
De todos formas – continuó ella- yo fui muy dura contigo, debí haber entendido cómo te sentías entonces.
¿Comprendes ahora? – preguntó él con un poco de esperanza en la voz – Candy, yo . .
No lo digas, por favor – dijo ella suavemente – ya lo sé.
Candy se detuvo por un segundo para encontrar el modo de lastimar al muchacho lo menos
posible. Una ráfaga fría movió las hojas de los árboles mientras ella trataba de hallar las
palabras apropiadas.
-Yves- dijo ella después de un rato – me temo que no puedo corresponder a tus sentimientos... No es por ti, por favor no sientas que es algo en ti. De hecho, en el corto tiempo que tengo de conocerte he podido ver al gran hombre que hay en ti. Es más bien . . . .yo, . . . algo en mi.- explicó ella.
La cara del hombre reflejaba toda clase de diferentes emociones mientras ella hablaba. Primero esperanza, luego desesperación y finalmente profundo dolor.
¿Hay? . . . ¿Hay alguien más, allá en América? - preguntó él por último, entrecerrando sus ojos grises.
Candy no enfrentó la mirada intensa de él, en lugar de ello trató de enfocar las incontables
hojas del césped del parque, pero finalmente respondió:
No, no realmente. No tengo a nadie que me espere si eso es lo que quieres decir, pero . . . - ella se detuvo otra vez buscando por las palabras exactas – he tenido algunas malas experiencias en el pasado, y me temo que no estoy lista para una relación, creo – musitó ella.
Yo también he tenido mis malos momentos, no obstante tal vez sólo necesitemos tiempo- sugirió él tímidamente y como ella sonrió ligeramente a su comentario él ganó fuerzas para continuar – quizá si solamente intentamos, quiero decir, ser amigos . . es posible que con el tiempo . . .
Candy volvió sus ojos para no mirar la mirada suplicante de Yves. Era claro que sus
sentimientos y su sentido común estaban librando una batalla dentro de ella.
"¿Podría ser esta una nueva oportunidad que la vida me da?" – pensaba – "¿Podría aprender a amar a este hombre? ¿Qué si solamente termino lastimándolo? ¿Debo hacerle sentir esperanzas en un amor que tal vez nunca crezca en mi corazón?"
No lo sé, Yves – dijo ella al final – No quiero lastimarte.
No te preocupes por eso – replicó él con un nuevo vigor en la voz – comprendo cómo te sientes Candy y prometo que seré paciente. Solamente déjame ser tu amigo . . . otra vez – dijo él ofreciendo su mano a la muchacha en un gesto amistoso.
No puedo prometerte nada más que mi sincera amistad – dijo ella aún dudosa - ¿Eso está bien para ti?
Más que suficiente – concluyó él sonriendo mientras se daban un apretón de manos.
Yves se prometió ser paciente y cuidadoso con cada uno de sus movimientos, pero también
persistente. Él sabía que la chica valía la pena de dar su mejor esfuerzo y siendo que no parecía haber nadie alrededor para poner obstáculos en su camino, alentó nuevas esperanzas en su corazón. Desafortunadamente el destino estaba a punto de jugar una de sus inesperadas malaspasadas.
Aquella misma noche Candy fue designada junto con Flammy, Julienne, Duvall y otras 21
personas más para trabajar en una misión al Norte. La decisión fue tomada sin previo aviso y el personal tuvo que movilizarse inmediatamente. Candy no tuvo ni siquiera tiempo de decir adiós a Yves, quien no había sido asignado a la misión. La mañana del primero de noviembre, la misma en que la señorita Pony y la Hermana María, recibieron la carta de Candy, la joven estaba ya en camino a Flandes.
Continuará….

La señorita rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora