Primer deseo

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Si algo no te gusta, cámbialo.

Eso me decía mi padre siempre. "No te conformes, y lucha por lo que quieres." Desearía poder hacerte caso, papá, pero mi vida era un caos en ese momento.

Mamá estaba enferma y Alisa dependía de mí, ya que aún era menor de edad. Me estaba encargando yo sola de la floristería, pero eso no era suficiente para mantenernos. Los ahorros que teníamos eran para costear mi carrera y el futuro de mi hermana. Mamá nos prohibía tocar ese dinero, por lo que tenía otro trabajo en una tienda de antigüedades, y a la vez, era profesora particular de coreano.

Al menos nos daba para pagar las facturas.

Me encontraba otro día más, limpiando el polvo en la tienda, eran las tantas de la noche y hoy me tocaba cerrar.

—Yo ya me voy, Liv. —Mi jefa, Adele, se despidió de mí, haciendo un leve gesto con la cabeza. Lo cierto era que siempre me había dado mal rollo quedarme sola en este lugar, tan oscuro, plagado de objetos que arrastran historias ancestrales.

Me daba la impresión de que en cualquier momento podría salir un fantasma de entre alguno de los muebles viejos y pegarme un susto de muerte. Las personas, por lo general, solían sentirse muy apegadas a sus objetos. Tal vez, una de ellas quisiera recuperar lo que fue suyo, y eso no me hacía ninguna gracia. Digamos que no era muy fan de lo paranormal.

Fui a dejar la escoba en su sitio, cuando me tropecé con un trasto que estaba en el suelo y me caí de culo. Mierda, ¿por qué no lo vi antes?

Se trataba de una pequeña lámpara dorada de los deseos, muy similar a la de la peli de Aladdín, solo que esta sería de adorno, obviamente.

Cuando fui a cogerla, pesaba bastante, se notaba que era una buena lámpara, lo más probable era que costase una pasta.

Tenía mucho polvo, por lo que se me ocurrió pasar la mano por encima para despejarla un poco. En ese instante, comenzó a salir un humo morado del orificio.

—¡Santa mierda! ¡qué cojones! —Me aparté de forma fugaz, sin levantarme del suelo, y recé por que aquello no explotara, y mi jefa me matara. Aunque claro, eso no debería importar después de muerta.

Vi cómo el humo cogía forma, literalmente, y se transformaba en lo que parecía un hombre.

—¡Ay dios! ¡el fantasma! ¡joder! ¿e-es un espejismo? —No esperé a que aquella cosa terminara de transformarse, solo quería salir de ahí cagando leches, por lo que pegué un brinco para levantarme, y fui corriendo hacia la puerta sin mirar atrás. Cerré de un portazo, y fue entonces cuando me di cuenta de que me había dejado las llaves dentro, ¡ahora sí que me matará mi jefa!

Me debatía entre intentar entrar forzando la cerradura o regresar a casa. La balanza se inclinaba más hacia lo segundo. Cuando me dispuse a volver, una mano tocó mi hombro y me sobresalté.

—¡F-fantasma! —exclamé. Me daba tanto miedo girarme que me quedé paralizada en el sitio.

—Jaja, ¡tranquila! No soy un fantasma, ¡soy un dios! —Una voz juguetona me respondió.

—¡¿Q-qué?!

—¡Qué linda! Jaja, no tengas miedo, no te haré nada.

—Dios, ¿e-estoy hablando con un fantasma? ¿o tal vez estoy delirando? —hablé conmigo misma.

—No estás delirando, ¡Tadá! —El tipo pegó un salto y se puso en frente mía, sorprendiéndome por completo.

—¡Ah! —grité llevándome las manos al rostro.

Siete deseosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora