Al compás.

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Volteó dejándolos ahí sin siquiera despedirse.

¡Tonta!, ¡tonta!, ¡tonta!. Ha de ser por eso que él lo evitaba porque salía con ella.

Aquel líquido resbalandose por su mejilla la sorprendió. ¿Acaso estaba llorando?. Era patética, si que lo era.

La vio marcharse con pasos apresurados, estaba perdido no entendía su actitud, la había estado evitando porque creyó que ésa era la única manera de calmar los latidos de su corazón. Amarla como lo hacía  no era normal. Hace más de tres años lo descubrió y por lo mismo enloqueció, no fue fácil aceptar lo que ella provocaba en él, verlo hablar con alguien, sonreír, compartir con algún chico, hacía que su lado cavernícola despertara. Una tortura vivir así porque la quería para él pero sentía tanto miedo de que su amor no fuese correspondido y prefería verla con alguien más que perder su amistad. Al menos tendría una pequeña parte de su corazón.

- Erick, ¿me estás escuchando?. - Habló la chica que seguía enganchado a su brazo. Lo apartó con cuidado, olvidó por completo que Danna seguía ahí.

- Luego hablamos. - contestó un poco molesto por haber  interrumpido su conversación con Mel.

- Pero... - no la dejó terminar se dio la vuelta y se dirigió por dónde vio a su amiga perderse.

Las clases terminaron y sus nervios aumentaban. La buscó en cada rincón de la Universidad, no la encontró. Resignado se volvió a su apartamento, vivía ahí desde que entró a estudiar. Llamó a Noah su amigo  preguntándole por Melina pero él tampoco la había visto.
Suspiró y se adentró al sanitario, nada mejor que el agua para poder calmarse.

Llegar a su casa se convirtió en una tortura desde hace un tiempo. Sus padres se peleaban casi todo los días y ella era la que más sufría por esa discusión.

Anna, su nana la saludó alegre cómo siempre. Escucharon que sus padres otra vez discutían ¿Hasta cuando seguirían así?, ¿hasta cuando?.
Hace un par de años comenzó la pelea, no sabía exactamente cual era el problema entre ellos cada vez que preguntaba evadían el tema y ella dejaba de insistir. Ser hija única tenía sus ventajas pero también era un sufrimiento, no tener con quién hablar, no tener un hombro en dónde pueda apoyarse en momentos asi era realmente asfixiante.

Miró a su nana con una mirada triste y subió a su habitación, descartó la idea de llamar a su amigo, él seguramente está con esa chica y no queria molestarlo. Ni siquiera se sentía capaz de indagar más sobre ellos, a decir verdad no quería saberlo.
Dejó su mochila en la cama, un buen baño y luego de un buen descanso seguramente se sentiría mejor. 

No escuchó las llamadas entrantes en su teléfono.

Horas después se dio cuenta que ya anocheció por lo mismo miró escalera abajo, tratando de escuchar algo; más bien rogando que sus padres hayan dejado de discutir.
Al no escuchar más peleas bajó para saludarlos y compartir la cena, ellos por más enfadados que se encontraran nunca dejaban de lado, la costumbre de comer todos juntos.

Engullir la comida en un sepulcral silencio no era a lo que estaba acostumbrada, las comidas en las mesas había sido siempre su momento favorito. No por la comida sino porque ahí pasaban horas conversando, escuchando anécdotas de sus padres, cómo se conocieron y lo mucho que lucharon para que su relación funcionara. Sabía que su abuelo materno no quería que su única hija se casara y que por ello la dejó sin herencia cuando ella decidió unir su vida al lado de Jeremy, su padre.

La vida de ellos no fue fácil, su madre había sido criada  como una reina por ser hija única y su padre era un hombre pobre que lo único que tenía era un pequeño taller de vehículos y gracias a su buen trabajo ha salido a flote los que los llevó a tener una buena posición económica.

Qué lejano todo aquello.

No pudiendo más rompió el silencio.

- ¿Porqué discuten tanto? - Sus padres la miraron un poco culpables, dolido tal vez. No sabía identificar sus expresiones.

- No es nada grave cariño. - contestó su padre dedicándole una mirada de advertencia a su esposa.

- Si cariño, es... como decirlo un pequeño problema que no hemos podido sobrellevar, pero tranquila ya se solucionará. Su madre la estaba mintiendo comprendió, no pudo siquiera mirarla a los ojos al hablar, lo que significaba una cosa. La estaba mintiendo.

Asintió derrotada, cuando sus padres escondían algo no había poder humano que los haga hablar. Eran tan tercos.

El timbre de la casa sonó por todo el lugar y tanto su madre como su padre la miraron interrogantes.

- No estoy esperando a nadie - se defendió.

- Debe ser Erick, es él único que llegaría a éstas horas. - dijo su padre. Tragó saliva, si era él seguramente venía a contarle como le fue con esa rubia y no quería saber, por primera vez no quería saber nada de la mujer que salía con su amigo.

- Si es él díganle que no estoy - habló nerviosa. - Por favor. - rogó cuando se dio cuenta que sus padres no colaborarían.

- ¿Qué sucedió, se pelearon?. - preguntó Sussan, su madre. Ella negó, como explicarlo si ni ella sabía.

Un timbrazo tras otro la hizo saber quien era y no tuvo más remedio que levantarse e ir a abrir. Al verlo sus angustias, sus miedos y su enojo se esfumaron, no sabía  que en un par de horas sin ver a una persona se podía extrañarlo tanto.

Se abalanzó a su brazo y se aferró a él, a su olor varonil que la embriagaba, escuchar sus latidos la calmaba y sentir sus brazos alrededor de su disminuto cuerpo la hizo sentirse fuerte, segura como cada vez que la abrazaba.

Erick respiró al fin, había salido como un loco de su apartamento cuando ella no contestó sus llamadas. Pensó lo peor, no era  normal que ella se desapareciera así, tenían diferencias, si, pero una hora duraba su enojo, habían puesto esa regla en su relación de amistad cuando eran niños, él sin querer había roto el brazo de su muñeca y no le habló durante dos semanas, semanas que Erick se pasó tienda por tienda buscando una igual para que ella lo perdonara y desde ese día se  habían puesto de acuerdo, si uno estaba disgustado con el otro no podía pasar más de una hora y aunque ahora ya habían crecido; ésa regla lo seguían cumpliendo hasta hoy.

Tenerla así enrroscado a su cuerpo casi lo hace gritar de dicha, sentirla aferrado a él le llenaba el alma de una manera inexplicable. Se sentía el hombre más afortunado del mundo cuando escuchaba su corazón latir al compás de la suya.

Caricias en el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora