Capítulo I. La visita

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La nostalgia… ese complejo sentimiento, muchas veces proporcionado por los recuerdos, los cuales vienen en los momentos más inoportunos de la vida… recuerdos que sin importar cuan perdidos estén en las tinieblas del olvido siempre hallan el camino hacia la luz…
Alicia era la costurera más requerida de la época, talento puro, según mi mamá era una persona muy inteligente y una hábil lectora. Realmente no la recuerdo muy bien ya que solo tenía tres años cuando ella falleció. Cuando vine a vivir a su casa recuerdo que la habitación que ahora ocupo era su taller, estaba lleno de retazos de tela, su antigua máquina de coser y viejas revistas, montones y montones de revistas. Una limpieza a fondo es lo que tuvimos que hacer, nos deshicimos de cosas sin valor aunque yo me quedé con su caja de metal que en sus mejores tiempos fue dorada pero los años ya le habían pasado cuenta. La caja realmente no era gran cosa pero lo que más me gustaba era lo de adentro; mis pequeños tesoros; una lupa plateada; un trozo de espejo; un anillo con una piedra azul; tres pequeños corazones de acero; un cilindro azul con tapa blanca, parecido a un frasco; un compás oxidado y mi favorito era una llave de esqueleto que al igual que la caja, ya estaba un poco oxidada. Mi mamá siempre me dice lo mucho que mi tatarabuela amaba la lectura, he leído muchas de las obras que ella leía, islas misteriosas, viajes y aventuras, asesinatos, hechizos, realmente mis preferidas son las de mundos imaginarios. De todos ´´Alicia en el país de las Maravillas´´ mi favorita, a veces me gusta imaginar que mi tatarabuela era esa Alicia y que soy el heredero de todas esas locuras, pero desgraciadamente ni ella es esa Alicia, ni yo vivo en el país de las maravillas. Vivo en la realidad y no es mi lugar favorito para vivir, aunque casi nunca estoy en ella, un ejemplo fehaciente de esto fue el otro día cuando conocí a una señora que dice ser mi vecina que me ve todos los días al ir para la escuela, sabía que la casa existía, siempre tiene un conejito en el jardín eso es lo único que sabía de esa casa. Siempre estoy en las nubes, en la escuela me lo dicen a menudo, no me malinterpreten soy buen estudiante pero no presto mucha atención en las clases, la verdad me aburro un poco: las clases deberían de ser dinámicas y motivadoras; los profesores también deberían poner de su parte y dar clases con ganas, la mayoría de ellos no tienen ni deseo de entrar al aula y a los entusiastas les tocó dar las clases más tediosas como el maestro de filosofía. A pesar de todo, mi vida iba bastante bien, encerrado en mi casa y en la realidad, pero bien.
Estuve dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, ya eran las tres de la mañana que bueno que era sábado y no tenía escuela.
-Un té eso me sentará bien, uno de tila para poder dormir- pensé mientras me levantaba de la cama.
Creo que mis padres piensan que soy medio murciélago apagan todas las luces de la casa y yo tengo que ir palpando las paredes y tropezándo con cuanto encuentro en mi camino, en busca del interruptor. Salí de mi habitación, aunque  no estaba todo apagado como siempre, desde los pasillos veía la cocina iluminada, pensé que era el único que estaba despierto, pero no estaba en lo cierto. Mi sorpresa fue grande cundo vi lo que me esperaba en la cocina, me quedé boquiabierto. Ella estaba ahí imponente: mi tatarabuela, bueno una versión rejuvenecida. En realidad cambiaba de aspecto, de vez en cuando era vieja, de cuando en vez era joven, flotaba a veinte centímetros del suelo envuelta en una ligera niebla plateada y algunas cintas azules.
-Entra y cierra la boca por favor que te pueden entrar moscas- me dijo como si aquella fuera la reunión familiar más normal del mundo.
Ya me dormí y no me di cuenta. Entré en la cocina y como si ella no estuviese ahí me dispuse a buscar una taza para el té, estiré la mano para alcanzarla pero las dos tazas que había salieron volando junto con el azúcar hasta el comedor, miré a mi tatarabuela y ella agitó una mano y del fogón saltó la tetera hasta la mesa, volvió a mover su mano y dos de las sillas se retiraron para podernos sentar.
-Siéntate querido- me senté sin creérmelo, ella se sentó e inmediatamente la tetera comenzó a levitar y sirvió las dos tazas de té – ¿azúcar?-
-Si, gracias- dije esto y se acercó la azucarera  y me sirvió dos cucharadas de azúcar.
-Vengo a hablarte de algo importante, quisiera haber venido antes, pero el trasporte de almas está algo lento, no quiero decirte cuánto me demoré en llegar. Aún sigo en el limbo, todavía no puedo irme, por eso vine, mi asunto pendiente es llevarte al país de las maravillas- me atraganté con el té y comencé a toser- Sí, has oído bien, el lugar es de verdad, tengo algunos pendientes ahí-
Yo todavía recuperándome dije – ¿y por qué yo? Tienes dos hijos, tres nietos, cinco bisnietos y de los cuatro tataranietos me escoges a mí para que valya a un país imaginario- dije siguiendo la corriente del sueño, aunque no me acuerdo de haberme dormido.
-Eres el mayor de mis tataranietos y el único de mis descendientes que ha presentado simpatía con el país. Te estuve preparando en vida para este momento, no recuerdas mis historias-
- esas historias, mamá decían que ya eran cosas de la vejes ¿bueno de ser verdad todo, y no digo que lo sea, como es que eres esa Alicia? ¿Y por qué no estás en Londres? ¿Y cómo es que hay un libro de ti?-
-¿cómo te lo explico todo? Son muchas preguntas. Bueno, si soy esa Alicia en una de mis visitas a infra-tierra bebí sangre del jaberwokie que yo misma derrote y uno de sus efectos fue el de la longevidad. Al llegar a una avanzada edad decidí que era tiempo de terminar con la vida de Alice Liddel, fingí mi muerte y me fui a otro lugar a uno bien aislado de todo y lejos del Reino Unido, así que me vine aquí y con un hongo mágico que traje rejuvenecí y comencé una nueva vida mantuve el nombre modificándolo a la región y adopte el primer apellido que oí en el vapor-
- ¿yo creo que entiendo algo, pero lo del libro cómo?- dije queriendo entender
- resulta que mi niñero Charles, Lewis Carroll, al cual conté mi primer y segundo viaje se aprovechó de mi inocencia y mi supuesta imaginación privilegiada escribió los libros que ya conoces. ¿Entiendes algo?- hice un gesto de indiferencia- sígueme, que debo darte algunas instrucciones-mientras lo decía si ponía en pie
Siguió caminando, flotando, bueno llegó al extremo de la cocina y atravesó la pared la cual conduce a mi estudio. Me levanté y la seguí, en ese momento me di cuenta de que yo no puedo atravesar paredes, desgraciadamente me di cuenta por las malas. Me recupere del golpe y fui por la puerta como hacen las personas normales o por lo menos las vivas. Entré a mi estudio y estaba parada frente a mi librero, señaló con su dedo la parte superior y salió volando su caja de metal como habían hecho las tazas.
-bien veo que conservaste lo esencial, aunque desecharon mi libro de patrones y mis revistas. Supongo que esto servirá, ahí encontraras lo necesario para tu viaje- gesticulo con la mano, la caja se abrió y levitaron ante mí la lupa y la llave.-con la lupa podrás encontrar la madriguera del conejo y lleva la llave en el cuello para poder entrar y salir, a y para que te reconozcan-
- ya es como un pasaporte inter-dimensional- dije con sarcasmo, aunque creo que no lo entendió.
-busca la entrada en el parque centrar, debajo del sauce. La hay en todos los países cada una cambia depende de la región-
-pero no me has dicho lo que tengo que hacer cuando llegué-
-mi tiempo se acaba en la tierra, busca al sombrerero, él te lo explicará todo. Un beso ya nos veremos, espero que no sea pronto- y comenzó a desvanecerse hasta que solo quedó una fina niebla.
Me fui a mi habitación y caí redondo en la cama, eso debió de ser el té. Me desperté a las nueve de la mañana fui al baño me di una ducha y después de vestirme me dirigí a mi estudio. Cuando entré, la caja de mi tatarabuela reposaba en mi escritorio. Recordé el sueño de la noche anterior, en ese instante me gritó mi mamá.
-Sediel cuando tomes té de noche usa una sola taza y lávala después. Me voy a la manicura con tu hermana- al oír la puerta cerrándose salí de mi embelesamiento, y comencé a cuestionarme de que haya sido un sueño.
-Sediel creo que deberás de ir a ver el sauce tal vez sea verdad todo. Eso o me estoy volviendo loco de camisa de fuerza y todo- sí, hablo conmigo mismo pero eso no es de locos ¿verdad?
Tome la mochila y vacié en ella el contenido de la caja y la novela en francés que tenía que devolver en la biblioteca, si no hay madriguera por lo menos devuelvo el libro que voy con tres meses de retaso.
Llegué al parque y no me gusto para nada lo que vi casi todo lo habían pavimentado y estaban eliminando las áreas verdes. Por suerte mi lugar de destino no estaba pavimentado gracias a unos ancianos que practicaban tahi-shi todas las mañanas. Toda la pequeña parcela resplandecía con un agradable color verde hierba, bueno del color que es la hierba, y en la esquina el sauce en donde debía de estar la madriguera.
Pero debajo del árbol no había nada. Con lastimero pesar me di la vuelta y camine a la biblioteca para devolver el libro.
-la lupa Sediel no dijo mima, bueno su fantasma, que la lupa me ayudará a encontrar la madriguera- metí la mano en mi mochila y comencé a rebuscar-¡la tengo!
Miré a través de la lupa hacia el sauce llorón y vi como todo era de un color gris muy reseco, menos un circulo irregular que parecía una noche estrellada sin luna y del emanaba un resplandor dorado como los rayos de sol.
-ya sé dónde está- así que guardé la lupa en la mochila y caminé hacia el sauce llorón-
Cuando llegué ya no había agujero, me arrodillé y coloqué mis manos donde debería estar la entrada, parecía bastante firme el suelo. En ese preciso instante la tierra de debajo de mis manos desapareció y me precipité al vacío. Comencé a gritar, no veía nada, ni mis manos veía.
Poco a poco fui reduciendo la velocidad de caída, y el túnel se esclareció lo suficiente para ver todo lo que me rodeaba, estaba flotando en lo que parecía ser una sala muy desordenada y colocada de forma vertical, todo parecía ser mueblería del siglo XIX todos cubiertos de tela de arañas, en el centro, o lo que me pareció el centro, había una chimenea de ladrillos rojos con una repisa de mármol blanco la cual parecía muerta desde hace siglos no había ni rastros de hollín y sobre ella había un reloj con cinco manecillas u colgado en la pared un cuadro con un solo y raquítico árbol que no se parecía a ninguno que jamás hubiese visto. Fijándome en la chimenea se me olvidó esquivar alguno de los muebles que estaban flotando y caí en un sillón muy lindo a la vista pero estaba más incómodo que una almohada de piedra. Seguí cayendo, en mi recorrido me topé con una cocina llena de trastes sucios y frascos de mermelada vacíos, una recamara con una cama que no parecía más cómoda que el sillón del salón vestida con tules de color café, o tales eran blancos pero estaban cubiertos de polvo, el ultimo tamo de túnel decorado ni siquiera sé qué tipo de habitación era, había un piano, cientos de libros, tubos de ensayos llenos de líquidos espumosos y pegajosos y por si fuera poco un baúl lleno de juguetes rotos. El túnel se oscureció nuevamente y volví a acelerar mi caída. Aterricé en un sillón algo más cómodo que el del principio del túnel, creo que estaba relleno de hojas secas. Lo que vi en cuanto me incorporé fue un lúgubre pasillo, las paredes parecían manchadas del hollín que no había en la chimenea y al piso le faltaban algunas baldosas y estaba cubierto de juguetes rotos, muñecos de porcelana sin ojos y cosas así, ah y del techo colgaban muñecas de trapos despeinadas y con poco relleno. Una escena deprimente, como si se hubiera librado una feroz guerra la cual ha dejado un enorme número de víctimas. Lo curioso, a parte de la escena de los muñecos sacada seguramente de algún manicomio, era que nada en el pasillo era blanco, descolorido si, blanco no. Pero como cada regla tiene su excepción, esta también, al final del pasillo colgaba una cortina blanca, ondulaba sin haber viento, parecía como si hubiese querido hacer algo con lo que pasó pero se sintiera incapaz. Atravesando con mucho cuidado de no pisar los juguetes y su agonía, me asome a la cortina. Detrás de esta lo que había era una ventana cerrada de cristal, detrás de su traslucido material se dejaba ver un salón con baldosas blancas y negras en el piso, las paredes estaban pintadas de un rojo profundo que combinaba perfectamente con todas las puertas que habían en el circular salón, cada una de aspecto y color distinto. Pero la ventana era sólida y no parecía abrirse.
-¿Sediel como avanzaremos? No hay puerta y no creo que la gravedad se invierta para salir por el agujero del parque-
- hola, no has notado tan siquiera que acabas de bajar unos cien kilómetros por un agujero que aparece y desaparece, además ya estás del otro lado de la ventana, deberías de despertar de vez en cuando- me dije a mi mismo, creo que debería de ver a alguien para que me ayude con eso de hablar solo.
Efectivamente ya estaba en medio del salón circular, no se parece mucho al que estaba en Londres, supongo que todo cambia con el territorio. El salón estaba iluminado por cientos de candelabros de bronce en las paredes y una araña de cristal en el techo, tenían velas blancas gastadas que no parecían nunca desvanecerse y que brillaban como el sol del mediodía. En el centro una pequeña mesilla de cristal y justo en frente de la ventana una cortina paletada con adornos dorados en espiral, atada con una cinta azul celeste con algunos cabellos pelirrojos, detrás de ella había una puerta pequeña. La puerta estaba pintada de color blanco desgastado que dejaba ver que en su pasada vida fue verde.
-¿Y ahora como paso?- me pregunté en voz alta
- Mira la mesilla- dijo una voz femenina que parecía salir de la pequeña puerta
-¿Quien dijo eso?- y nadie respondió
Haciendo caso a lo dicho por mi misteriosa interlocutora me volteé hacia la misilla del centro del salón, en ella había un frasquito y una cajita de cristal.
-Oye eso no estaba allí antes-
Al acercarme observe que el frasco estaba lleno, lleno de una sustancia desconocida de color azul intenso,  en la caja de cristal un pastelito con un letrero de chocolate que decía ´´cómeme´´. Tomé la cajita y la guardé en el bolsillo externo de la mochila para usarlo luego.
-Lo que hay en el frasco debe de ser el que reduce el tamaño- agarré el franco y noté que tenía una etiqueta en blanco, aunque al momento que me fijé comenzaron a dibujarse las letras ´´bébeme´´.
Me di un trago de la misteriosa sustancia que sabía a arándanos, fresa, galletas, chocolate, en fin sabía deliciosa. Me dio hipo y al hipar por segunda vez ya había alcanzado el tamaño adecuado para pasar por la puerta.
-¡Ho no! La llave se me quedo en la mesa, ha no que la llevo en el cuello-
Me quite el cordel con la llave del cuello y la introduje en la cerradura, al momento de girarla un frio aire que venía de atrás, me erizó hasta los huesos. Me di la vuelta y no había nada, hubo otra fría ráfaga de viento y las velas eternas se apagaron como si la oscuridad hubiera tomado posesión de la sala, el aire era espeso y olía a pólvora. Al oír los susurros provenientes de la oscuridad y con el corazón en la boca abrí la puerta salí sin fijarme a donde. Cerré la puerta y pase la llave, se sentía como si alguien quisiera abrirla desde dentro con una fuerza de un ejército, por suerte la puerta resistió.

Regreso a las MaravillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora