Pudo haber sido perfecto

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Aquel día, el veinticinco de enero del 2037, tumbado en mi cama mirando el techo fijamente, concluyó el séptimo día de ausentismo por mi parte hacia el instituto. Ni siquiera he salido de mi habitación en ese tiempo —y la excusa perfecta para que mis padres no se extrañasen fue "he suspendido un examen" —.

Aún no le encontraba un sentido, ni siquiera lo comprendía.

"¿Por qué Marta querría dejarme? ¿Por qué, si éramos totalmente felices juntos?". Seguramente la felicidad solo la logré sentir yo, viendo lo sucedido.

Agarré mi teléfono y leí los mensajes.

"KIARA:/3 mensaje(s) nuevo(s)/"

"¿Estás bien? Me refiero..., no he sabido de ti desde que pasó lo del incendio."

"Estoy preocupada, ¿sabes? No te escribo por escribir, sé que estás pasándolo mal, pero no me quieres dejar ayudarte."

"Por favor, aunque sea, déjame estar contigo durante poco tiempo, quiero y necesito ayudarte."

Suspiré, entonces dejé caer mis párpados. Respiré relajadamente, intentando dejar la mente en blanco.

Caí dormido, y me sentí como en una nube. Una nube que no me dejaba tocar el suelo por mucho que quisiera. La nube comenzó a colorearse oscura, como si estuviera a punto de descargar toda su furia en forma de agua, pero en su lugar visualicé una sombra.

¡No! Eran dos sombras, riéndose. Se reían de mí. Logré distinguir una, se dio la vuelta.

Empecé a sentir miedo, quería moverme, quería irme de allí y no volver nunca más. Pero mi cuerpo se resistió a mis órdenes.

Estaba a punto de llorar, pero se formaron unas arenas movedizas en mi pesadilla, y eran cada vez más reales. Sentía como me engullían.

De repente de mis ojos comenzaron a brotar lágrimas. Lágrimas que al llegar a mi boca se vaporizaban. Me puse las manos en la cara y comencé a notar que un charco se formaba a mi alrededor sin llegar a tocarme. En un abrir y cerrar de ojos, toda aquella tristeza proveniente de mí moldeó el agua hasta hacer una persona. Su mano rozó la mía. Allí, me sacó de las arenas movedizas. Y de un salto y un pisotón hizo desaparecer aquellas sombras.

Abrí los ojos y caí en el colchón, como si hubiese estado flotando todo este tiempo. Extrañado, logré coger mi teléfono y vi que había un único mensaje nuevo.

"KIARA:/1 mensaje(s) nuevo(s)/"

"Ya está, me he cansado de esperar una respuesta. Estoy de camino a tu casa, pienso ayudarte lo quieras o no."

Comencé a sentirme mal. Con todo este estúpido estado de humor mío he conseguido una visita no deseada de Kiara, que no para de preocuparse por mí sin motivo.

Ya se lo dije aquel día, y se lo volveré a decir si se presenta en la puerta de mi casa queriendo ayudar.

"— Estoy bien, tranquila. No me pasa nada."

[...]

Tocaron el timbre, y yo agradecí que mis padres se encontraran fuera de casa en ese momento. Bajé las escaleras y fui hacia la puerta principal, abrí esta. Me encontré con una Kiara de ceño fruncido.

— ¡Mike! —exclamó nada más me vio la cara. — ¡¿Tú sabes lo mucho que me preocupado por ti, tonto?!

Me quedé con los ojos abiertos como platos. No me esperé que lo primero que me dijera lo dijera así.

— ¡Ni siquiera me querías hablar! Y yo te tengo aprecio, ¿sabes? —agarró su teléfono con fuerza, el cual tenía en la mano durante todo el tiempo.

— Eres... un estúpido que se aleja de todos cuando más los necesitas... ¡Cuando más me necesitas! —al terminar, y después de casi destruir su teléfono con una fuerza sobrehumana, me miró firme.

Me quedé con los ojos como platos, mirando a los ojos a Kiara, sin saber qué decir o hacer a continuación.

Kiara suspiró, entonces guardó su teléfono a medio romper en su bolsillo y me miró.

— Bueno..., no he venido aquí solo para regañarte... —murmuró. — ¿Tienes algún juego de mesa que no hayamos jugado ya?

Tras decir eso, colocó una media sonrisa en sus labios. Entonces supe que no estaba realmente enfadada conmigo.

[...]

— ¡Has hecho trampas!

— Eres muy mal perdedor, Mike.

Kiara rió, entonces recogió todas las piezas y las guardó en una pequeña y gris caja en la que me dedico a guardar las cosas que no me sirven —entre ellas un grupo de fichas de ajedrez que quizá nunca hubiera tocado de no ser por Kiara y su gran amor por el ajedrez —.

Ella sonrió, entonces le devolví la sonrisa.

— Gracias. —le prediqué, con aún con una sonrisa cálida en los labios.

Kiara me miró dulce, posó sus manos en mis hombros y habló.

— Creo que ya estás listo.

— ¿Qué? ¿Para qué? —pregunté, algo confundido.

— Para volver al instituto, tonto.

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