7. Black Russian

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Una vez le pregunté a mi tío abuelo Joseph porqué se casó a una edad tardía, en la que das por sentado que ya no va a ocurrir. El me contestó que fue porque nunca se había enamorado hasta que conoció a Grace. La conoció un verano, en uno de sus muchos viajes que hacía en solitario. Recorrió toda la punta escarpada del condado de Cornwall y, una de sus paradas fue en Falmouth.

Le gustaba tanto los dulces que se detuvo en una pastelería: «Dulce Grace».

Ella fue el pastel que más le gustó.

Fue un noviazgo corto de tres meses. Después de tanto años de soltería y enamorarse por primera vez a la edad de cincuenta y cuatro años, lo último que quiso era perder ese tren. No lo dudó, y se fue de Londres donde residía para vivir con ella. Ser autónomo en su trabajo le facilitó el traslado, su profesión era la misma que la de mi abuelo y padre, la de electricista.

Los tres electricistas de la familia amaban con locura a sus parejas, y ese amor siempre fue recíproco. Quizás fuera por la coincidencia en el oficio y la fidelidad con ellas que, siempre pensé cuanto me gustaría que mi futuro compañero tuviera la misma profesión. Mi deseo se lo comuniqué a mi abuela Stella. Su respuesta, antes de que muriera el tío Joseph, sorprendió más a mi padre presente ese día que a mi.

—Cariño, estos electricistas dan buenas descargas. —Miró a mi padre que enrojeció. Mi abuela siempre hacía enrojecer a su hijo—: Se lo puedes preguntar a tu madre o, a tía Grace.

No hizo faltar más seña y, mucho menos preguntar a ellas para saber su satisfactoria vida sexual plena y activa. Di por hecho, que las tres lo hablaron a menudo por el comentario que me hizo. Por aquel entonces pestañeé varias veces ante su respuesta, asumiendo de que el sexo podría ser una potente droga.

Los dos primeros días que estuve en Falmouth permanecí en la casa. La única salida que hice se limitó a acompañarla hasta el centro de la ciudad donde tenía la pastelería, ahora cerrada desde hacía cuatro años. Pero a ella le gustaba de vez en cuando ir a echar un vistazo.

«Dulce Grace», era un lugar amplio ya que, hacía también la función de cafetería, y una vivienda pequeña donde residieron. A los meses de casarse, mi tío compró una casa cerca del mar donde vivieron varios años, hasta que enfermó, y marcharon a vivir a la casa de él en Londres. Grace alternaba un lugar y otro desde que faltó.

Desde que llegué, mi tía no paró de decir que no bastaba mirar el mar desde la ventana de la habitación, que disfrutaría mucho más si bajaba a la playa y hundiera los pies en la arena. A cinco minutos a pie se encontraba la playa de Gyllyngvase. Decidí bajar esa mañana para descanso de ella y no llegara a pensar que fue una mala idea el que viniera, por su insistencia. Mucho menos que fuera a sentirse culpable.

—No sé para qué haces tanto dulces, no vamos a poder con todo —le dije una vez bajé de la habitación hasta la cocina.

Grace estudió repostería. Pero en general le gustaba todo lo relacionado con la cocina. Encima de la mesa había todo un pequeño arsenal de utensilios: báscula, jarra medidora, espátula, cucharas, rodillos, papel de hornear, sin añadir los ingredientes que utilizaba. Tuve que parar de contar. Llevaba su pelo recogido en alto con una pinza, un delantal con pequeños estampados florales y, una manga de crema pastelera entre sus manos preparando un relleno.

Cero por cien grados ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora