capitulo 16

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                Reencuentros
Capítulo XV - Parte II
Ese invisible vínculo del corazón
Archie miró sus dedos enguantados por la centésima vez aquella mañana mientras el auto lo llevaba a él y a su tío a lo largo de las calles ajetreadas. El joven despejó su frente de los mechones color arena que le caían encima y trató de cambiar de posición sobre el asiento del auto una vez más, pero aún así no dejaba de sentirse incómodo. Albert lanzaba una mirada vigilante sobre su sobrino de vez en cuando, aún preguntándose si no había sido un error el traer a Archie consigo, pero después se decía a sí mismo que no había tenido opción ya que el joven había insistido tan vehementemente. Albert esperaba que Archibald cumpliría su promesa de comportarse como un caballero.
Tan pronto como Terrence hubo recibido un telegrama de Francia anunciando la fecha en que Candy estaría de regreso en Nueva York, el joven se había asegurado de hacerle saber a Albert la buena noticia. Inmediatamente, el millonario decidió viajar hasta Nueva York para estar ahí cuando la joven llegase de Inglaterra. Al mismo tiempo, una vez que Archibald se hubo enterado, no pude contener sus deseos de ver a Candice otra vez y le rogó a Albert aceptar su compañía. Albert trato de hacer desistir a Archie de esa idea, sabiendo que la situación sería muy dolorosa para su sobrino. Sin embargo, el joven no prestó oídos a las razones de su tío y este último terminó accediendo a los deseos de Archie.
El auto continuaba moviéndose mientras Archie miraba a través de la ventanilla del vehículo cómo los suaves copos de nieve comenzaban a caer sobre el vecindario al cual iban entrando. Era un cambio notable contemplar aquella área serena cuando habían estado viajando a lo largo de las ruidosas calles de Manhattan después de dejar la estación del tren. A pesar de lo cerca que aún estaban de la Gran Manzana, el área residencial en Fort Lee, New Jersey, era como un espacio refrescante a solamente una hora de "la ciudad", como los vecinos usualmente llamaban a Nueva York. La plácida vista, sin embargo, no liberaba a Archie de sus pensamientos desagradables.
Finalmente, el auto se detuvo en frente de una de las casas en la larga cuadra, y los pasajeros comprendieron que habían llegado a su destino. Después, todo se sucedió en medio de escenas borrosas en la mente de Archibald. El lugar era encantador y el dueño de la casa recibió a sus visitantes con una cálida afabilidad que sorprendió a los sirvientes, quienes estaban habituados a los modales bruscos de su patrón. Archie observó con aire distante cómo Albert y Terrence se abrazaban fraternalmente, claramente felices de verse después de un largo tiempo de haber estado distanciados por las circunstancias.
¡Me parece increíble verte después de tanto tiempo! – Terri dijo a su amigo - ¡Casi ocho años desde que te vi por última vez en Londres!
Sí, me cuesta creerlo – Albert se rió sofocadamente mientras palmeaba el hombro de Terrence – Tú ya no eres el chiquillo flacucho que solía liarse en pleito con hombres adultos, como yo te recordaba – bromeó el hombre rubio.
Bueno, puede que haya crecido un poco, pero aún conservo el talento para meterme en problemas. Aunque tú no te estás haciendo más joven tampoco, - Terrence respondió riéndose francamente y luego se volvió hacia el otro joven rubio detrás de Albert. Terrence sonrió amablemente a su antiguo condiscípulo. – Me alegra verte de nuevo, Archie. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos encontramos en Chicago ¿No es así? – dijo el joven ofreciendo su mano.
Así es. También me alegra verte, – fue la diplomática pero fría respuesta de Archie, aunque Terrence no lo notó. Estaba tan feliz, sintiendo que el momento de tener a la mujer que amaba entre sus brazos estaba más cerca a cada segundo.
Albert y Terri continuaron hablando por largo rato mientras Archie seguía la conversación sin mucho interés. La cena duró por horas que parecieron interminables para el hombre de ojos cafés, pero resistió lo mejor que pudo, tratando de convencerse de que lo único que importaba era que Candy llegaría al día siguiente y que podría verla de nuevo. Eso era todo lo que quería, y no le importaba si ella se había convertido en la esposa de Terri o en la reina de Saba, él necesitaba verla aunque, para los ojos de la joven, él solamente pudiera ser el viejo primo Archie.
No es necesario decir que Terri no pudo dormir aquella noche. Se daba de vueltas en la cama que de pronto le parecía demasiado ancha y vacía, mientras una extraña ansiedad le invadía el corazón. Caminó en círculos en la recámara, dándose cuenta de que era mejor sacar partido de su insomnio. Así pues, fue a la planta baja para terminar de revisar el último acto que estaba escribiendo. El joven encendió el fuego del estudio y mientras aún estaba ahí, en cuclillas frente a la chimenea de piedra, se preguntó por qué se sentía incómodo, como si algo malo estuviese a punto de suceder.
El joven sacudió la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos oscuros.
Es sólo que estoy muy emocionado porque ella estará aquí mañana . . . – trató de convencerse, pero a pesar de sus esfuerzos por permanecer calmado, la aurora lo sorprendió aún inmerso en las mismas cavilaciones.
Después de tomar el desayuno en el Warldorf Astoria, donde se hospedaban, los Andley se encontraron con Terry en el muelle, con la esperanza de que el barco de Candy llegara a tiempo. El lugar estaba abarrotado porque más y más naves provenientes de Europa estaban llegando desde que la guerra había concluido. Marineros, inmigrantes, comerciantes, familias enteras esperando la llegada de aquellos que amaban, pululaban por el lugar, dándole al desembarcadero una cierta clase de aire festivo.
Los tres hombres trataron de calmar su impaciencia con una conversación casual, pero no tomó mucho tiempo antes de que Archie dejara a su tío hablando con el recién adquirido "primo político" sobre los futuros planes del propio Albert, mientras él se alejaba para dar un paseo a lo largo de los muelles.
Al principio, Terri solamente escuchaba a Albert a medias, porque la misma corazonada inquietante continuaba molestándole, más y más fuertemente conforme el reloj avanzaba. No obstante, Albert era un hombre de conversación interesante y a pesar de las preocupaciones de Terri, éste terminó por involucrarse verdaderamente en la plática.
Desafortunadamente, aún Albert comenzó a sentirse preocupado cuando se dio cuenta de que el barco ya se había tomado demasiado tiempo para arribar a puerto. Fue entonces cuando George, que como de costumbre se hallaba al lado de Albert, decidió preguntar a los empleados de la capitanía del puerto sobre la llegada del S.S. Reveer. Cuando el hombre bronceado que George era salió de la oficina donde había ido a hacer sus pesquisas, su rostro había palidecido de repente y en sus ojos había un dejo de miedo revelado en sus facciones normalmente inexpresivas. Albert lo miró y las entrañas se le contrajeron.
¿Qué fue lo que te dijo? – preguntó Albert con voz seca.
Bueno, señor, ellos me dieron información sobre el barco, pero me temo que no se trata de buenas noticias – intentó explicar el hombre lo mejor que pudo.
¿Qué estás diciendo, George? ¡Explícate!- demandó un Archie muy alarmado que justo había regresado de su paseo por el desembarcadero a tiempo para escuchar la última frase de George.
Ellos . . . acaban de recibir un telegrama de Inglaterra – dijo el hombre moreno bajando los ojos. – El barco en el cual viajaba la señora Candy se topó con una tormenta cerca de Irlanda. Desafortunadamente las bombas no funcionaron apropiadamente y el S.S. Reveer zozobró a unos 400 kilómetros de las costas.
Archie miró a Albert sin creer realmente lo que sus oídos acababan de escuchar, deseando haber soñado lo que George estaba diciendo. Sin embargo, cuando vio el terror reflejado en los ojos de Albert se dio cuenta de que en efecto estaba despierto.
¿Hay sobrevivientes? – logró preguntar Albert con voz cascada.
Sí, Sr. Andley, – anunció George – pero aún no tienen una lista con los hombres.
¿Pero cómo es que no leímos nada acerca de un naufragio en los periódicos durante estos días?- se preguntó Archie devastado
Verá, señor – continuó George, – le hice la misma pregunta al encargado y me dijo que debido a las condiciones del clima el barco había interrumpido su viaje en Irlanda por unos cuatro días. El naufragio ocurrió apenas ayer en la mañana. Seguramente la noticia aparecerá en los periódicos vespertinos hoy mismo.
¿Cuándo . . . cuándo . . . sabremos . . . – Albert trató de preguntar pero su voz flaqueó antes de poder terminar la frase.
¿Los nombres de los sobrevivientes? – terminó George adivinando la pregunta de su jefe. – Me dijeron que se buscará durante dos días, después de entonces podremos saber si . . . si la señora Candy está entre los sobrevivientes.- George balbuceó también conmovido por la noticia.
No fue hasta ese momento que Albert se acordó de Terri y se volvió para mirar al joven quien estaba aún sentado sobre la banca donde habían estado esperando hasta entonces. Sus ojos estaban perdidos en el distante horizonte azul, como si estuvieran totalmente ajenos a cualquier preocupación mundana. Su rostro se había puesto blanco como la cera, dándole una apariencia lánguida que le recordaba a Albert la cara de su hermana Rosemary durante los últimos días antes de su fallecimiento. Dándose cuenta de que el joven no había abierto la boca desde que George había salido de la oficina, Albert comprendió que Terri estaba en un clase de estado de shock.
Terri – le llamó Albert poniendo su mano sobre el hombro de su amigo - ¿Me escuchas, Terri?
Pero el joven no emitió respuesta alguna. Sus ojos se hallaba fijos en las aguas macilentas que bañaban el dique, mientras sus manos descansaban sobre sus rodillas. Albert observó que estaban crispadas sobre los pantalones del joven, temblando de manera casi imperceptible.
¡Terri, Terri! – le llamó el joven de nuevo
¿Mmmm? – Terrence respondió distraídamente.
Escuchaste lo que dijo George, ¿No es así? – pregunto el joven millonario mientras Archie, con los ojos llenos de lágrimas observaba la escena, sin poder comprender la reacción de Terri.
Sí . . . el naufragio, – contestó Terri y en ese momento sus ojos se volvieron para mirar a Albert, azul mar encontrándose con azul cielo, y el hombre mayor pudo observar un extraño destello en las pupilas de su amigo. - No estás pensando que ella está muerta ¿O sí? – dijo Terri con tono desafiante dejando la banca para ponerse de pie.
Nadie dijo eso Terri, – replicó Albert tratando de sonar tranquilo pero sintiendo que su fe se comenzaba a desvanecer poco a poco dentro de sí.
¡Perfecto, porque ella está bien! – afirmó Terri con una convicción que asustó a los tres hombres que estaban con él - ¿Acaso ustedes planean quedarse todo el día aquí? – preguntó a sus compañeros.
No . . . no realmente. Es sólo que estábamos tan abrumados. Terri, debes comprender que la situación es grave, – respondió Archie confundido con las palabras de Terri
¡No es así! – gritó el joven a Archie como si éste hubiese pronunciado una blasfemia - ¡Ni siquiera lo digas! ¡Ella está bien! – insistió casi en un rugido.
Está bien, Terri – nadie está diciendo lo contrario, – Albert trató de mediar. – Ahora por qué no nos vamos a tu casa para tratar de discutir lo que vamos a hacer en estos dos días hasta que sepamos donde está Candy? ¿Te parece bien? – preguntó el hombre mayor y Terri solamente asintió con la cabeza volviendo a su mutismo.
Los cuatro hombres se subieron al auto y pronto éste era solamente una mancha que terminó por desaparecer en la distancia.
Las cuarenta y ocho horas que siguieron fueron muy parecidas a una estancia en el infierno, aunque para cada uno de los jóvenes la experiencia fue marcadamente diferente. Archie era tal vez el más pesimista de los tres. Desde que había escuchado las noticias sobre el naufragio, el muchacho se hundió lentamente en una lúgubre depresión, sintiendo cómo los dolores que dormían en su corazón comenzaban a despertarse nuevamente. Sin saber cómo enfrentar la desesperante situación y ese anticipado sentimiento de pérdida, simplemente dejó fluir sus angustias en un inconsciente despliegue de irritación y descortesía que la gente a su alrededor tuvo que sufrir.
Por curioso que pudiese parecer y contrario a toda lógica, Terrence se confinó en un completo silencio. A penas si emitió palabra y, a pesar de los esfuerzos de la cocinera, comió poco y durmió menos. Una vez que sus huéspedes hubieron decidido lo que harían durante el tiempo que tendrían que esperar, el joven se recluyó en su estudio. Por horas y horas simplemente se sentó en un sillón, mirando hacia la nada, mientras internamente se repetía que los extraños presentimientos que había tenido solamente le estaban diciendo que ella no llegaría en la fecha prefijada, sino más tarde.
Albert, por su parte y siguiendo su naturaleza flemática, manejó la situación mejor que sus amigos más jóvenes. George y él hicieron las llamadas telefónicas necesarias, enviaron telegramas a Europa para aquellos conocidos suyos que podía ser de ayuda a fin averiguar lo antes posible si Candy había sobrevivido al naufragio, y decidieron lo que debería hacerse mientras la compañía naviera en Inglaterra no enviaba el reporte definitivo. Sin embargo, en el fondo, Albert también estaba devastado, sabiendo por un telegrama enviado por su antiguo cuñado, el almirante Brown, que las posibilidades de sobrevivir en las frías aguas de Irlanda durante una tormenta, eran muy pocas.
Los días se sucedieron lentamente pero al fin, el nueve de diciembre, el teléfono sonó en la casa de Terrence. Era un empleado de la Embajada Británica y Edward, el mayordomo, tomó la llamada. El hombre sostuvo el auricular asintiendo en silencio o replicando con monosílabos. Los Andley, quienes estaban esperando en la sala, miraron al hombre totalmente petrificados.
Sr. Andley – dijo el hombre de mediana edad – creo que este caballero quiere hablar con usted – y diciendo esto, el mayordomo le dio el teléfono al joven rubio, quien a su vez habló con el empleado al tiempo que su rostro palidecía dramáticamente. Cuando Albert colgó el teléfono, había envejecido unos diez años y sus ojos, por la primera vez en tres días, estaban llenos de lágrimas.
Candice White Andley había efectivamente abordado el S.S. Reever en Liverpool el día primero de diciembre, tal y como lo confirmaba el registro, pero su nombre no aparecía en la lista de los 10 sobrevivientes, todos ellos hombres, que habían sido rescatados unas horas antes y habían sido inmediatamente hospitalizados sufriendo hipotermia después de permanecer en las aguas heladas por casi dos días. Estos hombres habían estado inconscientes por horas y no había podido dar cuenta de los eventos, alcanzando apenas a decir sus nombres.
Está confirmado, – dijo Albert con voz enronquecida – ¡Está muerta . . . nuestra Candy está muerta! –el joven murmuró sollozando silenciosamente al momento que Terrence entraba a la habitación, con el rostro sin afeitar y los ojos circundados por unas profundas ojeras, producto de la falta de sueño.
Archibald lloraba solo, de pie frente a una ventana, mientras musitaba en palabras casi ininteligibles que él estaba condenado a perder cada persona que amaba. Afuera, los estanques que rodeaban el vecindario comenzaban a congelarse, pero el frío de la estación no era nada comparado a la atmósfera gélida que repentinamente había llenado la casa.
Terrence se quedó inmóvil en medio de la sala, sumido en completo silencio. Un ligero frunce apareció en su ceño que reflejaba una mezcla de confusión y angustia. Sin embargo, buscando en el fondo de su corazón no pudo encontrar el dolor que se suponía debía estar sintiendo. El joven se preguntó por qué no sentía ningún pinchazo en el pecho, por qué la sutil conexión que le unía a su mujer le estaba diciendo que ella estaba bien, aún lejos, pero bien.
Puede haber un error, – dijo finalmente a boca de jarro. – No creo que ella esté muerta, – repitió y con cada palabra se sentía más seguro de su presentimiento.
¿Qué no escuchaste? ¡Deja ya de evadirte de la realidad y comprende de qué se trata este asunto! – demandó Archie visiblemente molesto ante las palabras de Terri.- Yo ya he pasado antes por este tipo de situaciones, y puedo decirte que no se gana nada con negar la verdad. ¡Así de duro como es, tienes que aceptar que ella está muerta!- dijo el joven con abrupta aspereza.
¿Y desde cuándo tienes derecho a decirme lo que debo hacer, Archie? – preguntó Terri sintiendo que el delgado hilo que contenía su temperamento explosivo se había roto - ¿Vas también a iluminarme con tu sabiduría para saber lo que tengo que sentir?
Al menos podrías actuar como un hombre y ver la realidad, en lugar de encerrarte en ese cuarto otra vez ¿Qué acaso no era ella tu esposa? ¡Entonces acepta los hechos y hazte cargo de la situación! – le gritó Archie denodadamente.
¿Qué sabes tú de mis sentimientos? – respondió Terri. La furia ya empezaba a encenderse en sus ojos.
¡Caballeros! ¡Este no es el momento de pelear entre nosotros! ¡Por favor! – dijo Albert interponiéndose entre los dos para detener la pelea, sabiendo que estaba a punto de convertirse en un intercambio violento –Ustedes saben bien que Candy no estaría muy orgullosa de ustedes si ella estuviese aquí.
Archie relajó sus puños crispados, ya listos para encontrar su blanco en el rostro de Terri. Sin hallar las palabras apropiadas que decir, se limitó a abandonar la habitación en silencio, esperando que una caminata por el vecindario lo ayudase a calmar sus tumultos interiores. Los otros dos jóvenes se quedaron callados por un rato, cada uno confundido y sin ánimo.
Albert se desplomó sobre el sofá haciendo descansar sus codos sobre sus rodillas y enterrando el rostro en las manos. Sintió que sus últimos restos de fuerzas se habían extinguido en esos momentos. En su mente, mientras lloraba silenciosamente sin mirar a Terri quien se había sentado a su lado, el joven rubio revisaba sus recuerdos de la niñita sonriente que había conocido en la Colina de Pony. Vio de nuevo a la chiquilla rubia llorando bajo la lluvia, la niña dulce que había rescatado de la cascada, la adolescente desconsolada que no sabía qué hacer cuando la muerte se había llevado a alguien que ella amaba, la muchacha rebelde que se había escapado del colegio, y especialmente, a la joven que le había ayudado desinteresadamente durante aquella dura época cuando estaba enfermo y nadie confiaba en él porque no podía recordar su pasado.
El joven hizo memoria de los tiempos en que había vivido con Candy en aquel pequeño apartamento en Chicago, los incontables buenos momentos que habían compartido, las risas y también las lágrimas. Más tarde, le vinieron a la mente imágenes de los años que habían seguido, años en los cuales la mujer en que ella se había convertido le había ayudado a enfrentar su soledad y sus más odiadas responsabilidades.
Candy, tenías una hermosa sonrisa – pensó – y ahora . . . ya no la veré más.
Albert – dijo Terri dirigiéndose al hombre mayor que lloraba calladamente junto a él.
¿Sí, Terri? –le preguntó el rubio volviéndose a ver a su amigo con los ojos transfigurados por el dolor
¿Qué piensas hacer ahora? – inquirió el joven.
Yo . . . yo supongo que no tenemos más opción, – musitó Albert – tendremos que avisar a nuestra familia, a las damas del orfanato . . . a todos nuestros amigos.
Albert – dijo Terrence con una mirada esperanzada , su voz aún insegura – tengo . . . tengo una . . . .clase de corazonada . . . .sólo dame un día. Esperemos un día más antes de avisarle a los demás.
Pero Terri , - objetó Albert, – no hay ninguna esperanza ahora. Ella no pudo haber sobrevivido en esa tormenta.
Lo sé, es ilógico – insistió el hombre más joven – aún así, es lo único que te pido . . . por favor.
Albert suspiró, sin saber si estaba haciendo lo correcto, pero finalmente cedió asintiendo silenciosamente.
Sr. Grandchester – dijo una tímida voz femenina del otro lado de la puerta – le traje su cena – insistió la mujer llamando a la puerta pero sin recibir respuesta – Sr. Grandchester, por favor ¡Tiene que comer algo!
De repente, cuando la mujer ya se había dado por vencida, la puerta se abrió y ella se aventuró a entrar al cuarto en penumbras.
Sólo deja el té y llévate el resto. No tengo hambre – ordenó una voz masculina desde la oscuridad de la habitación.
Pero señor, - repuso la mujer – no conozco a su esposa, pero estoy segura de que ella estaría muy preocupada e inquieta si supiese que usted apenas si ha comido en tres días.
Sólo déjame solo, Bess, – replicó el joven con voz ronca y la mujer obedeció, pero a pesar de las órdenes de Terri, ella dejó la bandeja sobre una mesita.
Terrence se levantó de la cama y con movimientos perezosos se sirvió una taza de té negro que sorbió lentamente mientras escuchaba los latidos de su corazón ¿Qué iba a suceder la mañana siguiente? ¿ Qué iba él a hacer si Candy había muerto como ya todos creían?
Terri sabía que esperar un día más podría no hacer ninguna diferencia. La única esperanza que le quedaba era que un barco proveniente de Southampton que llegaría al día siguiente y él sentía la necesidad de esperar, aún si eso no parecía una idea muy razonable.
El cálido líquido bañó su garganta seca mientras su mente giraba sin parar, haciéndolo caer en una especie de estado hipnótico. Nada, sin importar cuánto lo intentase, podía traerle calma. Sin embargo, tampoco estaba angustiado, no había derramado ni una sola lágrima y no era capaz de describir la mezcla de sensaciones que estaba experimentando. Era como si su vida se hubiese detenido en medio de la nada.
Si ella estuviese muerta, – se decía – mi corazón se estaría congelando y ese peso sobre mis hombros hubiera vuelto a molestarme. Estoy inquieto, pero no es la misma clase de angustia que tendría que soportar si ella estuviese muerta. Estoy seguro de que es diferente. Si ella estuviese muerta el simple dolor me mataría aquí mismo, en este preciso instante, – suspiró apretando el crucifijo en una de sus manos.
El reloj se movió lentamente durante las horas de la madrugada, pero finalmente, como cada día desde el inicio del mundo, la mañana llegó con renovadas esperanzas y luces promisorias. El joven, con una extraña actitud que aún lo sorprendió a él mismo, tomó un baño, se afeitó, se cambió de ropa y para gran sorpresa de la cocinera pidió algo para desayunar.
A las diez de la mañana Terri llamó a Albert y a Archie quienes estaban en el Astoria, para decirles que estaba en camino hacia el muelle una vez más. Los dos jóvenes se miraron el uno al otro en confusión, casi creyeron que las dolorosas noticias habían acabado por perturbar la mente de Terri. A pesar de su asombro, los Andley decidieron encontrarse con el joven actor en el desembarcadero, temiendo que su amigo pudiera necesitar alguien a su lado para ayudarle a enfrentar la realidad que él obviamente se estaba negando a aceptar.
Cuando Albert y Archie llegaron a muelle se sorprendieron de ver a un hombre diferente a aquel con el que habían estado durante los tres días anteriores. Terri estaba aún un tanto nervioso y callado pero mucho más comunicativo y menos sombrío que antes.
Los hombres se saludaron mutuamente y después que las formalidades de costumbre hubieron sido dichas, Albert le preguntó a su amigo la razón que tenía para haberles pedido encontrarse con él en ese lugar si aún no habían recibido ninguna otra noticia de sus contactos en Inglaterra.
Hay un barco que viene de Southampton cada tres semanas el día miércoles por la mañana- fue la simple respuesta de Terri.
¿Y. . .?- preguntó Albert confundido.
Bueno, hoy es miércoles y el barco llegará en unos cuantos minutos, si no viene con retraso, – explicó el joven calmadamente.
Terri, no estás pensando que Candy puede venir en ese barco ¿O sí? – inquirió Archie frunciendo el ceño.
Tengo una corazonada, – el joven moreno respondió simplemente.
Archie iba a protestar pero un ligero movimiento en la ceja izquierda de Albert lo hizo desistir y callarse la boca. Así que simplemente permanecieron en silencio esperando la llegada del barco.
Unos minutos más tarde el sonido de una sirena irrumpió en el aire y los jóvenes pudieron ver cómo un barco pequeño entraba al puerto con ritmo lento. Entonces, cuando la silueta de la nave pudo observarse claramente en el horizonte, el corazón de Terri dio un vuelco haciéndole sentir un suave calor que le trepaba por los poros a pesar del frío de la mañana.
Es ella – dijo él con certeza.
¿Cómo puedes decir eso, Terri? – le preguntó Archie más preocupado por la cordura de Terri.
Lo sé, Archie- dijo el joven a su suspicaz amigo, – comprendo que no suena muy lógico, pero sé que ella está ahí en ese barco, así como sé que estoy hablando contigo. Es como un lazo que nos une . . .no sé cómo explicarlo, ya ni siquiera trato de hacerlo porque estas cosas están más allá de la razón humana – y con estas últimas palabras el hombre dejó a sus amigos detrás, tratando de avanzar entre la multitud que ya se agolpaba sobre el desembarcadero donde el barco iba a anclar.
Los pasajeros ya estaban esperando sobre la cubierta del barco y agitaban sus manos con entusiasmo. Muchos de ellos eran inmigrantes quienes llegaban a América con todos sus sueños empacados en una pequeña valija, habiendo dejado atrás los tristes recuerdos de una Europa devastada. Otros eran veteranos de guerra regresando a casa después de haber sido heridos en el frente, algunas veces sin un miembro o cegados permanentemente. En cualquier caso, para la mayoría de los pasajeros aquel día era el comienzo de una nueva vida, ya fuese llena de esperanzas o de temidos retos.
Después de unos minutos, el barco finalmente ancló y la gente empezó a descender. Terrence miraba con ojos desesperados a cada rostro femenino que bajaba de la nave. Las azules niñas de sus ojos vagaban entre la multitud hasta que en la distancia distinguieron una melena dorada que flotaba en el viento invernal del medio día.
Una mujer parada en el embarcadero sintió una mano imprudente que la empujaba hacia un lado y ella se volvió para quejarse, pero solamente pudo ver cómo un joven continuaba su camino empujando a otros con las misma frescura mientras la multitud también lo estrujaba haciéndole más difícil avanzar.
A escasos metros de distancia, una muchacha trataba también de avanzar desesperadamente en dirección opuesta, entre la multitud confusa. Con una mano sostenía su ligero equipaje y con la otra intentaba abrirse paso.
¿Está usted loca, señorita? –preguntó un hombre frente a ella, molesto con el busco empujó en la espalda que le había dado la muchacha.
Lo siento mucho, señor – trato ella de disculparse con una sonrisa deslumbrante y un par de dulces ojos verdes que el hombre no pudo resistir – No quise empujarle.
No se preocupe señorita, pero tómelo con calma. Todos vamos a llegar tarde o temprano – se rió el hombre – Solamente espere un momento.
He estado esperando por este instante durante mucho tiempo, señor – replicó la muchacha sonriente. – Ahora, si me disculpa, hay un joven allá abajo que también está cansado de esperar – y diciendo esto último la chica se abrió paso dejando al hombre detrás.
¡Terri! – gritó sintiendo que el corazón se le iba a salir de la garganta. Los ojos parecían dilatársele de gusto al ver la figura del hombre que también estaba luchando por acercarse a ella.
¡Candy!- gritó él, al tiempo que olvidaba totalmente la amargura de los días anteriores ante la vista de la mujer que corría en su dirección. El corazón no le había mentido, así como tampoco lo había hecho en el pasado. Por cierta razón que él ignoraba ella no había viajado en el S.S. Reveer, pero en ese momento lo único que le importaba era que ella estaba a salvo y que gritaba su nombre llamándole.
A cierta distancia los otros dos hombres intentaban moverse entre la multitud mientras abrían la boca de incredulidad al escuchar el sonido de una voz conocida llamando a Terrence.
¡Terri! – volvió ella a llamarle, abriendo los brazos y arrojando a sus pies la maleta, al tiempo que un par de brazos fuertes rodeaban su cintura.
¡Candy, mi amor! – dijo Terri ahogando su voz en los rizos de Candy que caían libremente sobre los hombros y espalda de la joven.
Los gritos y miles de voces alrededor, la brisa congelada, el desagradable olor de los muelles, las noches sin dormir, todo parecía haberse desvanecido dejando solamente la sensación del calor de la joven rodeando a Terrence, mientras ella le echaba los brazos al cuello.
Candy se aferró al cuerpo del hombre, admirada de la precisa correspondencia de sus formas con las de él. Sintiendo que su perfume de lavanda le hacía cosquillas en la nariz y sus músculos presionaban los suyos en el abrazo, ella no pudo evitar la necesidad de buscar la boca de él en un movimiento casi inconsciente, encontrándose con los labios del joven a medio camino, porque él también había estado buscando un beso.
¡Te extrañé tanto! – murmuró ella y sus palabras se sofocaron en los ávidos labios de él sobre los suyos.
En el pasado, la joven se hubiese sentido muy apenada al ser besada en público, pero en aquel momento solamente podía sentir la urgente necesidad de estar junto a él, sin importar cuántos testigos hubiese alrededor. Él la acariciaba y ella respondía con igual cariño mientras las lágrimas de ambos se mezclaban en una sola corriente. No muy lejos de ellos, los dos Andley se habían quedado paralizados, pasmados ante la innegable y afortunada verdad. Candy estaba sana, salva y de regreso. No obstante, Archie no supo si sentirse feliz porque su antigua amiga estaba viva, o si herido al ver cómo la mujer que había amado desde su pubertad besaba apasionadamente a otro hombre. Un hombre que, para hacer las cosas aún más tristes, tenía todo el derecho de recibir las atenciones de la dama.
No puedo creer que estemos juntos – la joven murmuró cuando el hombre liberó sus labios para tomar aire, soltando un poco el abrazo. No fue hasta entonces que ella se dio cuenta de que él la había estado alzando en vilo para que pudiese alcanzarlo fácilmente. Las puntas de los pies de la muchacha apenas si rozaban el piso – El viaje tomó tanto tiempo y yo ansiaba tanto volverte a ver.
Estás aquí. Eso es lo único que me importa, – replicó él al tiempo que sus ojos trataban de memorizar cada línea en la apariencia de la muchacha aquel día, desde el sencillo abrigo gris que llevaba puesto, hasta la brillante sonrisa que tenía en los labios. El joven se dijo que ella estaba aún más hermosa que la última vez que la había visto. La joven, por su parte, lo miraba con el mismo cariñoso asombro, usando sus dedos para despejar la frente del joven de unas cuantas hebras castañas que le caían sobre el rostro.
Tu cabello – musitó riéndose - ¡Crece tan rápido!
No empieces con eso de nuevo, porque no pienso cortármelo. Ya no estoy en el ejército – bromeó él con una risa sofocada, sosteniendo el rostro de ella entre sus manos.
Me gustas de todos modos, – respondió ella sonriente, con un suave rubor cubriéndole las mejillas.
No tanto como tú me gustas a mí, – replicó él besándola nuevamente, pero cuando aún estaba gratificándose en la caricia, vino a su mente que los parientes de Candy estaban esperando detrás y terminó rompiendo el beso suavemente. – Candy, aunque quisiera tenerte sólo para mi durante los próximos cien años, creo que hay aquí dos de tus amigos que han estado esperando mucho tiempo para volverte a ver – le susurró él apuntando hacia Albert y Archie que estaban parados silenciosamente a unos cuantos metros de distancia.
¡ALBERT! – gritó de alegría la joven dejando los brazos de su esposo para abrazar al alto joven rubio, que derramó unas cuantas lágrimas silenciosas mientras la abrazaba.
¡Bienvenida a América, pequeña ,– murmuró el hombre enronquecido.
¡Ay Albert! ¡Te necesité tanto todo este tiempo! ¿Me perdonarás por partir sin haberte dicho nada sobre mis planes? – le preguntó ella mirando a los bondadosos ojos azules y descubriendo que estaban enrojecidos por las lágrimas.
¡No hay nada que perdonar, Candy!- sonrió él.
¿Por qué lloras, Albert? – preguntó ella asombrada porque nunca le había visto tan conmovido - ¡Este es un día feliz! ¡Vamos, alégrate
Tienes razón ,– el joven se rió disimuladamente dejando a la joven enjugar sus lágrimas con el pequeño pañuelo que había sacado de su abrigo. - Este es un día para celebrar. Vamos, saluda a Archie o se va a poner celoso si no le das algo de tu atención.
La muchacha dejó los brazos de Albert para ver al joven de cabellos color arena que la miraba enmudecido. En el tiempo que dura un suspiro, Candy recordó su infancia y todas las cosas que había compartido con su primo desde el día en que se habían conocido accidentalmente una mañana de primavera. Archie era, después de todo, uno de esos lazos dorados que la unían con su pasado y la gente que ella había amado y perdido alguna vez. Naturalmente movida por la familiaridad que los unía, la joven sonrió a su primo y lo abrazó fraternalmente.
También te extrañé mucho, Archie, – dijo rompiendo el abrazo sin notar cómo el joven se estremecía ligeramente bajo su contacto.
Yo . . .todos te extrañamos – dijo él tímidamente. – Chicago no el mismo sin ti.
Gracias por venir a recibirme, verte aquí me hace sentir como si Anthony y Stear también estuvieran aquí conmigo, – sonrió ella y Archie comprendió que a pesar de las nuevas distancias que lo separaban de la joven rubia, siempre habría un vínculo especial entre ellos dos. Desafortunadamente, el joven sabía que eso no le bastaba.
Estoy seguro que ellos también están aquí – replicó él melancólicamente, – pero por favor, ya deja de escapar de esa forma, porque no seremos capaces de soportar otra de tus sorpresas, – le advirtió él bromeando, en un intento por aliviar el nerviosismo que le invadía.
Te prometo que no volveré a dejar a mis amigos por tanto tiempo, – se rió ella, pero inmediatamente después sus ojos buscaron a su alrededor tratando de encontrar un rostro - ¿Dónde está Annie? – preguntó perpleja.
Bueno, no pudo venir con nosotros porque su madre ha estado un poco enferma, – mintió Archie como ya había sido previamente acordado, – nada de cuidado, pero ella no quiso dejarla sola. De todas formas, estará esperándote en el Hogar de Pony para esta Navidad. Prometiste pasar las fiestas con nosotros ¿Recuerdas?
La joven asintió sonriendo. Ni siquiera una sombra de duda o sospecha asomó a su mente y simplemente creyó todo lo que su primo le había dicho.
Candy, hay demasiada gente aquí, – dijo Terri acercándose a su esposa una vez que ella hubo saludado a sus parientes. – Creo que será mejor irnos – sugirió y ella apoyó la idea permitiendo que el joven le echara el brazo alrededor de los hombros. En brazos de Terri, la joven sentía que había llegado a casa.
De camino a la casa de la Sra. Baker, los tres hombres le explicaron a la joven lo que había pasado y cómo habían creído que ella había muerto. La rubia se sorprendió mucho al escuchar que el barco en el cual se suponía que ella viajaría había zozobrado en el Atlántico. Efectivamente, Candy había comprado un boleto para viajar en el S.S. Reveer, pero cuando estaba ya en Liverpool había conocido a un hombre que estaba tratando desesperadamente de conseguir un boleto para viajar a los Estados Unidos. Aparentemente, la madre de ese hombre estaba a punto de morir y él quería llegar a Nueva York lo antes posible para darle el último adiós. A pesar de todos sus esfuerzos, el hombre no había podido encontrar ningún lugar disponible y se le había dicho que no había esperanzas de encontrar boletos durante el lapso de una semana.
Conmovida por la tragedia personal de ese pobre hombre y siguiendo su naturaleza bondadosa, la joven le había ofrecido su boleto. Agradecido por el inusual gesto de amabilidad, el hombre le había prometido a Candy que él mismo se encargaría personalmente de avisarle a los parientes de ella que llegaría con unos días de atraso. Una vez que el hombre hubo partido, Candy consideró innecesario mandar un telegrama avisando sobre el asunto y en lugar de ello, simplemente dedicó su tiempo a buscar otra forma de regresar a América lo antes posible. Así pues, viajó a Southampton esperando encontrar otra alternativa para regresar a casa. Después de algunos días de búsqueda infructuosa la joven había encontrado un viejo barco de segunda clase que también transportaba carga y que dejaría el puerto el día 4 de diciembre.
¿Hubo algunos sobrevivientes? – preguntó Candy, sin poder evitar sentirse preocupada por el hombre que había tomado su lugar.
Sí, diez hombres solamente, pero no creo poder decirte sus nombres. Estábamos tan preocupados por ti que ya no hice más preguntas acerca de ellos, – explicó Albert con seriedad. Su voz había recobrado su ritmo y normal tranquilidad.
Podríamos preguntar a la Embajada Británica más tarde, si así lo deseas, – sugirió Terri.
¡Oh sí, por favor! Me sentiría muy mal si ese hombre hubiese muerto en mi lugar, – dijo la joven con tristeza.
Esperemos que él esté bien, pero si no es así, no debes sentirte culpable. Tú le hiciste un favor. No había forma en que pudieras haber sabido que el barco se iba a hundir. Esta clase de cosas son parte de la vida y tenemos que aceptarlas, – señaló Albert con su habitual sabiduría pragmática.
Es verdad, y en esta ocasión tu buen corazón te salvó la vida. Yo no me quejó al respecto, – comentó Terri besando a Candy en la mejilla espontáneamente. La joven se sonrojó ligeramente olvidándose temporalmente sobre el asunto.
Candy estaba tan venturosamente feliz sintiéndose de nuevo entre la gente que amaba que ni siquiera notó lo callado que Archie estaba y creyó al pie de la letra las excusas que él y Albert le habían dado cuando preguntó por qué Annie no había viajado con ellos. La muchacha habló y habló durante la cena haciendo planes para las fiestas mientras disfrutaba de las suaves caricias de Terri sobre su mano. La joven decidió que pasaría la Navidad en el Hogar de Pony y que después ella y su esposo regresarían a Nueva York para pasar el Año Nuevo con la Sra Baker, quien se sintió muy sorprendida de ser incluida en los planes de su nuera.
Así pues, los Andley determinaron regresar a Chicago al día siguiente para poder arreglar los detalles de la cena de Navidad en el Hogar de Pony, mientras que los Grandchester se quedarían en Nueva York por unos días más, a fin de que Candy pudiese descansar de su viaje, para luego alcanzar a sus amigos en Lakewood. Después de la cena Albert, Archie y George se despidieron porque partirían muy temprano al día siguiente. Más tarde, también los Grandchester dejaron la casa de la Sra. Baker.
Con la vivacidad que la caracterizaba, la joven miraba a través de la ventanilla del auto admirando las luces de la ciudad, el emblanquecido paisaje urbano con las calles nevadas y la decoración navideña en Central Park . El hombre a su lado la miraba en silencio, aún abrumado por la increíble realidad y un tanto ansioso de ver las reacciones de ella cuando llegaran a su casa en los suburbios de New Jersey.
El auto llegó hasta el puente Washington y la joven abrió la ventanilla para sentir la fría brisa sobre el río Hudson, mientras cruzaban a lo largo del puente. Unos minutos después se pudo distinguir con claridad que habían dejado la tierra de los rascacielos para entrar a un área residencial con verdes jardines, porches blancos y fachadas llenas de luces navideñas y adornos de la estación. El automóvil dobló en Columbus Drive y finalmente entró a la vereda pavimentada de una de aquellas casas. Antes de que el vehículo entrase en la cochera, la rubia le pidió al chofer que detuviese el auto y se apeó inmediatamente, deteniéndose en medio del jardín para observar con detenimiento al lugar que sería su hogar por muchos años.
Los ojos color esmeralda de la joven querían memorizar cada una de las líneas, luces y sombras de aquel cuadro enfrente de ella, para atesorarlo como la primera impresión del edificio que se convertiría en su hogar al momento de poner el primer pie dentro de él. Miró asombrada a la casa de tres pisos con techos recubiertos de teja, un pequeño porche al frente, ventanas francesas con postigos de madera y flores de nochebuena adornando los alféizares que contrastaban con las paredes blancas del exterior. Observó que había un ático en el tercer piso, robles sembrados alrededor de la casa, tanto en el jardín del frente como en el patio trasero, y algunos rosales que seguramente florecerían durante la primavera. En ese momento ella supo que el lugar era perfecto para criar a los hijos con los cuales ya soñaba. Volvió el rostro sonriendo y Terri respiró aliviado. La muchacha no necesitaba decir nada para que él comprendiera que el lugar le había gustado muchísimo. Sin embargo, Candy estaba tan enamorada que la choza más humilde le hubiese parecido un palacio.
Hace frío aquí afuera, – dijo ella con los ojos iluminados y extendiendo su brazo izquierdo para ofrecerle su mano al joven. – Entremos.
Él sonrió y tomando la mano de la muchacha caminó junto a ella hasta la puerta principal. El joven abrió la puerta y ella traspasó el umbral sintiendo que su corazón latía tan fuerte que pensó que los vecinos podrían despertarse con el golpeteo de sus latidos, aunque había un buen tramo de terreno entre casa y casa. Pero las sorpresas no terminaron ahí, cuando ella entró al vestíbulo y giró hacia su derecha pudo ver la sala de estar y su boca se abrió con asombro al ver la chimenea, los muebles y cada detalle en la habitación.
¡Terri! – le llamó ella aún pasmada – Este cuarto . . . es igual a . . .
La sala de la casa de mi padre en Escocia, – le ayudó él a terminar. – Si, traté de hacer mi mejor esfuerzo para reproducirla con la mayor fidelidad posible ¿Crees que logré buenos resultados? – preguntó sonriendo y recargándose sobre el marco de la entrada.
Diría que es perfecto – se río ella volviéndose de nuevo para mirar la chimenea, aún asombrada con el cuadro, mientras su mente volaba a los años de su adolescencia.
Él caminó lentamente hacia ella, contemplando su silueta serena, de pie en medio de la sala, mirando curiosamente todo a su alrededor. Aún envuelta en el abrigo de lana la cintura de la joven parecía imposiblemente pequeña y él podía deleitarse los ojos en la delicada curva de sus caderas. Cuando se hubo acercado lo suficiente hizo posar sus manos sobre los hombros de ella, murmurando a su oído suavemente.
Bienvenida a casa, amor.
Las palabras acariciaron la cremosa piel de la chica haciéndola estremecerse con el sonido de cada sílaba.
Permanecieron callados por un rato, el joven de pie detrás de la rubia mientras ella miraba la chimenea, comprendiendo ambos las palabras que no requerían ser dichas. Más tarde, ella desabrochó los botones de su abrigo y él la ayudó a quitárselo, colocándolo junto con su trinchera en un perchero cercano. La muchacha caminó silenciosamente llegando al primer peldaño de las escaleras que llevaban al segundo piso, y sintió claramente cuando la mano de Terri la tomaba por la cintura mientras ambos subían hacia la recámara.
Él la guió a lo largo del corredor hasta la alcoba principal y cuando ella abrió la puerta fue sorprendida por la placentera vista de una recámara decorada en blanco, contrastando con los muebles de madera y algunos acentos azules aquí y allá. En otras circunstancias Candy hubiese pasado un buen rato admirando cada detalle de la habitación, desde los amplios ventanales cubiertos con cortinas de encaje y terciopelo hasta el lecho con dosel. Pero la cálida presencia a su lado no la dejaba pensar en otra cosa que no fuese el encuentro íntimo que ella sabía claramente estaba a punto de darse. Sintió el aliento de él en su nuca y la manera en que tiernamente la hacía girar para mirarle a los ojos. Un sentimiento de déjà vu llenaba el ambiente y la hacía temblar ante la expectativa.
Él la sostuvo aún más de cerca de modo que podía murmurarle al oído con el tono más quedo y aún así ella era capaz de entender claramente sus susurros.
Tuve mucho miedo, – confesó él con un murmullo sofocado. – Sentía que estabas viva, en alguna parte, pero todas las evidencias decían que habías muerto. Estaba tan ofuscado, sin saber si debía creer a las voces en mi alma o a las pruebas que confirmaban que te había perdido para siempre.
La joven levantó el rostro para perderse en los ojos verde-azules que la miraban desde sus profundidades líquidas. Alzó su mano y acarició la mejilla del hombre con toda la dulzura de su corazón enamorado y poniéndose de puntillas rozó la mejilla de Terri con un suave beso mientras sus brazos le rodeaban el cuello.
Todo está bien ahora, mi amor, – le murmuró al oído, – todo estará bien de aquí en adelante,- lo tranquilizó ella con ternura.
Permanecieron abrazados sin decir palabra, simplemente saboreando su mutua calidez mientras los últimos vestigios de temor se derretían por dentro.
¿Sabes? – le dijo él finalmente, desatándose la corbata y tomando la cadena que llevaba por debajo de la camisa - Creo que esto te pertenece. Debo admitir que realmente funciona, - añadió, entregándole el crucifijo.
Entonces yo también tengo algo que debo regresarte – replicó ella y, sin darse cuenta de la sutil seducción implicada en sus movimientos, desabrochó los dos primeros botones de su blusa para quitarse la cadena de plata con el anillo de esmeralda, el cual devolvió a su dueño. El joven sonrió y tomó el anillo dejándolo descuidadamente sobre una mesa cercana, más interesado en el cuello nacarado que se había expuesto ante sus ojos.
Tú eres la joya que yo realmente deseaba recobrar, – le dijo él abrazándola de nuevo. Terri enterró su rostro en la rubia melena de la joven mientras su perfume de rosas le llenaba los sentidos despertando en él renovadas ansiedades.
Tu fragancia . . .- dijo él inhalando calladamente el aroma de los cabellos de la joven – el suave toque de tu piel . . . por favor, llama de nuevo mi nombre que necesito escucharte infinitamente para creer que estás aquí conmigo.
Terri – masculló ella – de verdad estoy aquí, Terri. Se acabó la separación . . . Terri.
Tu sabor – dijo él antes de que sus labios cubrieran los de ella con renovado ánimo. El hombre exploró con ardor dentro de la boca de la joven, ya incapaz de contener sus impulsos por más tiempo y Candy sintió que su cuerpo era envuelto por un calor que empezaba a crecer desde su abdomen, haciéndole sentirse mareada, al tiempo que las manos de Terri estrujaban sus curvas a voluntad. Ella cerró los ojos y se abandonó a la gratificante sensación de la boca de él ahondando en la suya liberalmente. No pasó mucho tiempo para que la joven respondiera a las caricias de su esposo con la misma pasión. - Te he deseado tanto que el cuerpo me dolía por no tenerte para verter toda esta ansiedad, – musitó él mientras su boca se hundía en el cuello de ella. La joven sentía con claridad la manera en que su cuerpo se rendía ante los avances de su marido, siguiendo su guía, dando y tomando en aquel intercambio amoroso. Caminaron con pasos lentos hacia la cama, quitándose con nerviosismo la ropa que se había vuelto innecesaria.
Los labios de Terri se arquearon en una sonrisa mientras con frenética ansiedad volaban sobre cada centímetro de piel increíblemente blanca, al tiempo que sus manos develaban el cuerpo femenino. Sonrió y rió suavemente, ahogando la risa en el misterioso valle donde el corazón de su esposa latía agitadamente. Sintió el fuerte golpeteo debajo de las formas voluptuosas que estaba saboreando con avidez, percibiéndola viva, a su lado, entregándose a él una vez más. Estaban juntos, en casa. La sonrisa se hizo más amplia y el gozo alcanzó nuevas alturas.
Candy tuvo que admitir que había deseado ese momento con todas sus fuerzas. Lo había soñado tomando su cuerpo del mismo modo en que lo hacía en esos instantes, pero siendo franca consigo misma, comprendía que sus sueños no se comparaban con la realidad. Recordó la primera noche que habían pasado en París y pudo sentir claramente que esta ocasión todo sería diferente. Él la desvestía con manos rápidas al mismo tiempo que consumía con labios ardientes cada milímetro de piel al ir descubriendo su cuerpo. Esta vez ella lo percibía más acucioso, casi rayando en la desesperación, pero la muchacha no se sentía atemorizada, sino igualmente deseosa de tomar y ser tomada.
Los largos meses que habían estado lejos el uno del otro, la angustiosa espera, la idea de que ella estaba muerta, las pesadillas que la muchacha había sufrido mientras él peleaba en Argona . . . . todos esos apesadumbrados temores que los habían perseguido y todas esas urgencias juveniles reprimidas por tanto tiempo colisionaron en un segundo y juntos dieron luz a una nueva hoguera. La flama se encendió con chispas nerviosas haciendo renacer la pasión franca, más intensa, más audaz, más abierta, sin temores. . . . sin otro límite que el deseo amoroso que los movía a complacerse mutuamente.
Atrapados en el sonido de una cuerda mágica que solamente sus corazones podía escuchar, los dos cuerpos no dejaron pasar mucho tiempo antes de comenzar a compartir su calidez. Afuera, una flota danzante de ligeros copos de nieve comenzaba a caer sobre el vecindario y el frío invernal congelaba las escasas hojas secas que quedaban en los robles del jardín trasero. Pero para los dueños de la casa el helado viento que barría su techo pasaba totalmente desapercibido, porque en la íntima alcoba, sus cuerpos desnudos se calentaban en un tierno abrazo, mientras sus piernas se trenzaban una con la otra bajo las frazadas y el fuego de la chimenea iluminaba la penumbra del cuarto blanco.
El cuerpo de él cubrió la curvilínea silueta de ella de modo que cada miembro del hombre hallaba su contraparte en la mujer. Las palmas de él se encontraron con las de ella, más pequeñas y suaves, y cada una de las yemas de sus dedos besaron las de ella, encendiendo la piel de la joven. El índice derecho del joven sintió la argolla de matrimonio en el dedo de la muchacha, diciéndole con su toque metálico que no estaba viviendo un sueño. Le hacía el amor a su esposa en el mismo lecho donde la había soñado con desesperanzado dolor por tantas ocasiones. Debajo de él, ella disfrutaba sus amorosos movimientos interiores, rindiéndose totalmente ante las sensaciones que compartían, al mismo tiempo que él era acariciado por ella en la forma más íntima que una mujer puede hacerlo.
Por la pasión expresada en los suaves gemidos de ella, él supo que su mujer estaba lista para conocer en sus brazos las más atrevidas caricias que el amor puede inspirar. Sonrió otra vez, sabiendo que aún tenían que aprender juntos muchas nuevas formas de complacerse el uno al otro. Pero no tenían prisa, la noche era aún joven y después de esa vendrían otras muchas noches más. Así que se amaron irreverentemente, de la manera fresca y pura con la cual concebían el amar y ser amados, de un forma que podría haber escandalizado a los puritanos y mojigatos de su tiempo, de la manera que Dios diseñó el amor en su toda su perfección.
Se entregaron el uno al otro, rieron y bromearon y conversaron y se confiaron mutuamente sus secretos, compartieron su música interior viajando en la marea de un pacífico sueño. El primer sueño absoluto y total que él pudo conciliar en mucho, mucho tiempo. Lo último que él pudo recordar de ese momento fue el peso de una cabeza dorada que descansaba sobre su pecho desnudo y el callado sonido de la respiración de Candy mientras dormía.
La muchacha se sentó en la cama y contempló la vista del joven abandonado a sus sueños, los cuales ella adivinaba placenteros porque él parecía profundamente dormido y tranquilo. Ella observó en silencio la delicada línea de su perfil y el cabello sedoso que llegaba al cuello, resplandeciendo con las ya tímidas llamas en la chimenea. La joven inclinó su cabeza y suavemente depositó un beso en la mejilla del hombre.
Dulces sueños, Terri – musitó.
La rubia miró alrededor del cuarto en penumbras y una idea le vino a la mente. Caminó lentamente hacia una de las puertas esperando que fuese la entrada al baño y para su suerte no se había equivocado. Algunos minutos más tarde salió de la ducha envuelta con una toalla blanca y con su cabellera ingobernable cayendo en rizos húmedos sobre su espalda semidesnuda y sufriendo escalofríos. La mujer se secó el cabello con la toalla y comenzó a preguntarse dónde el chofer había dejado su equipaje. Miró alrededor pero no lo encontró por ninguna parte.
¡Grandioso! – se dijo, - ahora estoy desnuda, con frío y mis pijamas están perdidas.
Fue entonces cuando observó que había un gran cofre de madera cerca del pie de la cama. Encima de éste, alguien había dejado un juego de pijamas limpias, tal vez la mucama. Pensando que en ese instante cualquier cosa sería mejor que nada, la joven decidió probarse la ropa. No obstante, cuando se dio cuenta de que eran demasiado grandes para ella, simplemente se puso la camisa dejando de lado los pantalones. Un par de pantuflas de piel también demasiado grandes para su pie, que encontró cerca del cofre, completaron su gracioso atuendo.
Candy dejó la recámara y se dirigió hacia la planta baja, encendiendo las luces mientras caminaba a lo largo de los corredores y hacia las escaleras. La joven miró a su alrededor con ojos curiosos. Se había decidido a tener una gira personal en su casa, ya que su esposo no le había permitido observarla bien cuando habían llegado. Aunque ella no tenía de qué quejarse.
Dejó atrás la sala y continuó por el comedor y luego la cocina, dándose cuente de cuán grande era el lugar y preguntándose cuánto tiempo le tomaría limpiarlo. Había escuchado que Terri tenía algunos empleados que cuidaban de la casa y se cuestionaba cómo sería para ella llevar una casa con sirvientes y todo. Era curioso, pero aún cuando Candy había vivido como una Andley por algún tiempo, nunca había tenido que administrar una casa. La vida era mucho más simple teniendo solamente un pequeño apartamento que ella podía cuidar por sí sola, pero por supuesto, ese lugar tan reducido no hubiese sido muy apropiado para criar una familia.
¿ Cómo hace la tía abuela Elroy para administrar tantos empleados?- inquirió ella y luego no pudo evitar una risita imaginándose a sí misma en los zapatos de la anciana, mandando a todos con un gran ceño fruncido y la nariz muy en alto. – No, no creo que yo pueda ser como ella jamás, – concluyó con una sonrisa amplia mientras contemplaba los artículos de cocina y la decoración.
Deambuló por los cuartos por un buen rato, encontrando que las otras recámaras en la segunda planta estaban sin amueblar y que el ático estaba prácticamente vacío. Continuó su gira hasta descubrir una habitación, que a diferencia del resto de la casa, tenía un carácter particular que hablaba de su dueño con innegable fidelidad.
Había un gran librero con puertas de cristal, una chimenea de piedra decorada con tartanes sobre la parte superior y un par de vitrinas llenas de papeles, más libros y toda clase de "souvenirs", seguramente producto de los continuos viajes de Terri a lo largo del país. En una de los rincones de la habitación y justo cerca de la ventana, había un elegante escritorio con una máquina de escribir, más pilas de papeles sobre algunas plumas y otros artículos de papelería enterrados entre los papeles. Frente a la chimenea había un sofá que hacía juego con el resto de la tapicería del mobiliario y con el tapete persa que descansaba sobre el pulido parquet del piso. Tres lámparas de pie colocadas en lugares estratégicos junto con un candelabro iluminaban el cuarto y un fonógrafo descansando sobre una mesita terminaba la composición del conjunto.
Candy husmeó por un rato hasta que sus ojos fueron cautivados por un barco a escala que decoraba la repisa de la chimenea. Se acercó y sus ojos verdes se abrieron con asombro al darse cuenta de que era un modelo del Mauritania. La mirada de la joven recorrió la cubierta de primera clase mientras las memorias le inundaban la mente.
¡No puedo creerlo! – se dijo profundamente conmovida, en tanto que las yemas de sus dedos tocaban el juguete con suaves gestos – Nunca pensé que él recordara estas cosas tan claramente . . . ¡Es el barco en donde nos conocimos!
Candy se quedó de pie ahí, mirando al pequeño trasatlántico por un rato hasta que se cansó y decidió sentarse en el sillón que seguramente era el lugar de Terri mientras trabajaba. Como la mujer normalmente curiosa que era, la rubia no pudo contenerse por mucho tiempo antes de terminar fisgoneando en los papeles que cubrían la mesa. Encontró una copia de "La fierecilla domada" toda llena de frases subrayadas y notas al margen con una letra que ella conocía bien. Junto al libreto, había una agenda con una lista de citas, la ensayos en su mayoría, ya concertadas para el mes de enero.
La joven continuó su inspección hasta que se encontró un manuscrito el cual era obviamente una obra de teatro, pero la mayor parte del guión estaba escrito a mano.
Veamos. . . ¿Qué podría ser esto? – dijo en voz alta leyendo el título, "Reencuentros... Nunca he escuchado de esta obra.
¿No sabes que husmear en la propiedad privada de otras personas no es de gente educada? – preguntó una voz masculina con acento airado que hizo que la rubia diera un brinco del susto.
¡Terri! – protestó la mujer - ¡Me asustaste! – le dijo al hombre que estaba de pie frente de ella, vestido solamente con los pantalones de las pijamas que ella había dejado sobre el cofre.
¡Eso era lo que yo quería lograr! – se rió de buena gana, muy divertido ante el rostro asombrado de Candy - ¿Qué la Srta. Pony nunca te dijo que no es propio de una dama andar curioseando como tú lo estabas haciendo?
¡Muy gracioso! – respondió ella enseñándole la lengua – Yo solamente . . . – hizo una pausa como dudando – Yo simplemente no podía dormir, eso es todo.
Y pensaste que mi estudio sería buen lugar para divertirte. Realmente estoy enojado con usted señora Grandchester, – la regañó él frunciendo el ceño con fingida seriedad.
¡Vamos, no frunzas los labios de esa forma! – dijo ella con voz dulce, parándose y caminando lentamente hacia él – te vas a poner arrugado y feo si armas una tormenta en un vaso de agua, – sonrió cautivadoramente mientras acariciaba suavemente el pecho desnudo del joven – Di que no estás enojado – rogó juguetona.
Aún lo estoy – se resistió él, aunque ya estaba sosteniéndola en los brazos.
Di que no estás enojado – repitió ella y el hombre, que ya era malvavisco derretido para entonces, se rindió al beso que ella había comenzado.
¿Cómo podría estar enojado contigo? - claudicó él apretando el abrazo.
¡Ay Terri, eres mejor persona de lo que estás dispuesto a aceptar! – la mujer se rió jugando con el cabello de él cuando sus labios se separaron.
¿De verdad? ¿Y qué hice para merecer ese cumplido? – preguntó él divertido.
Bueno, muchas cosas, pero la última que descubrí fue esta – dijo ella señalando al trasatlántico a escala.
¡Ay, ya veo! – respondió dándose cuenta de lo que ella quería decir. – Es curioso. Cuando compré este juguete nunca me imaginé que tú llegarías a verlo.
¿En serio? – la mujer preguntó confundida. – Pensé que lo habías comprado para darme una sorpresa.
No, siento desilusionarte señora, pero . . . fue – dudó él rascándose la sien - . . .algo así como un capricho que yo me concedí a mi mismo cuando compré esta casa, digamos que como un recordatorio.
Quieres decir que compraste este barco durante el tiempo en que . . . – trató ella de decir pero luego se interrumpió a sí misma en medio de la frase.
La respuesta es si – replicó él comprendiendo lo que ella había querido decir, –durante la época en que estuve comprometido con Susana, – dijo él con cierta reticencia. – Esta era la clase de cosas sin sentido que yo solía hacer por tu culpa – agregó el hombre con un tono más alegre.
Terri, – musitó ella desconcertada.
Veamos si puedo explicártelo – respondió el joven tomando la mano de la chica y conduciéndola hasta el sofá, donde ella se sentó mientras él encendía la chimenea. – Una vez me dijiste que pensabas en mi cuando estábamos separados, aún si no querías hacerlo ¿Estoy en lo correcto?
Es verdad.
Bueno, a mi me pasaba lo mismo y por algún tiempo luché contra ese sentimiento, pensando que tenía que olvidar todo lo relacionado contigo, – Terri continuó en tanto que el fuego comenzaba a crujir en la chimenea y él se sentaba junto a ella. – Después me di cuenta de que era imposible y decidí que era mejor aceptar que, a pesar de la distancia y las circunstancias, tú siempre estarías en mi corazón. Más tarde, cuando compré esta casa que creí en su momento seria un hogar para Susana, me dije secretamente que también sería un lugar que pudiera recordarme que alguna vez yo había conocido el amor verdadero. Así que, hice construir ese salón como la sala de la mansión de mi padre en Escocia, compré el barco que encontré accidentalmente en una tienda de antigüedades y algunas otras cosas más. Solamente para tener algo que me hablara de ti todos los días, y así yo estaría cerca de ti de alguna forma. Sé que no era muy sensato y que definitivamente no me ayudaba en mi relación con Susana, pero no podía evitarlo. Uno más de mis excentricidades, supongo ¿Tú qué crees? – concluyó lanzando a la joven una mirada interrogadora.
Pienso que te amo con todas tus excentricidades, Terri – replicó ella dulcemente, pero luego se detuvo por un segundo.
¿Qué? – inquirió él curioso.
Mencionaste que también compraste "otras cosas", – replicó ella inquisitiva.
¡Así que tienes curiosidad! – se rió él.- Te podría decir ¿pero qué ganaría yo si te confío mis secretos?
Te compensaría con mis propios secretos. Hay un diario que escribí para ti, el cual cambiaría gustosa por una confesión tuya, – lo chantajeó ella.
Entonces fue el turno de Terri de sentirse igualmente curioso y finalmente sucumbió mostrándole a Candy los pequeños detalles que estaban esparcidos por la habitación. En uno de los cajones había un cofre con las cartas que la joven le había escrito al actor desde Chicago y un montón de papeles garrapateados, en los cuales él le había escrito a la muchacha como si hubiese podido conversar con ella. En aquellas líneas él le explicaba cómo había seleccionado la casa como si hubiese sido para ella, con árboles que ambos pudiesen trepar y cerca de pequeñas lagunas artificiales, porque a ella le gustaba la vista del ocaso sobre las aguas. El joven también le refirió la historia de cómo había hallado la reproducción a escala del barco donde se habían conocido y un disco con el mismo vals que habían bailado por primera vez.
Leyendo las cosas que él había escrito y escuchando sus confesiones, la joven no pudo evitar que el corazón se le hiciera un nudo, dándose cuenta al mismo tiempo de cuán penosa había sido la vida para Terri durante todo aquel tiempo de separación, y también, cuán triste había sido la suerte de Susana, amando a un hombre que nunca fue capaz de corresponderle con la misma devoción. Afortunadamente, el joven actor nunca le contó a su esposa que Susana había descubierto sus secretos encerrados en el estudio. Consciente de la sensibilidad de Candy, Terri decidió reservarse el asunto, sabiendo que no tenía caso atribular el noble corazón de la joven con ese desdichado recuerdo. Después de todo, el joven sentía que los errores pasados, los cuales ya nadie podía remediar, debían de ser dejados atrás.
Terri – susurró la muchacha cuando terminó de leer al tiempo que una lágrima corría por su mejilla.
¡Vamos! – le dijo él tiernamente, temeroso de haber lastimado el alma sensible de la muchacha. – No te enseñé todo esto para hacerte llorar. Estamos juntos ahora. Eso es lo que cuenta.
¡Te quiero tanto! – fue todo lo que ella pudo decir mientras lo abrazaba fuertemente, deseando poder borrar las pasadas penas que él había sufrido.
Él la recibió en sus brazos, meciéndola suavemente, mientras su silencioso calor les ayudaba a ambos a comprender que los pasajes tristes ya había sido escritos, pero estaba en sus manos continuar la historia de una mejor forma. Permanecieron abrazados por un rato, pero un segundo después él recordó el diario que ella le había prometido darle.
Me debes algo, si mal no recuerdo, y quiero que me lo pagues ahora, – exigió en un tono más alegre.
Sólo déjame ir a buscarlo – replicó ella saliendo del estudio y corriendo hacia la sala donde había dejado su bolso. Cuando Candy regresó, reunió el valor para explicarle a su marido que le había mentido, o más bien, ocultado la verdad sobre el tiempo que había estado trabajando en el hospital ambulante, durante sus últimos días en Francia. El joven la escuchó y leyó en silencio las páginas del diario.
Entonces . . .- le instigó ella a hablar cuando el hubo terminado de leer - ¿Me perdonarás por haberte mentido?
Candy, estabas arriesgando tu vida y me negaste el derecho de saberlo, – respondió él en un reproche.
Lo sé, Terri, pero no quería que te preocuparas por mi, – replicó ella bajando los ojos.
¿Vas a hacer eso cada vez que tengas un problema? ¿Me lo vas a ocultar para que no me preocupe? – preguntó seriamente, poniéndose de pie y dejando el diario sobre el escritorio, claramente disgustado. Sintiendo que esta vez él no estaba jugando, ella lo siguió tratando de encontrar la forma de hacerle olvidar el asunto.
Prometo que no será así, amor. Fue sólo por esta vez porque no había nada que tú pudieras haber hecho por mí. Saberlo solamente hubiese hecho tus días en el frente aún más difíciles, – respondió ella con tono meloso mientras dibujaba pequeños círculos con su dedo índice sobre el pecho del joven.
¡No hagas eso! – le dijo él con una ligera sonrisa apenas apareciendo en su rostro.
¿Hacer qué? – preguntó ella con sus labios haciéndole cosquillas al oído del joven.
Ablandar mis defensas de ese modo – se rió él.
¿Eso hago? – dijo con ella con voz apagada - ¿Quiere decir que me perdonas?
Quiere decir que no hay nada que perdonar. Comprendo que lo hiciste porque me amas. Sólo no lo vuelvas a hacer . . . y – se detuvo él al ser interrumpido por un beso en los labios.
¿Y . . .?
¡Y tú eres una bruja pecosa llena de trucos sucios! – dijo él levantándola por la cintura y llevándola a recostarse en el sofá, donde continuaron sus juegos amorosos hasta que sintieron frío y regresaron al calor de la cama.
Terri – preguntó ella acunándose en los brazos de él.
¿Ummm? – replicó él medio dormido.
¿Qué es esa obra escrita a mano en el estudio? – preguntó ella – la que se titula "Reencuentros"
¿Leíste eso? – inquirió él sorprendido.
Nada más el título, – respondió con ojos inocentes - ¿ Hice algo indebido?
Bueno, no exactamente. Es . . . – se detuvo un instante – es algo que escribí . . . como una sorpresa para ti. Pero aún tengo que terminar algunos detalles – explicó.
¡¿Escribiste una obra? – saltó ella sobre la cama abriendo los ojos tan ampliamente que Terri pensó que se ahogaría en una laguna verde.- Nunca me imaginé que te interesarías en convertirte en escritor.
Es nada más un experimento – le dijo él riéndose disimuladamente, – no sé si llegue alguna vez a ser considerado un dramaturgo, es sólo una de esas cosas que tienes que probar al menos una vez en la vida.
Como la primera vez que Albert fue a África, supongo – replicó ella descansando la cabeza sobre el pecho de él – aunque nunca se sabe a dónde puede llevarte ese tipo de experimentos.
Creo que voy a correr el riesgo, - respondió el joven – no es la gran cosa y ni siquiera sé si tendrá buena acogida. Los críticos pueden ser muy duros con los escritores noveles, – explicó con un dejo de inseguridad
¿Y qué sería más importante para ti? – preguntó ella curiosa - ¿La opinión de los críticos o la del público?
Él sonrió comprendiendo que el aparente comentario inocente de ella tenía un trasfondo inteligente.
Algo para reflexionar ¿eh? – dijo él besándola en la frente.
Tal vez, pero hay algo que aún no me has explicado – continuó la muchacha – Dijiste que escribiste la obra como una sorpresa para mi ¿Quiere decir que me la vas a dedicar? – preguntó con una suave sonrisa.
Sí, con cariño para la fastidiosa niña pecosa, – respondió el carcajeándose mientras acariciaba la mejilla de ella con el dorso de su mano.
¡Oye! Eso no suena muy romántico – se quejó ella
Ummmmm...tal vez cambie la dedicatoria, pero tienes que inspirarme – insinuó él con una mirada maliciosa.
¿Así? – inquirió ella besándole en la mejilla.
Ese intento fue muy debilucho. Podrías hacer algo mejor, – replicó él en tono de broma. – Yo quise decir algo como esto – dijo tomándola de sorpresa y besándola como si fuese la última vez que iba a hacerlo. Ella respondió a su caricia olvidándose por un rato de su curiosidad.
¡Espera! – dijo finalmente interrumpiendo el beso - ¿Cuándo podré leer la obra?
Pronto, cuando la haya terminado. Te prometo que tú serás la primera en leerla, pero ahora sigue convenciéndome. Te doy de plazo hasta que despunte el alba.
Parte III
En casa
Una gruesa capa de nieve cubría el paisaje que la limusina cruzaba lentamente. Era una mañana soleada y las luces reflejadas sobre la nieve brillaban entre la arboleda. La anciana estaba sentada en su mecedora mientras trabajaba en el bordado que tenía en las manos. Con dedos diligentes movía la aguja creando complicadas figuras mientras añadía una puntada a la otra. Sabía que el tiempo se le acababa y tenía que trabajar sostenidamente si quería terminar su labor manual y tenerla listo para el día señalado.
El sonido de unos pasos femeninos se escuchó en el pasillo y un segundo más tarde alguien llamó a la puerta con urgencia.
Adelante querida – le llamó la anciana y una joven con cabello negro sostenido en una cola de caballo y bellamente adornado con listones de seda entró en el cuarto.
¡Señorita Pony! – llamó la muchacha respirando con dificultad a causa de la emoción - ¡ Ya viene! ¡El auto acaba de dar la vuelta en la curva!
¡Dios mío, Annie! ¿Estás segura? – preguntó la dama dejando de lado el bastidor en el cual había estado trabajando.
¡Totalmente! Venga usted conmigo, Srita. Pony ¡Salgamos a recibirla! –dijo la joven morena ofreciendo su mano delicada a la anciana, que se sostuvo de ella con gesto nervioso, al tiempo que ambas mujeres salían de la habitación caminando hacia la entrada principal.
¿Te encuentras bien, Annie? – preguntó la Señorita Pony mientras caminaba a lo largo del corredor sintiendo que la mano de Annie flaqueaba.
Es sólo que me siento nerviosa. No sé si podré fingir que todo está bien entre Archie y yo – confesó.
No te preocupes, mi niña – dijo la Señorita Pony tratando de animar a la joven – Todos te ayudaremos con tus planes. La Hermana María y yo estamos muy orgullosas de tu valor.
Annie sintió, agradeciendo en silencio por el apoyo de la Señorita Pony.
Afuera, una pequeña multitud se había ya reunido en el patio. Los niños mayores ayudaban a los más pequeños a trepar sobre la barda para que pudieran ver mejor al lujoso auto que se acercaba a la casa. La Hermana María observaba calladamente apretando su pañuelo con ambas manos como si quisiese sacarle jugo. Annie y la Señorita Pony se unieron al grupo y la anciana limpió sus anteojos con su delantal, intentando distinguir qué era aquella manchita rosa, como una bandera ondeando al viento, que colgaba de una de las ventanillas del automóvil.
Conforme el auto se acercaba, la Señorita Pony pudo percibir que aquel pendón rosa era una lazo de chifón que adornaba un elegante sombrero sobre una cabellera rubia, cuyos rizos también ondeaban al aire.
¡Es nuestra Candy, Hermana María! – chilló la Señorita Pony, su voz desvaneciéndose entre los muchos gritos que saludaban a los recién llegados. Una mujer envuelta en un fino atuendo rosa y gris salió del vehículo, ayudada por un joven de cabellos castaños y porte distinguido.
Dos hombres rubios se apearon también del auto, pero aún cuando los niños sonrieron saludándoles con afabilidad, era obvio que el centro de atención en aquella mañana era la joven rubia con brillantes ojos verdes, quien besó cada mejilla sonrosada que la recibió con inocente afecto. Algunos niños nunca la habían visto antes porque se habían convertido en pensionados de aquella casa durante el tiempo en que la joven había estado ausente, pero habían escuchado las historias sobre la vivaz lidereza cuya memoria estaba siempre en la boca de todos aquellos que habitaban el Hogar de Pony.
Cuando la joven hubo saludado a cada chiquillo, comenzó a caminar hacia las figuras que la estaban esperando en la entrada. Las pupilas verdes miraron las tres mujeres tan distintas cuyas oraciones le habían dado fuerza durante los duros momentos que había vivido en Francia. Era casi un sueño ver aquellos rostros sonrientes, aquellas miradas cariñosas que ella había extrañado con todas sus fuerzas. Queridos e inolvidables rostros que ella amaba desde su infancia y que estaban ahí, saludándola y diciéndole calladamente "bienvenida a casa, Candice White"
¡Candy!- gritó la Señorita Pony con voz enronquecida, dando un paso al frente. La joven corrió hacia la anciana con sus ojos de esmeralda llenos de lágrimas.
¡Señorita Pony! ¡Señorita Pony! – gritó Candy al viento invernal - ¡Soy yo, Señorita Pony! ¡Candy! ¡Estoy de regreso! – repetía la rubia entre sollozos al tiempo que llegaba a los brazos de la mujer, sintiéndose de nuevo como una niña pequeña que acaba de despertarse de una pesadilla encontrándose en los brazos de su madre.
¡Mi niña! ¡Mi querida niña! – lloraba la Señorita Pony abrazando a Candy con ternura.
¡Candy, mi pequeña granuja!- la llamó la Hermana María y Candy abrió los brazos para incluir a la religiosa en el abrazo.
¡Hermana María! ¡Señorita Pony! ¡Mis madres! ¡Mis queridas madres! – fue todo lo que Candy pudo decir sintiendo que el dolor existe en este mundo solamente para enseñarnos a apreciar mejor los momentos felices que compartimos con aquellos que amamos.
Las tres mujeres permanecieron abrazadas por un buen rato hasta que aparentemente sus ojos acabaron por derramar todas las lágrimas que habían reprimido por casi dos años. Luego, la anciana soltó a la muchacha para observarla mejor. Se le veía más alta y espigada. Los días de trabajo duro seguramente la habían debilitado un poco, haciendo que sus mejillas luciesen un tanto más pálidas y acentuando su tez ya de por sí increíblemente blanca. Sin embargo, ella aún conservaba ese aire brioso y el natural rubor que coloreaba sus labios. Además, había un nuevo y chispeante lustre en sus ojos verdes que las dos damas nunca habían visto antes en Candy, el cual la hacía lucir aún más admirablemente hermosa. Era un cierto tipo de aura refrescante que invadía la presencia de la joven y contagiaba a todos a su alrededor con una inexplicable sensación de jovialidad y contento.
¡Luces tan bella y distinguida, mi niña! – fue todo lo que la Señorita Pony pudo decir antes de que la esbelta figura de la joven morena se acercara al trío.
¡Annie! ¡Mi querida Annie! – dijo Candy adelantándose para abrazar a su amiga de la infancia.
La joven morena abrazó a Candy casi con desesperación pensando que aquel momento le concedía la excusa perfecta para dar rienda suelta a sus tristezas en los brazos de su mejor amiga. Annie lloró abiertamente, sintiendo que la fuente de fortaleza que había extrañado por tanto tiempo había regresado a ella. No obstante, Annie no planeaba ventilar sus penas sobre los hombros de Candy como en el pasado. Todo lo contrario, la muchacha estaba resuelta a esconder sus problemas de la rubia y enfrentarlos por sí sola. Aún así, solamente el sentir a Candy a su lado, le daba a Annie renovados ánimos para continuar por el camino que ella había escogido y llorar en los brazos de su amiga, aún si fuese solamente por un corto instante, era una clase de liberación que Annie necesitaba urgentemente.
¡Ay Candy! ¡Te extrañé tanto! ¡Todos estábamos preocupados por ti, muchacha terca! – dijo Annie sollozando suavemente, aún aferrada al cuello de Candy.
¡No me lo reproches ahora, Annie! No fue mi intención hacerles sufrir por mi culpa. Es sólo que tenía que estar ahí. Yo no lo sabía cuando me fui, pero tenía una cita con el destino a la que no podía faltar. Tú me comprendes ¿No es así? – preguntó Candy tratando de ver a Annie a los ojos.
Es verdad, Candy – admitió Annie con una tímida sonrisa iluminando su rostro como el sol en un día lluvioso – ¡Estoy tan feliz de verte que no puedo parar de llorar! - añadió entre sollozos
Vamos, no seas llorona y entremos a la casa. Traje regalos para todos – dijo la rubia sonriendo y toda la multitud detrás la siguió al interior de los muros del Hogar de Pony. La enorme perra que Candy había heredado de su primer paciente, a pesar de su ya avanzada edad, saltaba entre las piernas de todos mostrando su gran alegría por la llegada de la única persona que reconocía como ama, después de tanto, tanto tiempo.
La Navidad en el Hogar de Pony no había sido nunca tan perfecta ante los ojos de Candy desde los días en que Annie y Tom vivían con ella en la casa. La Señorita Pony y la Hermana María se veían exactamente iguales como la muchacha las recordaba antes de su partida a Francia, pero sus rostros denotaban una alegría extraordinaria nacida del lujo inusual de tener juntos a sus hijos más queridos. Albert estaba radiante, transpirando satisfacción y alivio por cada uno de sus poros, lo cual hacía sentir a Candy profundamente feliz. El Sr. Cartwright y Jimmy se unieron al grupo aquel mismo día, y la joven rubia se sorprendió placenteramente al darse cuenta de que el muchacho estaba creciendo tan rápido que ya casi parecía un adulto. Annie y Archie estaban también a su lado y para mejorar las cosas aún más, Patty, Tom y la abuela Martha O'Brien llegaron también durante la mañana. Pero el broche de oro era seguramente el hecho de tener consigo al hombre que amaba y que en su interior la joven comenzaba a sentir cómo una nueva esperanza iniciaba su crecimiento. Era sólo un presentimiento, pero apenas si podía contener su secreto gozo.
Era imposible presenciar la encantadora escena en el pequeño edificio y no sentir aquella calidez y contento ante el bello cuadro doméstico. Todas las damas participaron preparando la cena navideña. La Señorita Pony horneó su famosa tarta de Navidad, la Hermana María hizo su relleno especial para los pavos que Candy sacrificó con mano firme e impávida. Annie preparó la ensalada, Patty un delicioso puré de papas y la abuela Martha se hizo cargo del ponche con el peligroso resultado de que la pícara viejita le puso demasiado brandy haciendo la bebida demasiado fuerte para las damas.
Durante la tarde las tres muchachas adornaron el árbol de Navidad que Albert había traído de Lakewood. Candy trepó en una silla y luego a la chimenea con natural soltura de movimientos para coronar la punta del árbol con una estrella titilante, mientras sus dos amigas se divertían mirándola. Más tarde, todo el grupo se reunió en la sala para escuchar a la rubia narrar sus historias sobre una terca enfermera de ojos cafés que habían encontrado su propio camino en Francia, un valiente doctor que salvó la vida de una chica en una trinchera oscura o un camión que se quedó atorado en la nieve.
Sentado junto a la joven, Terri escuchaba en silencio, mientras varios pares de ojos juveniles le observaban con miradas recelosas. Los niños mayores aún no habían digerido la idea de que Candy estaba casada, y todavía estaban considerando si iban a aprobar y aceptar al nuevo miembro de la familia de Pony, cuyos movimientos parecían impregnados de una inconsciente elegancia, algo similar a la del Señor Cornwell, pero con un distintivo aire de insolencia.
Sin embargo, los invisibles lazos que unían al hombre con la rubia eran tan fuertes que los niños, siendo los seres sensibles que siempre son, poco a poco percibieron que nadie que pudiese amar a Candy con tan evidente intensidad, debería ser rechazado por ellos. El hielo terminó por romperse cuando la joven le dijo a los niños que Terri había luchado en el frente, noticia que fue recibida con los mas atónitos rostros, incluyendo el de Jimmy, y seguida por un gran número de preguntas que el joven respondió gustoso. Terri era un narrador natural y con mente rápida seleccionó aquellos fragmentos de la realidad que podían ser interesantes y no demasiado crudos para el joven auditorio. Pronto, toda la audiencia, tanto niños como adultos, estaba totalmente fascinada en el relato, cautivada por la experimentada voz del hombre, quien sabía cómo llegar a los corazones de las personas y seducirlas con su rico repertorio de modulaciones.
Todos estaban tan ensimismados en las anécdotas de Candy y Terri que solamente Annie notó cuando Archie dejó la habitación mientras una sombra de tristeza le cruzaba el rostro. La joven morena suspiró imperceptiblemente e hizo el esfuerzo de concentrarse de nuevo en la conversación. A pesar de su corazón herido, había decidido que era mejor dejar a Archie solo con sus demonios personales.
El joven caminó distraído a lo largo de estrecho pasillo de madera, con las manos enterradas en los bolsillos. En su mente, recordó las múltiples escenas que había presenciado durante esos días, en las cuales Candy mostraba abiertamente su afecto hacia su esposo. Cariñosa y dulce como siempre había sido, la joven no dejaba pasar oportunidad para mirar a Terrence con ojos amorosos, regalarle una sonrisa especial, reírse con él como si compartieran bromas secretas que solamente podían entender con una mirada o, cuando ella pensaba que nadie la estaba mirando, mimarlo con ternura y algunas veces con un dejo de pasión. El joven actor, por su parte, no desperdiciaba la ocasión de tomar su mano o robarle un beso rápido con el consecuente sonrojo de la muchacha.
Las entrañas de Archie hervían de celos y dolor con cada uno de esos despliegue públicos de afecto, pero inconscientemente, con cada nueva prueba del amor de Candy por Terri, el joven millonario comenzaba a sentir que una enorme barrera crecía separándolo más y más de aquella mujer tan locamente enamorada de otro hombre. Aún así, su pecho aún le dolía tanto que era imposible mirar estoicamente.
¿Alguna vez aprenderé a olvidar este sentimiento, Candy? . . . Este amor que la vida ha vuelto prohibido . . . Este amor no correspondido que nunca me ha traído más que ansiedades y recuerdos agridulces, y ahora me paga con indiferencia. – se dijo y suspirando profundamente para ganar fuerzas, regresó a la sala.
Antes de la cena tres nuevos invitados llegaron inesperadamente. Eran Marvin Steward y dos hombres mayores, uno era bajo con barba canosa y expresión serena y el otro alto y con un poco de sobrepeso. Terrence y Albert, quienes parecían ser las únicas dos personas en el grupo que no se sorprendieron con las visitas, presentaron a los caballeros a la audiencia.
El señor Stewart era el abogado de mi padre y ahora administra mi pequeña fortuna en Inglaterra, – explicó Terri con sencillez- Le pedí que viniera a América con el propósito de reorganizar algunos de mis negocios, pero también para ayudarme en cierto asunto que no tuve tiempo de arreglar con anticipación. Pero por favor Candy, no me mires con esos ojos – el joven dijo defendiéndose cuando se dio cuenta de la expresión de la mujer. – No es exactamente de negocios de lo que quiero hablar en este día, sino de ti y de mi. Albert pensó que sería una buena idea arreglar las cosas aquí mismo en presencia de todos ustedes, queridos amigos.
Aún no comprendo, Terri – respondió la rubia con ojos confundidos.
Bien, como todos ustedes saben ,– Terri continuó tomando las manos de Candy en las suyas, – esta joven dama a mi lado, me honró aceptando ser mi esposa hace unos meses, pero nuestra boda en París fue solamente religiosa. Aún cuando no me importan mucho los convencionalismos sociales, pensé que sería propio y práctico que nos casáramos también legalmente. Esa es la razón por la cual estos señores están aquí con nosotros. Así que, Candy ¿Querrías casarte conmigo por las leyes americanas y británicas?
Los ojos de Candy se suavizaron con las últimas palabras del joven, pero sin saber como reaccionar a la inesperada proposición simplemente se quedó muda.
¡Candy! ¡Se supone que debes decir que sí! – dijo la Hermana María, incapaz de reprimir su usual tono admonitorio.
La joven reaccionó con el regaño del a religiosa, riéndose de sí misma y el grupo se le unió divertido. Unos minutos más tarde se celebró la boda en la misma sala. Los muchachos se reían al ver a las damas, quienes habían reaccionado todas juntas con el mismo ánimo lloroso, lagrimeando en silencio mientras el Juez de Paz recitaba las frases de costumbre. La Señorita Pony y la Hermana María apenas podían creer lo que estaban presenciando, y sus mentes volaron juntas a aquellos tiempos en que una Candy de escasos cuatro años de edad irrumpía ruidosamente en la misma sala donde ahora estaba a punto de firmar su acta de matrimonio.
Parece ayer cuando ella no era más que una cosita pequeñita ¿Lo recuerda, Señorita Pony?- susurró la monja al oído de la anciana.
¡Y ahora! ¡Es una mujer adulta! – respondió la Señorita Pony entre sollozos.
Mientras las damas continuaban su charla a susurros abundando en sus recuerdos, el hombre barbado continuaba con su discurso. Sus ojos pequeños se dirigieron a la joven enfrente de él y con el mismo tono rutinario preguntó:
¿Señorita Candice White Andley, acepta usted al Señor Terrence Greum, Conde de Grandchester, barón de Suffolk y Señor de Eastwood como su legítimo esposo?
La joven frunció el ceño asombrada, al tiempo que le lanzaba al hombre a su lado una mirada inquisitiva.
Olvidé decirte estos pequeños detalles acerca de mi. Te explico luego – Terri le musitó al oído – pero ahora, por favor, solamente di que sí, – le rogó poniendo una cara tan graciosa que ella no pudo contener la sonrisa.
Por supuesto que acepto, – dijo finalmente al hombre que estaba empezando a sentirse extraño ante aquella pareja que se susurraba secretos en medio de un momento tan formal.
Después del incidente la ceremonia continuó normalmente y ambos certificados fueron firmados. Más tarde, los tres hombres fueron invitados a unirse a la cena de aquella familia tan original y la invitación fue aceptada con agrado. Ya era lo bastante duro estar trabajando durante las fiestas para adicionalmente desperdiciar la oportunidad de una buena comida. El señor Stewart, quien era un hombre de formalidades, aprovechó aquel momento que siguió a la ceremonia para felicitar a los recién casados.
Mi Lord, mi Lady, debo expresarles mis más sinceras congratulaciones, – dijo el hombre afectadamente con un asentimiento gentil.
Gracias, señor Stewart, pero por favor, llámeme Candy como lo hacen todos mis amigos, – respondió la joven ofreciendo su mano al hombre con un gesto amable.
¡Ay no, mi Lady! – replicó el hombre enfáticamente. – He servido a la Casa de Grandchester desde mi juventud, y antes de mi, mi padre hizo lo mismo. Jamás podría dirigirme a ninguno de sus miembros con tanta familiaridad. Por favor, excúseme, pero ahora usted es la Condesa de Grandchester, y siempre me dirigiré a usted con el debido respeto, mi Lady – concluyó el hombre con una amable sonrisa, besando la mano de la joven.
Candy suspiró resignada pero internamente se aguantó las ganas de reír a todo pulmón hasta que ella y Terri tuvieron la oportunidad de estar solos, ya tarde aquella noche. Entonces, en la intimidad de la recámara, ambos bromearon y se rieron del excesivo sentido de la formalidad que tenían el pobre Stewart, hasta que se quedaron sin aliento y les comenzó a doler el estómago.
¿Crees que la tía abuela me aceptará ahora que soy condesa? – preguntó Candy entre risas.
Tal vez, si no le molesta que yo sea un actor "indecente",- se carcajeó él quitándose la chaqueta y la corbata.
¡Oh no, mi Lord! ¿Cómo podría usted ser indecente? – replicó la mujer sarcásticamente mientras deshacía su rodete trenzado, dejando caer sus rizos rubios en una cascada sobre la espalda.
Está usted en lo correcto, mi lady. El nombre de familia debía ser suficiente para convertir a este par de bribones que somos en una pareja respetable, – bromeó sosteniendo a la joven en sus brazos, tomándola por sorpresa.
Aunque, creo que mi Lord no tiene intenciones muy decentes ahora, – dijo ella con una risita sintiendo que él deslizaba hacia abajo los tirantes de su corpiño, acariciando sus hombros desnudos.
Mis intenciones contigo siempre han sido legítimas, – afirmó él en su defensa al tiempo que sus ojos se deleitaban en la generosa vista que le concedía el escote de la joven.
Tus manos y tus ojos traicionan a tus palabras, – contestó ella sintiendo los dedos de Terri en su espalda
¿Acaso la condesa le permitiría a su esposo amarla esta noche? – le preguntó sonriendo en tanto que la apretaba aún más en el abrazo y su aliento bañaba las mejillas de ella.
¡Hay niños en el cuarto de al lado! – objetó ella riéndose, casi desvaneciéndose bajo las caricias de él.
Entonces, nos esforzaremos por amar en silencio, – sugirió él llevando sus labios a unirse con los de ella. La muda respuesta de la joven a aquel beso le hizo comprender que no iba a rechazar su oferta.
Él terminó desabrochando los botones del corpiño y una mano femenina se encargó de apagar la única luz que iluminaba el cuarto. El resto fue discretamente cubierto por las sombras de la noche.
La tímida luz apenas si irrumpía en la penumbra de la modesta alcoba, entrando de puntillas a través de la vidriera de la ventana. El silencio era solamente interrumpido por una suave y rítmica respiración y el ocasional ruido del cuerpo de la mujer moviéndose inconscientemente bajo las sábanas. Él estaba sentado en la cama con aire relajado mientras vigilaba el sueño de su esposa.
El cabello caprichosamente rizado de Candy cubría la almohada y su espalda desnuda en un delicioso desorden que él no podía dejar de admirar. El dulce calor de su reciente intercambio amoroso aún perduraba sobre su piel y al interior de su alma. Era una sensación tan placentera que, por extraño que pareciera, él no podía conciliar el sueño. Sus ojos acariciaban a la mujer dormida a su lado tratando de imaginar los sueños que estaba teniendo. Entonces, se rió de si mismo y su posesividad al darse cuenta de que estaba deseando ser incluido en las imágenes subconscientes que ella estaba teniendo en su sueño.
El joven pensó que nunca había disfrutado de una Navidad como la que acaba de experimentar en aquel pequeño lugar entre las montañas. No tenía muchas memorias felices de su infancia y las pocas que podía recordar se veían siempre nubladas e imprecisas. No obstante, de repente ya no importaba más porque la vida parecía estarle recompensando por lo que le debía. Estaba decidido a crear nuevas memorias con aquellos que él amaba, recuerdos que serían dulces, claros e inolvidables.
Sonrió ante sus propósitos y repentinamente sintió una ligera incomodidad que le hizo darse cuenta de que estaba sediento. Miró a su alrededor pero como no encontró agua por ningún lado de la habitación resolvió conseguirla por sí mismo. Así pues se vistió y salió de la recámara haciendo su mejor esfuerzo por no interrumpir el sueño de la joven. Esperaba que su sentido común le ayudaría a encontrar lo que necesitaba en la cocina de aquella casa que aún no conocía muy bien.
Terri agradeció al sentido del orden de la Señorita Pony cuando llegó a la pequeña pero bien organizada cocina y encontró fácilmente una gran jarra con agua para beber. Se sirvió un vaso y estaba a punto de regresar a la recámara cuando escuchó un ruido viniendo de otra habitación que llamó su atención. El joven caminó hacia la sala y se sorprendió al encontrar una silueta parada cerca de la ventana. El fuego estaba encendido en la chimenea y sus llamas crujientes hicieron comprender a Terri que lo que había escuchado era el ruido de los leños que crepitaban al arder.
¿Estás insomne esta noche, Archie? – preguntó al hombre que aún no había notado su presencia.
El otro joven se volvió par mirar a quien lo había llamado y cuando descubrió la presencia de Terri no pudo controlar su franco disgusto.
No es de tu incumbencia ,– respondió con aspereza el hombre rubio. El hecho de que estaban solos en el cuarto y que había sido interrumpido en medio de sus reflexiones había provocado que Archie descuidara sus modales.
Terri se sorprendió ante la reacción grosera de su antiguo condiscípulo y de repente, una serie aislada de miradas, palabras y la pelea abortada que habían tenido unos días antes, encajaron unas con otras haciéndole comprender que ciertas cosas no habían cambiado con el tiempo.
Lamento haberte molestado, entonces,- dijo simplemente y estaba a punto de dejar el lugar cuando la respuesta de Archie le detuvo.
¿Molestarme? No, no es solamente eso lo que has hecho desde que llegaste a mi vida. - repuso el joven.
Terri, que nunca había sido un santo, se dio la vuelta y miró a Archie directo a sus ojos color ámbar, descubriendo el franco resentimiento que el joven guardaba contra él.
Bien, Archie – comenzó desafiante, – ya que estás tan de humor como para una conversación, me gustaría saber si ha sido sólo mi imaginación esta cierta . . . hostilidad hacia mi persona que he sentido en ti últimamente.
¡Tu percepción me asombra! – replicó Archie despectivamente mientras caminaba hacia el hombre para encararlo. – Vamos Terri, no es un secreto que yo nunca he sido miembro de tu club de admiradores. Discúlpame por no ser tan fácilmente seducido por tus encantos, como todos parecen hacerlo.
Pensé que nuestras diferencias se habían quedado en el pasado, pero ya veo que estaba equivocado, - respondió Terri sorbiendo el agua de su vaso despreocupadamente mientras se recargaba displicente sobre el muro.
Nuestras diferencias, como tú las llamas, estuvieron siempre basadas en una sola fuente y tú sabes bien a lo que me refiero, – fue la cínica respuesta de Archie.
Déjame pensarlo un momento . . . – Terri dijo, fingiendo estar buscando una razón que no podía recordar claramente. – Todo comenzó porque tú entraste a mi cuarto sin permiso y eso no me agradó, hasta donde yo tengo memoria . . . pero esas eran tonterías de chiquillos. No creo que eso sea lo que te está molestando ahora, Archie. De hecho, aún me pregunto cuál fue el verdadero motivo de nuestra mutua antipatía en la época del colegio.
Es muy simple ¡Tú no la mereces! – el rubio replicó atrevidamente, mientras sus ojos centelleaban con desprecio hacia Terri.
Muy bien . . .- exclamó el aristócrata irónicamente – Así que . . . después de todo este tiempo, el asunto aún se reduce a Candy ¿No es así? Siempre fue ella, desde el principio, pero nunca tuvimos el valor de admitirlo entonces. Al menos hemos madurado lo suficiente para enfrentar esta verdad ¡Es un gran avance!
¡Muy chistoso! – respondió el millonario con desdeño – Todo es una broma para ti ¿No es así? Nunca vamos a llegar a ningún tipo de entendimiento.
¡Espera! Estás equivocado. Al menos hay algo en que ambos coincidimos – arguyó Terri dejando la pared y aproximándose al rubio.
¿De verdad? ¿Qué?
Dices que no la merezco . . . y estoy de acuerdo en eso ¿Cómo podría yo merecerla? – admitió el joven actor, con honestidad reflejada en la voz por la primera vez en la conversación. – Pero sucede que ella hizo su elección – añadió finalmente.
¡La cual nunca entenderé! - repuso Archie. – No aceptaré que la misma persona que la hizo sufrir tanto esté ahora recibiendo su afecto más ferviente ¡Tú lastimaste y humillaste a Candy cuando rompiste con ella por causa de otra mujer! – el joven le reprochó con vehemencia. – Yo lo vi con mis propios ojos, y ahora . . ¡aquí estás, como si no hubiese pasado nada!
¿Y tú crees que estuve en un lecho de rosas todo este tiempo? – Terri preguntó defensivo. – Admito que cometí muchos errores en el pasado, pero nunca quise lastimarla . . . De todas formas, a la postre, ya no cuenta lo que hice o dejé de hacer, sino que ella me ha perdonado porque me ama, y eso es lo que tú no puedes perdonarme ¿No es así? – preguntó el joven desafiante.
Yo jamás la habría lastimado así, porque la amo más que a mi propia vida, – replicó Archie con arrogancia.
¿Y si la amabas tanto, entonces por qué no luchaste por su amor en el pasado?- el hombre inquirió desafiante.
Ese es mi problema. – Archie replicó desviando la intencionada mirada de Terri.
No, Archie, no te mientas a ti mismo. Al menos sé franco por esta vez y enfrenta las razones que tuviste para involucrarte con Annie en lugar de luchar por el amor de Candy. – dijo Terri sorprendiendo al joven magnate con su argumento.
¡Lo hice porque Candy me lo pidió! – fue todo lo que Archie pudo decir en su defensa.
¡Muy bien! ¡Y yo rompí con Candy porque ella me pidió que cuidase de Susana! – Terri continuó. – Entonces, tú y yo no somos tan diferentes y no se me puede culpar a mi más que a ti, amigo.
Archie trató de defenderse de aquella nueva acusación, pero en el fondo comprendió que Terri tenía razón, así que se quedó callado.
No me respondes ¿Verdad, Archie? – continuó el actor, suavizando el tono ligeramente. - Siento muchísimo darme cuenta de la penosa situación en la que te encuentras, pero si quieres endilgarme sentimientos de culpa que no me corresponden no lo voy a permitir. Ambos nos enamoramos de ella, tuvimos nuestras oportunidades y cometimos nuestros errores, el mundo giró y en sus movimientos el destino me favoreció. He aprendido que el amor no es cuestión de méritos sino de dar y recibir. – dijo Terri con firmeza.
Esa filosofía suena muy conveniente para ti, – Archie miró de nuevo a Terri con amargura.
¡Sí, las cosas resultaron convenientes, pero no es mi culpa! Entiende que las circunstancias simplemente se dieron. Nunca planeé lastimarte con mi felicidad, pero la vida a veces nos lleva a ese tipo de resultados, Archie.
Aún así, no me pidas que sea tu amigo cuando ya sabes mis sentimientos, – insistió Archie menos agresivamente.
Terri guardó silencio por un momento. Las últimas palabras de Archie le hicieron lamentar su dura reacción hacia Archie. Después de todo, una parte de él simpatizaba con el dolor del joven magnate, y haciendo una pausa intentó buscar las palabras correctas que decir.
Desearía que las cosas hubiesen sido diferentes entre los dos – dijo finalmente, – Aún más, todavía espero que algún día la situación cambie para ambos.
No podría prometerte nada ahora – replicó Archie con voz enronquecida – pero tú . . . sólo asegúrate de hacerla feliz, si no quieres tener un enemigo declarado en mí – concluyó volviendo el rostro.
Ni siquiera tienes que decirlo. Yo me haré cargo de eso. Buenas noches, Archie, – Terri le dijo al joven y sintiendo que la desagradable conversación había llegado a su fin, se volvió para dejar la habitación.
Terrence – le llamó Archie con los ojos perdidos en las llamas de la chimenea.
¿Si?
Por favor, nunca dejes que ella se entere de mis sentimientos, – suplicó Archie tragándose su orgullo.
No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo, hasta donde me concierne. Tienes mi palabra, – respondió el joven actor amablemente sabiendo que había sido muy difícil para Archie hacer esa petición.
Gracias – dijo el joven sinceramente.
Terri asintió pero antes de dar la espalda para salir del cuarto decidió que todavía tenía algo que decir.
Archie . . . supera esto . . . Sé que suena ridículo viniendo de mi y tal vez, yo sea la última persona sobre la Tierra de quien tomarías un consejo, pero depende de ti si quieres pasar el resto de tu vida con esa amargura por dentro – y diciendo estas últimas palabras, el joven moreno salió del salón dejando a Archie solo con el estruendo de sus luchas interiores.
Charles Ellis sorbió una vez más el café y encontró que ya estaba frío, así que dejó de lado la taza con fastidio. Dobló su cuerpo para leer otra vez la última línea que había escrito en la máquina de escribir y por la centésima vez se preguntó si pasaría toda su vida haciendo la misma frívola labor. Trabajaba para el New York Times, eso era algo de lo que estaba orgulloso, pero ser reportero de la sección de espectáculos no era su idea de una carrera interesante. Tenía treinta años y era demasiado ambicioso para pasar su tiempo persiguiendo a prima donas arrogantes. volubles estrellas, o todo clase de evasivas celebridades. Amaba el arte pero soñaba con la acción de la sección de política.
Charles gruñó una maldición y continuó mecanografiando con dedos hábiles mientras ojeaba sus notas de tiempo en tiempo. Otro hombre joven caminó hacia su escritorio y dándose cuenta de que Ellis estaba demasiado concentrado en su trabajo, golpeteó sobre la superficie de madera con un lápiz, con el fin de captar la atención de Charles.
¿Qué pasa Ruddy? – preguntó Ellis sin despegar los ojos de las páginas que estaba mecanografiando.
Tengo la información que necesitamos – Ruddy dijo orgullosamente con sus brillantes ojos verdes.
¡Ay no! ¡Ese mocoso presuntuoso de nuevo! ¿De verdad tenemos que cubrir esa nota?- preguntó Ellis molesto.
Tú sabes bien que si – el pelirrojo Ruddy sentenció encogiendo los hombros.
¿Pero cómo sabes que estará aquí mañana? – preguntó Charles borrando un error en su reportaje.
Uno de mis amigos en Chicago acaba de telefonearme. El mocoso presuntuoso, como lo llamas, estará aquí a las diez de la mañana, más o menos.
¿Cuándo nos libraremos de él? – se quejó Charles mientras se estiraba - ¡Esta pesadilla ya ha durado por años!
No deberías quejarte, Charlie – objetó el fotógrafo – Tienes este trabajo gracias a la primera entrevista que él te dio.
Lo sé . . . pero recuerda que eso de entrevistar a un arrogante témpano de hielo no es un trabajo muy placentero, – objetó Ellis limpiando sus anteojos con un pañuelo.
Pero tú debes caerle bien de algún modo, porque no da entrevistas a nadie más. – respondió Ruddy.
Bueno, la primera ocasión fue cuestión de suerte. Yo estaba en el lugar preciso y el tipo estaba algo bebido. Aunque de todas formas no dijo mucho, – explicó Ellis, – más tarde se hizo como un hábito. Él se acordó de mi de aquella primera vez y simplemente me escogió entre los demás reporteros.
Pero mañana habrá muchos de nosotros en la estación. Él no ha dicho una sola palabra a la prensa desde que regresó de Francia . . . y está además esa dama que lo acompaña. Todos quieren saber quién es ella.
Como si me importaran los romances del muchachito ese, cuando hay otras muchas noticias interesantes que podría estar cubriendo, – respondió Ellis con desdén.
Pero tu dices que te gusta su trabajo ¿O me equivoco? - preguntó Ruddy curioso.
Bueno, eso es diferente. Es un actor talentoso, eso no se puede negar ¡Pero es TAN DIFÍCIL tratar con él! – gruñó Ellis con exasperación.
Vamos, Charlie, anímate. Y vete a la cama temprano, tendremos que estar ahí antes de que llegue el tren.
Está bien, estaré ahí, - masculló Ellis mientras continuaba escribiendo al tiempo que Ruddy dejaba la oficina.
A la mañana siguiente Charles Ellis y Rudolph O'Neal estaban esperando en la estación del tren, pero así como el último de ellos había dicho, no eran los únicos reporteros presentes. De hecho, el andén estaba lleno de gente de prensa, todos ellos listos con sus cámaras, luces y libretas de apuntes. El tren estaba retrasado y por lo tanto el grupo se puso nervioso y algo aburrido, aunque eso era parte de su cansado oficio y todos tenían que aceptarlo.
A las diez treinta y cinco el tren llegó finalmente y los pasajeros empezaron a descender con lentitud. Los reporteros esperaron calmadamente hasta que el hombre que buscaban apareció en escena, usando un sobretodo negro, traje oscuro y su usual aire de arrogancia. Con un par de fríos ojos azules, el hombre miró a la multitud que estaba obviamente esperándolo, y ladeando un poco la cabeza murmuró unas cuantas palabras a la joven que se sostenía de su brazo. La dama, vestida en un abrigo verde oscuro con una falda del mismo color, ocultaba su rostro detrás de un velo de tul que ornamentaba su sombrero.
La pareja comenzó a caminar a lo largo de la plataforma seguida de dos hombres que llevaban el equipaje y la multitud de reporteros que hacían llover preguntas a cada paso. El joven avanzó naturalmente sin responder a las cuestiones de la prensa mientras las cámaras continuaban haciendo estallar sus luces sobre él y su acompañante. Ellis, como el resto de sus colegas, empujaba a los que estaban en frente de él y cada vez que le era posible, lanzaba al aire una pregunta al tiempo que Ruddy se esforzaba por tomar una buena foto de la pareja.
El grupo llegó a la calle donde aguardaba un auto. El chofer abrió la puerta pero antes de que la dama se subiera al vehículo, el joven se detuvo para volverse a ver a los reporteros detrás suyo.
¿Cuál era la pregunta, caballeros? – preguntó casualmente como si no hubiese escuchado muy bien.
¿Cuándo lo veremos de nuevo en escena, Sr. Grandchester? – preguntó una voz.
¿Por qué fue usted a Illinois? – fue la segunda pregunta.
¿Quién es la dama que lo acompaña, señor? – fue inevitable que alguien más preguntara.
El joven sonrió ligeramente para el gran desconcierto de los reporteros, quienes estaban acostumbrados a la grosera insolencia del actor pero no a sus sonrisas.
Está bien, tres respuestas solamente, – replicó y el grupo guardó silencio – Primero, estaré en una nueva obra para el próximo febrero, pero deben preguntarle a Robert Hathaway al respecto. En segundo lugar, fui a Illinois a hacer algo muy común, pasar las fiestas con algunos de mis amigos, y tercero, la dama que me acompaña – se detuvo mirando a la joven cuya mano aún reposaba en su brazo, – me honra con ser mi esposa. Eso es todo caballeros, – e inmediatamente después, el hombre ayudó a la mujer a subirse al auto y él mismo hizo lo propio, ignorando la avalancha de preguntas que siguieron.
El auto comenzó a moverse lentamente entre el gentío. Los hombres de prensa aún insistían caminando cerca del auto, siguiendo su usual táctica, aún cuando sabían que no había muchas posibilidades de conseguir más información en ese momento. Sorpendentemente, la ventanilla del auto bajó de repente y Ellis, que estaba justo enfrente, logró hacer otra pregunta a la joven que estaba al interior del vehículo.
Su nombre, señora, por favor – rogó.
La joven levantó el velo de su sombrero graciosamente, permitiendo que el reportero viera la luz de sus ojos verdes y su amable sonrisa.
Candy, – dijo ella con sencillez y el auto aceleró dejando atrás al grupo.
Ellis y O'Neil detuvieron su carrera por un segundo tratando de recuperarse del esfuerzo empleado en empujar, correr y gritar, todo al mismo tiempo.
¿La tomaste, Ruddy? – preguntó Ellis a su compañero, aún sin aliento.
¡Por supuesto! Justo a tiempo, cuando ella descubrió su cara, una cara bonita, por cierto. El mocoso presuntuoso no tiene mal gusto, – sugirió el pelirrojo con una sonrisa.
¡Perfecto! Vayamos ahora a la oficina –dijo el reportero ignorando el último comentario de Ruddy .
Sabes, Charlie – comentó Ruddy mientras caminaban hacia el lugar en donde Charles había dejado su viejo modelo T, - no me vas a creer esto, pero me parece que he visto a esta joven antes.
¿De verdad? ¿Dónde? Haríamos una nota increíble si pudiéramos incluir los detalles de su origen.
Creo que es miembro de una importante familia de Chicago, – dijo Ruddy rascándose la nuca, intentando recordar la época en que había estado trabajando en aquella ciudad.
¿Estás seguro? – preguntó Ellis intrigado al tiempo que encendía el motor.
Solamente déjame cotejar mi portafolio. Debo tener alguna foto de esa chica que te mencioné. Podemos comparar.
Muy bien. Entonces vamos a tu apartamento a conseguir el portafolio.
¡Oye! Primero quiero comer algo. No tuve tiempo de desayunar, –refunfuñó Ruddy.
¡Olvídalo! Tenemos que dejar lista la nota para el suplemento – dijo Charles con decisión.
¡CARAY! ¡Qué oficio este de reportero!
Había sido una celebración de Año Nuevo más en la mansión de los Leagan. El salón de recepciones de la casa y el jardín estaban en completo desorden, todos cubiertos de serpentinas y confeti. La champaña había corrido libremente en todos los vasos con la lógica consecuencia de varias toneladas de basura y uno que otro cuerpo inconsciente de algún invitado que aún yacía en el suelo.
Eliza se despertó muy tarde, después del medio día, con un terrible dolor de cabeza taladrándole las sienes. Se sentó sobre la cama y con una mano hizo sonar la campanilla para llamar a la mucama, que inmediatamente apareció en la alcoba con la usual poción que le daba a su patrona cada vez que ésta sufría una resaca. Eliza miró a su reflejo en el gran espejo de su recámara y recordó que había estado esperando a Archie en vano. El joven nunca había llegado a la fiesta poniéndola del peor humor posible con ese desaire y arruinándole la noche. Después de todo, la joven había pasado horas acicalándose para lucir lo más seductora posible, sólo para probar suerte con su primo, quien se había convertido en su nuevo blanco, especialmente cuando estaba libre y había sido nombrado jefe de la familia recientemente.
Ay, querido Archie, ahora eres lo que yo llamo un buen partido. No me voy a dar por vencida tan fácilmente. Este fue solamente mi primer intento – pensó y se levantó de la cama para ponerse su bata de seda. Luego, tomando una copia del New York Times en una mano y un vaso con su poción en la otra, dejó la habitación. – Feliz Año Nuevo, hermano – la joven dijo alegremente al irrumpir en la alcoba de Neil que aún se encontraba en tinieblas.
¿Podrías hablar quedo? – respondió una voz masculina algo enronquecida, desde la cama.
Vamos, Neil, anímate y toma algo de esto, – replicó ella sentándose en la cama, convidando a su hermano de su mismo brebaje, el cuál él aceptó de buen grado – Henos aquí, en 1919. Este será mi año de suerte, vas a ver. Me voy a casar muy pronto.
Eso dijiste el año pasado -Neil repuso burlonamente.
¡Bobo! – Eliza gimoteó, – tú mismo deberías empezar a preocuparte por encontrar esposa.
El joven le dio a su hermana el vaso vacío y sin responder al comentario de Eliza, se levantó y caminó hacia el baño. Neil miró su reflejo mientras se lavaba la cara y una vez más el mismo pensamiento vino a su mente. La guerra había terminado hacía casi dos meses pero no había escuchado nada acerca de Candy. Sin miramientos le había preguntado a Albert acerca de ella, pero el hombre había contestado con evasivas. "¿Dónde está ella?" continuaba Neil preguntándose y la incertidumbre lo estaba matando.
Neil intentó recordar los ojos de la joven pero aún esa imagen comenzaba a borrarse en su memoria. Tres meses más y serían ya dos años desde la última vez que la había visto. Tal vez el recuerdo de las hermosas pupilas de la muchacha comenzaba a desvanecerse en su cabeza, pero para su desgracia, los sentimientos encontrados que ella le inspiraba estaban aún frescos. El joven secó sus cabellos color marrón con movimientos enérgicos de la toalla mientras se preguntaba, una vez más en un millón de veces, cómo podía odiar y desear a la misma mujer con tanta intensidad.
¡Eres un idiota enfermizo y obsesivo! – se dijo a sí mismo mirándose al espejo. - Puede ser, - se respondió en un diálogo interno en tanto que su hermana continuaba parloteando en la recámara, – pero es la culpa de esa mujer terca por ser tan evasiva. Eso sólo ha incrementado mi encaprichamiento con ella. Cuando regreses, Candice, te voy a perseguir hasta caerme muerto. Con Albert lejos, será mucho más fácil.
Ajena a los pensamientos de su hermano, Eliza leía el periódico tranquilamente, saltando de sección en sección sin gran concentración. Fue entonces que un par de fotos en el suplemento llamaron su atención, haciendo palidecer a la joven cuando reconoció los rostros en las fotografías.
¡ Maldita perra! – gritó la joven acremente – ¡Al fin se salió con la suya, esa huérfana muerta de hambre!
¡Oye! ¿Cuál es tu problema, Eliza? – preguntó Neil irritado por los alaridos de su hermana – te dije que no subieras la voz. ¡Tengo un horrenda jaqueca! – se quejó el hombre saliendo del baño.
¿Quieres saber cuál es mi problema? – continuó Eliza con el mismo tono. – Toma esto y date cuenta de lo que tu querida bastarda ha hecho. Ha estado muy ocupada, eso está muy claro, – dijo la mujer dándole el periódico a su hermano.
Neil tomó el diario con manos vacilantes y vio la foto que mostraba a Candy elegantemente vestida y caminando del brazo de Terri. Su rostro estaba cubierto por el velo de un sombrero pero sólo en caso de que hubiese alguna duda sobre la identidad de la joven, ella volvía a aparecer sonriente y en un acercamiento, en una segunda foto.
" Dos enfant terribles unidos por el destino. Sorprendiendo a todas sus admiradoras Terrence Grandchester contrae matrimonio secretamente con una excéntrica heredera de Chicago." Era la nota en el encabezado.
¡ Esto no puede ser verdad! – gritó Neil arrojando el periódico al piso con gran ira - ¿Cómo lo logró? ¡Infeliz! – preguntó a su hermana que caminaba nerviosamente de un lado al otro de la recámara.
No te asombres, hermano ¡Ella siempre ha sido una verdadera bruja! – replicó Eliza – Se debió haber encontrado con Terri, él estaba solo, vulnerable . . .
Cuando dije infeliz me refería a ese bastardo de Terrence, – gruñó Neil.
No hay diferencia ¡Los dos son unos infelices y unos bastardos! – concluyó la mujer desplomándose sobre un sofá - ¡Yo debería haber estado en su lugar! – masculló amargamente - ¿Te das cuenta de lo que esto significa?
¡Por supuesto! ¡ Que el idiota inglés esta acostándose con la mujer que yo quería para mi! – barbotó Neil iracundo.
¡Eso me importa un bledo! – gritó Eliza desesperándose ante la incapacidad de su hermano de comprenderla. – Hace un par de años el padre de Terri murió y no solamente le heredó parte de su fortuna, sino también un título ¡Ahora la huérfana de Pony es una "lady"! ¡Esa debía haber sido yo! . . . .¿Qué estás haciendo Neil? – preguntó Eliza al ver que su hermano estaba marcando un número con dedos temblorosos.
Llamo a Buzzy para conseguir una nueva dosis. Creo que la necesito – explicó.
Entonces dile que estoy disponible esta noche. Necesito hacer algo para olvidarme de esto.
Tómate un whisky, hermana. Te ayudará por un rato, – ofreció el joven sirviendo una copa para cada uno. En el fondo, Neil sabía bien que esa solución era sólo temporal.
Dos enfant terribles unen sus destinos – Terri se carcajeó leyendo en voz alta mientras bebía algo de té – ¡Este Ellis es muy gracioso! Le encantan los títulos grandilocuentes.
¿Conoces al periodista que escribió la nota? – preguntó Candy tratando de acomodar sus indomables rizos. Estaba sentada sobre la cama, junto a Terri, después de que ambos habían acabado de desayunar.
Sí, lo he conocido por un buen tiempo. Es un buen hombre, aunque me temo que le hecho la vida imposible cada vez que me ha entrevistado. Pero es el único reportero en quien confío, – replicó mirando a la joven a su lado y pensando que se veía encantadora en aquél negligé azul violáceo que llevaba puesto.
¿Por qué? Si se puede saber, – inquirió ella curiosa reposando su mentón en el hombro de él.
Bueno, una vez me probó que era lo suficientemente honesto como para no publicar algo que yo le había dicho cuando estaba demasiado borracho como para mantener la boca cerrada, – dijo el joven al tiempo que disfrutaba las caricias de la muchacha en su cuello.
¡Eso fue muy lindo de su parte!
Pero yo estoy mirando algo mucho más lindo que eso, – repuso él dejando la taza vacía y el diario sobre la mesa de noche - ¡Ven acá! – le ordenó dulcemente abriendo los brazos. La mujer no le hizo esperar.
Feliz Año Nuevo – le dijo ella rodando con él bajo las sábanas.
Y feliz aniversario también, – le contestó él entre besos.
Hacia fines de febrero, Terrence se tornó un tanto nervioso e irritable. Su reaparición en el escenario estaba a punto de darse y el joven no podía evitar su intranquilidad. Además, iba a actuar en una comedia, género en el cual no había incursionado tanto como en la tragedia, y un ligero sentimiento de inseguridad lo molestaba a ratos. No obstante, Robert Hathaway y sus colegas estaban más que felices con Terri. Benjamín Maddox, un nuevo tramoyista, aún impresionado por los súbitos arrebatos del joven actor, preguntó en una ocasión cómo es que los demás podían aguantar el temperamento del artista.
¡Ay no! ¡Esto no es nada!- replicó Joseph, uno de sus colegas - ¡Lo deberías de haber visto antes! ¡Eso sí que era un infierno! ¡Nada parecía complacerle! ¡Ahora se ha amansado mucho! Está algo nervioso por causa de la premier, pero ya se le pasará.
Entonces me alegro de no haberlo conocido antes, – concluyó Benjamín riéndose.
Pero los miembros de la compañía Stratford no eran los únicos en agradecer los ligeros pero positivos cambios en el temperamento del joven. Aquellos que apreciaban más esas mejoras eran los sirvientes que trabajaban en la casa del actor. No sólo estaba él más amable, sino que aún en sus peores momentos los sirvientes ya no tenían que temer el enfrentarlo directamente como en el pasado.
Era interesante ver como una mujercita, como la joven señora Grandchester, podía controlar la situación con mano suave. A pesar de su falta de experiencia como ama de casa, Candy se había adaptado pronto a su nueva vida. Había tomado una actitud abierta, demostrando que estaba dispuesta a aprender de los empleados que trabajaban a su servicio, considerándolos como sus iguales y compañeros de trabajo. Los sirvientes sintieron inmediatamente el cambio y, como la mayoría de las personas, simplemente se rindieron al carisma de Candy. Los cinco miembros del servicio se pusieron más que contentos cuando se dieron cuenta de que de ahí en adelante tendrían que tratar con aquella simpática joven dama, en lugar de su irritable marido.
Bess y Lorie, cocinera y mucama respectivamente, ya conocían la curiosa rutina. El joven señor Grandchester llegaba echando chispas porque algo no había salido bien en el trabajo. Luego, su esposa lo saludaba con una sonrisa, ignorando el enojo en el rostro de su marido, y el fuego empezaba a apagarse lentamente. El hombre subía en silencio hasta su estudio y se quedaba ahí por un rato hasta que la mujer le llevaba el té ella misma – excusando a la sirvienta de tan temida tarea. – Lo que sea que ocurría dentro de aquel cuarto no era de la incumbencia de los sirvientes. Aquello que realmente les importaba era el efecto y cómo al final del misterioso proceso, el joven reaparecía en el comedor domado y hasta amable.
Por otra parte, durante los días en que él estaba de mejor humor, lo cual sucedía más y más a menudo, los sirvientes pudieron descubrir que el joven podía ser una persona encantadora. Era claro que la señora Grandchester sabía cómo manejar los hilos secretos en el corazón del joven.
¡Es conmovedor ver cómo la ama! – comentó Bess con Lorie una vez que hablaban solas en la cocina.
Es cierto – sonrió la sirvienta – Creo que nunca lo vimos verdaderamente enamorado hasta ahora.
Y así pasaban los días en el número 25 de Columbus Drive.
Durante esas fechas, Annie visitó a Candy para contarle las noticias de su rompimiento con Archibald. Cuando la rubia se enteró de lo ocurrido a penas pudo creer en las reacciones de su vieja amiga. Al principio se preocupó mucho por Annie, pero la morena lucía tan sorprendentemente segura y entusiasmada con sus planes que Candy terminó por comprender que su amiga de la infancia estaba madurando evidentemente y haciéndose cargo de la dirección que su vida tomaba.
Annie solamente se quedó en Nueva York por una semana. Pronto, la joven tomó sus maletas y después de despedirse de los Grandchester y de su padre – quien había viajado con ella desde Chicago – abordó un barco para comenzar su largo viaje hasta Italia. Una semana más tarde Albert hizo lo propio, emprendiendo una nueva aventura que cambiaría su vida.
Con dos de las personas más importantes en su vida partiendo para tierras lejanas por tiempo indefinido, se hubiese creído que la felicidad de Candy se vería eclipsada. Sin embargo, ella tenía una nueva razón para sentirse fuerte y contenta. Solamente estaba esperando por el momento adecuado para compartir sus buenas noticias y la ocasión se presentó cierta noche después de la cena.
¿Qué es esto? – preguntó la joven a su esposo cuando estaba revisando los bolsillos de su chaqueta para enviarla a la lavandería. El joven miró el sobre que Candy tenía en las manos y su rostro denotó fastidio.
Eso es algo que me gustaría ignorar, – replicó con indiferencia saliendo de la regadera. – Es una invitación para una de las aburridas recepciones que ofrece el señor Walter Hirschmann, un viejo crítico aún más aburrido que sus propias fiestas – añadió Terri burlonamente.
Ya veo ¿La tiro entonces? – preguntó ella naturalmente y viendo que él dudaba, comprendió que a pesar de su renuencia, la fiesta era algo importante - ¿O . . . hay algo más que no me hayas dicho?
Bueno, sí, – respondió él desplomándose sobre la cama – Este hombre es un crítico cuyas invitaciones he . . . digamos . . . declinado en el pasado
Quieres decir que lo has desairado varias veces, – dijo ella abiertamente con una mirada intencionada.
Está bien, lo he despreciado, si quieres ponerlo en esos términos, – aceptó él alzando los ojos.
¿No es peligroso para tu carrera tratar así a un crítico? – preguntó ella intrigada.
Ahora hablas como Robert y mi madre ¡No sé ni para qué te dije esto! – se lamentó el joven.
Candy percibió el conflicto interno de Terri y tratando de suavizar la situación se sentó junto a él despejándole la frente del cabello que le caía sobre los ojos, intentando calmarlo.
¿De verdad este señor Hirschmann es tan fastidioso? – musitó ella dulcemente – Tal vez deberías darle una oportunidad y evitar más problemas. No quiere decir que vayas a actuar sólo para complacer a este hombre. Serían simplemente una cortesía de tu parte. Además no tienes que quedarte toda la noche ¿O sí?
El joven la miró no muy convencido pero ella sintió que estaba a punto de rendirse, así que continuó y decidió abrir el sobre.
Mira, inclusive me menciona en la invitación ¡Eso fue muy amable de su parte! – dijo ella sonriente - ¡Vamos, Terri! Tal vez pueda ser hasta divertido. Nunca se sabe. Anda, di que iremos.
¿Y qué gano yo con mi sacrificio? – regateó él astutamente, comenzando a encontrar el lado agradable del asunto.
Candy observó la fecha en la invitación dándose cuenta de que se ajustaba a sus propósitos a la perfección.
¡Ah! ¿Te has dado cuenta que la fiesta es el mismo día de la premier?- preguntó ella con una sonrisa vivaz.
¡Por supuesto! ¡Si el execrable vejete quiere tenerme sufriendo justo enfrente de él! – se quejó él – Pero no te salgas del tema, dime lo que yo ganaría.
Tendré una sorpresa para ti ese día, pero no la tendrás hasta que regresemos de la fiesta . . . a una hora razonable de modo que nuestros anfitriones no se sientan ofendidos – advirtió ella.
¿Me gustará la sorpresa? – preguntó aún dudoso
Ummmmm . . . . digamos que espero que te guste, – respondió ella y él finalmente asintió aceptando. Después de entonces el joven simplemente se olvidó del asunto porque se dedicó a otras preocupaciones más placenteras.
Finalmente, el día esperado llegó y a pesar de la ansiedad de Terri todo salió a las mil maravillas. Como de costumbre, deslumbró con su talento en el escenario. Su Petruchio fue cálidamente recibido por al exigente audiencia neoyorkina. Él no estaba del todo consciente de ello pero su desempeño en escena reflejaba una nueva madurez que el público reconocía y también apreciaba. Cuando el telón se alzó por última vez para que los actores pudiesen agradecer al público por la prolongada ovación, él alzó los ojos hacia el palco del proscenio para ver las caras sonrientes de Eleanor y Candy que se unían al aplauso. La mirada de la joven se encontró con la de él dejándole leer en sus ojos cuán orgullosa se sentía por él. Luego entonces, las preocupaciones por la fiesta de Hirshmann fueron dejadas en segundo término.
Más tarde, la misma noche, Candy descubrió que Terri había juzgado apropiadamente al señor Hirshmann, quien era efectivamente, aburrido, esnob y artificial, pero sus fiestas no eran tan malas porque el hombre conocía a mucha gente interesante que hacía la noche menos fastidiosa. Irónicamente la señora Hirshmann era una amable dama de mediana edad, quizá demasiado joven para el viejo crítico, que fue inmediatamente cautivada por la novedad de Broadway aquella temporada, dicho de otro modo, por la esposa de Terri. La joven atrajo la atención de los invitados desde que puso el primer pie en el recibidor de la casa y para mediados de la velada Terri se dio cuenta de que las cosas no estaban tan mal como él había pensado. La pareja bailó un buen rato, disfrutando de su mutua cercanía y de la libertad de estar juntos en público. Él no tuvo que atisbar a su reloj como usualmente lo hacía en las raras ocasiones que asistían a ese tipo de fiestas. Cuando se dio cuenta, ya era hora de retirarse.
Había sido un día fatigante y cuando llegaron a su casa, ya muy tarde aquella noche, el joven simplemente se dejó caer sobre su sillón favorito. La joven se sentó frente al tocador quitándose las joyas que había usado en la velada. Observó brevemente el collar de brillantes que su esposo le había regalado como presente de Año Nuevo y luego lo guardó en un pequeño cofre. Después continuó quitándose las horquillas que sostenían su peinado, liberando los rizos rubios, poco a poco. Sentado en la chimenea, Terri observaba el ritual femenino con ojos divertidos, admirando el placentero contraste entre la blanca piel de la mujer con las luces negras de su vestido de raso y guipure. Sin embargo, había una pregunta que le estaba quemando por dentro y la lentitud de Candy lo estaba desesperando.
La muchacha pareció ignorar la ansiedad de Terri y continuaba su tarea mientras comentaba sobre la fiesta y la obra. El joven le contestaba sin prestar mucha atención, parte de él consumiéndose en curiosidad por la supuesta sorpresa que ella le había prometido y la otra parte comenzando a perderse en la escena de su esposa quitándose la ropa frente a él con movimientos naturales. Aún así él no quería dar a conocer sus ansias.
Candy se metió al baño y no salió de él hasta unos minutos después, olorosa a rosas frescas y usando una bata blanca. Se paró en la entrada de la recámara, mirando al joven aún vestido con el frac, con la impaciencia dibujada en sus gallardas facciones. Se rió internamente decidiendo que ya era hora de liberarlo de su atormentadora curiosidad y finalmente caminó hacia él sentándose en sus rodillas.
¡Luego entonces, me vas a pagar por el gran sacrificio que hice por ti esta noche? – dijo él abandonando su silencio.
¡Ah sí! – respondió ella distraída – Ummmm...¿Es realmente urgente para ti tener tu sorpresa justo ahora? – preguntó ella disfrutando el efecto del fuego sobre los ojos verde azules de él
¡No me vas a decir ahora que no lo tienes ahora mismo! ¿ Verdad? – replicó él con un ligero signo de desilusión que le hizo a ella pensar cuán infantil él podía ser a veces.
Bueno, sí y no, – se sonrió la mujer, deshaciendo el nudo de la corbata de él.
¡Vamos! ¡Esto no es justo! ¡Hice lo que tú querías y me gané mi premio! – insistió sin saber si sentirse enojado o excitado ante la proximidad del cuerpo de la mujer, sintiendo ya sobre su cara el olor a fresas del aliento de ella.
El joven miró a los ojos color esmeralda que brillaban con picardía y comenzó a sospechar que había sido víctima de una trampa.
¡Creo que me mentiste! – repuso desconfiado.
¡No es así! – se rió ella abiertamente, decidiendo que él ya había sufrido bastante. – Tengo parte de tu sorpresa, el resto vendrá después – y con estas últimas palabras Candy se puso de pie y caminó hasta su tocador, sacando un gran sobre de uno de los cajones, el cual entregó a su esposo.
El joven miró a las estampillas e inmediatamente supo que el sobre había venido de Inglaterra. Lanzó una mirada interrogadora a la rubia, quien le urgió a ver lo que había dentro del sobre. Terri encontró un manuscrito cuidadosamente doblado, con un interminable árbol genealógico que empezaba en 1660, con el nacimiento de George I, el primer miembro de la familia Hanoveriana en llegar al trono de Inglaterra en 1714. La casa de Grandchester era una de las ramas de esa línea, terminando con Richard Grandchester y sus cuatro hijos.
Recuerdo que mi padre insistió hasta que me aprendí de memoria estas cosas, – comentó Terri levantando la mirada del papel - ¿Pero cómo es que tienes esto?
Le escribí al señor Steward pidiéndole me enviase tu árbol genealógico – replicó ella.
Querías saber mi oscuro pasado ¿No es así? – bromeó él, – pero podrías haberme preguntado. Todavía puedo recitar toda la historia esa con todos los George, Williams y Edwards, incluyendo a mi tía bisabuela la reina Victoria y mi estirado tío George V, rey de Gran Bretaña, Irlanda del Norte, Emperador de las Indias y hombre más aburrido sobre la tierra. Un cuento bastante desabrido, por cierto – le advirtió.
No se puede decir que adores a la familia de tu padre, – se rió ella suavemente, – pero te equivocas. No es que me de curiosidad tu pasado, solamente quería tener en mis manos el árbol genealógico como un regalo para ti, – explicó tomando de nuevo su lugar sobre las rodillas del hombre, – porque es nuestro turno de contribuir a la línea familiar, aunque no estés muy orgulloso de tu linaje. Y esa es la otra parte de la sorpresa que estaba esperando para darte.
¿Qué quieres decir? – preguntó el joven confundido.
Bueno, hay todavía espacio en ese árbol genealógico para añadir más descendientes – dijo ella apuntando hacia el papel. – En unos meses más añadiremos un nombre a la casa de Grandchester . Aunque siendo un hijo nuestro, no creo que llegue a ser un buen aristócrata, - concluyó ella con una sonrisa, esperando a ver la reacción del joven.
El joven se quedó mudo mientras las palabras de Candy penetraban en sus oídos lentamente. Las frases resonaron en su mente pero le tomó un buen rato para comprender su implicación. Miró al rostro de la joven memorizando su expresión en aquel momento. Por último, el entendimiento le bendijo con un gozo que nunca antes había experimentado.
Quieres decir que . . . – masculló aún atontado por la noticia.
¡Sí! – susurró ella reposando su frente sobre la de él – Vamos a ser padres ¡Este es mi regalo para ti! Felicitaciones por la actuación de esta noche, Terri.
¿Estás . . . . estás segura? – tartamudeó él sin poder aún manejar la idea de ser padre en toda su extensión.
Absolutamente. El doctor confirmo mis sospechas justamente anteayer, - explicó la rubia - ¿No estás feliz con la noticia? – inquirió ella algo dudosa ante la reacción de asombro de él.
¿Feliz? – preguntó él comenzando a reír casi histéricamente – ¡Todavía no puedo digerir tanta felicidad, pecosa! ¡Son las mejores noticias que he recibido jamás! – concluyó tomando a la mujer en sus brazos, meciéndola suavemente hasta que los dos cayeron en la cama.
¡Oye! – protestó ella entre risas - ¡Ahora debes ser más cuidadoso! – le advirtió ella dulcemente y él reaccionó soltando el abrazo y apartándose, sin saber cómo debía actuar.
Yo . . . lo siento ¡Nunca he estado . . . casado con una mujer embarazada! – dijo perplejo.
Bien, pues yo tampoco he estado embarazada antes de ahora, – sonrió dándole confianza, – pero aprenderemos juntos. Aún así . . . no tienes que ser "tan" cuidadoso, Terri, – insinuó ella con un guiño intencionado y él comprendió su significado. Un segundo después un conocido olor a canela invadía la boca de la joven.
¿Puedo preguntarte una cosa? – musitó él mientras una idea le venía a la cabeza en medio del abrazo.
Sí.
Tú me hubieras dicho estas noticias aún si no hubiese ido a la fiesta de Hirschmann, ¿No es así? – preguntó él.
Por supuesto – se rió ella sabiendo que él había descubierto su truco. – Estaba planeando decírtelo hoy de todas formas. No quise decirte nada antes porque no estaba segura. Pero tú no lamentas haber ido a la fiesta ¿O si? – le miró ella sonriendo.
No debería de dejar que te salieras con la tuya tan fácilmente, irremediable embustera, pero esta noche podría perdonar todo, – dijo el joven olvidándose del asunto con otro beso y ella respondió desatando la banda que sostenía su bata, única pieza de ropa que cubría su desnudez.
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Perdido en el encanto del intercambio sensual y con al nueva alegría de saber que sus sueños de una familia con Candy se harían realidad muy pronto, Terri dejó en el olvido sus preocupaciones sobre las críticas que aparecerían en los periódicos al día siguiente. Algo que no le había pasado nunca antes en una noche estreno.
Candy dejó el baño y después de secar su larga cabellera con mucho cuidado, se puso la blusa del algodón con delicados bordados que hacían juego con la falda rosa que había escogido. Había planeado encontrar un empleo en una clínica, pero debido a su embarazo había dejado el proyecto para más adelante, pensando que era mejor dedicarse a su papel de esposa y madre por algún tiempo. Sin embargo, no se estaba aburriendo en lo más mínimo. Fort Lee durante la primavera podía ser un lugar primoroso y ella había estado aprovechando la circunstancia. Después de ayudar a Bess y a Lorie con los quehaceres domésticos, la joven solía salir a caminar a lo largo de la ribera del Hudson y regresar a casa para tomarse un tiempo para sí misma, antes de la llegada de su marido.
Miró su reflejo en el espejo admirando con orgullo la creciente curva de su vientre. Sus mejillas habían recobrado del todo su rubor de costumbre y sus ojos tenían una nueva chispa. Una especie de diálogo que ella no comprendía del todo, pero que disfrutaba con todas sus fuerzas había comenzado a darse entre la joven y la nueva vida que ya se movía dentro de ella. Le gustaba mucho sentarse en la sala para ver el ocaso sobre los estanques que rodeaban el vecindario y contemplando el plácido paisaje a través de la ventana, escuchaba cuidadosamente al lenguaje silencioso que compartía con su bebé.
Un rizo rebelde se escapó del listón rosa con el que sostenía su cabello en una cola de caballo, y distraídamente lo retiró de su frente. Suspiró recordando que en unos días más sería su vigésimo primer cumpleaños. Sabía que la vida aún le tenía reservada muchas cosas, algunas buenas, otras menos afortunadas, pero en aquella tarde serena se sentía tan benditamente completa que todas las penas que el futuro pudiese traer le parecían insignificantes para su confiado corazón.
Candy tenía en sus manos el correo que había llegado durante la semana. Noticias de Italia, Nigeria, Francia, Chicago, Lakewood y el Hogar de Pony, felicitándola por su cumpleaños. Cada una de esas líneas le traían el amor de aquellas personas que eran queridas e importantes para ella. Leyó de nuevo una por una todas las cartas, mientras internamente le contaba al bebé quiénes eran cada una de esas personas. Más tarde tomó una copia impresa de un guión de teatro que descansaba sobre una mesita cercana. Comenzó a leer . . .
"Reencuentros, por Terrence G. Grandchester"

La señorita rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora