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Mi padre parece un niño pequeño, ansioso, sentado en el tren. Le he pedido que me acompañe a comprarme una nueva escoba en el Callejón Diagon, en Londres.

Está felicísimo y muy emocionado, tiene muchas ganas de aprender sobre este mundo. Menea sus piernas con nerviosismo y lleva su sombrero, de aquella época en su juventud cuando se volvió rebelde y empezó a tocar jazz. Cuando nos bajamos en la estación da un saltito que solo yo veo y le sonrío.

- Y dices que... ¿aquí detrás había una gran locomotora escarlata?

- Sí, señor. Y siempre estaba reluciente. Espero que ya hayan renovado su interior. Hacen falta interioristas en el mundo mágico porque siempre es todo... antiguo, como si se hubieran quedado en los años sesenta o antes en cuanto a diseño de interiores.- le explico y él asiente sin dejar de mirar el pasadizo secreto del andén 9 3/4. Tanto, que tengo que dirigirle para evitar que choque contra una papelera y una mujer que va distraída con su teléfono.

Cuando llegamos al Caldero Chorreante, a su entrada peatonal desde el mundo muggle, mi padre no se percata de su existencia. Tengo que llamarlo porque ha avanzado unos metros sin mí. Él vuelve y noto que está demasiado nervioso.

- Puede que me llegue una noticia del Ministerio, pero eres mi padre y estoy en mi derecho de incluirte en mi vida.

Cuando entro, la movilización mágica que allí hay (el suelo barriéndose solo, los vasos y tazas fregándose, una comanda volando hacia su cliente...) todo se vuelve muggle. Y se mantiene de esa manera hasta que salimos a donde guardan los cubos de basura. Mi padre me mira, sin entender qué hacemos ahí, entonces toco los ladrillos con mi varita.

- Bienvenido al Callejon Diagon, papá.- le digo.

El arco de ladrillos se mueve, abriéndonos paso hacia la calle de locales mágicos. Hay gente vestida con túnicas extravagantes y de colores muy exóticos e incluso de colores mimetizantes con los del entorno (una novedad feísima, que utiliza la misma mágia que las antiguas capas de invisibilidad. Está claro que los magos y la moda y la decoración...no se llevan bien). Mi padre tiene la boca abierta y los ojos tan abiertos que amenazan con salir de sus órbitas.

- Vamos, papá. La tienda está por aquí.- le digo cogiendole del brazo para que se mueva.

En el Callejón hay gente que me mira, claro que saben quién soy.

- ¿Saben que soy...?

Niego con la cabeza.

- Me miran a mí porque soy una jugadora de primera división, campeona de la liga, papá.- le digo y veo como sus ojos centellean. ¿Quizás es orgullo?- Es aquí.

- Athletic Spooner.- lee él el cartel de la tienda.- Woah, sí que son escobas, esa parece muy...- dice de una de las de gama superior, de las que yo me voy a comprar.- Extravagante.

Sonrío y entro, haciendo sonar la campana.

- ¿Spooner no era un chico que estuvo contigo en el colegio? Recuerdo que estabas siempre enfadada con él, es más, os han amonestado a ambos al final de la liga.- dice mi padre.

Voy a responderle que la tienda es de uno de los hermanos de Ambrose cuando se nos acerca el mismo Ambrose al otro lado del mostrador y se limpia el sudor de su frente con el dorso de su mano.

- He aquí al susodicho.- dice mi padre.

- Oh, ¿me traes un fan, Bird?- le dice Ambrose dándole la mano y sacando su sonrisa de galán de telenovela. Qué asco.

- Bájate los humos, Spooner. Es mi padre. Ha venido a ayudarme a elegir mi escoba.- Ambrose abre mucho los ojos.

- Oh, encantado, señor Bird.- le dice.

 Entre QuafflesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora