Capítulo 1

78 17 34
                                        

Los pasos se habían vuelto cortos, sentí mi cuerpo zarandearse con simpleza del cansancio. Me dejé caer en el frío pasto, deteriorado, casi muerto, no había ningún animal cerca; todos se preparaban para la llegada del invierno.

Los encuentros con Isaac me ponían de mal humor, me estaban obligando a casarme con él.
Mis padres comerciantes, recibirían algo a cambio del padre de Isaac, era un ministro que se encargaba de la mercadería marítima y los recorridos.
Yo no me quería casar, ¿para qué?, no era por amor, no tenía lógica. ¿Por qué amargarme la vida por una obligación de mis padres?, no quiero desobedecerlos, pero ser la señorita obediente y sumisa me tenía agotada.
Se sentía agónico.

Mis padres solo me querían por ese interés económico, o tal vez era por reconocimiento, quizás lo que critico sea otra cosa, no lo tengo muy claro, pero estoy decidida a desobedecer esa orden.
Aunque me costara la aprobación de mis padres por el resto de mi vida, no me importaba.

Suspiré, extendí mis brazos sobre el pasto. El sotobosque era agradable a la vista, la combinación de colores, los árboles altos que lograban jugar con el cielo.

—Ayesha.

Alguien o algo me susurró al oído, en seguida me senté, miré a mí al rededor, no había nada ni nadie.
Escuché tintinear una voz, algo me llamaba.
Me levanté del suelo y caminé hasta abrirme paso por los arbustos, si seguía más allá, cruzaría el límite y estaría en tierras de inmortales. Sería chica muerta.

Miré a través de la barrera, allá aún era otoño.
¿Las tierras inmortales tenían tiempos diferentes?, en el tratado, ningún mortal debía cruzar la barrera, a no ser que fuera concebido el permiso por un inmortal.
Los inmortales no podían mentir, podían jugar con las palabras, pero no mentir, o eso solían decir.

Una mirada fugaz, roja, brillante, rebosó a través de la barrera por su intensa luz.
La sensación de pertenecer al más allá me recorrió el cuerpo, aún así me alejé de esa idea tonta de correr peligro.

Caminé hasta casa, y el frío se apoderaba de las calles.
El sol a media tarde entraba por los pequeños espacios entre las hojas de los árboles más altos, a los más pequeños, casi era el ocaso, comenzaba a caer la oscuridad poco a poco.
Pronto, se aproximaba la noche más larga del año, y en ella, mi cumpleaños.
Realmente no me importaba demorarme, mucho era el tiempo que perdía de mi vida pasando tiempo con Isaac, si llegaba a casa temprano, solo me molestaría con preguntas referentes al matrimonio, era otro desgaste que no enfrentaría.

Llegué al jardín de mi casa, entré por la puerta trasera ya que no guardaba llave.
Con pulcritud y delicadeza logré escabullirme hacia mi cuarto, el frío mármol que adornaba el pasa manos de las escaleras, me erizaba el sentir. Atravesé el pasillo con tranquilidad, caminé hasta al fondo, para encontrarme con la puerta del cuarto que se me había asignado hace años, cuando comencé a vivir con ellos.

—Señorita Archer,—La voz dulce de Ireni me hizo girar hacia ella.— joven ama, su madre solicita su presencia en el comedor. Cena familiar.

Y los planes que había hecho de procurar no hablar con ninguna figura de autoridad, se habían esfumado.

—Claro, diles que ya bajo, me cambiaré.—Le sonreí, fuí lo más amable posible, Ireni no tenía la culpa de los actos de mis padres.

Abrí la puerta con algo de enojo, seguido la cerré. Por consiguiente, me miré en el espejo, las mejillas delgadas casi esqueléticas, los pómulos se lograban marcar un poco, las cejas bien trazadas, los labios carnosos pero delicados, el cabello castaño, casi ocre, mi apariencia daba asco, estaba descuidada. Dejé de preocuparme por mí misma por mucho tiempo, o quizás era a lo que menos le prestaba atención estos últimos meses.

Me coloqué uno de los vestidos de seda favoritos de mi madre, color aurora, tenía brillos que aumentaban entre más abajo estaba la tela, arreglé mi cabello en una trenza y salí del cuarto.
Las paredes blancas que alguna vez tuvieron dibujos de flores, paisajes y líneas humildes ya no estaban, borraron todo rastro de ella, ya no habían recuerdos ni huellas de mi mamá biológica por toda la casa, excepto yo, era lo único a lo que mis padres le podían sacar provecho de las cosas que venían de mi mamá.

Finalmente, bajé las escaleras alzando la delicada seda del vestido aurora bien decorado. Miré las paredes de casa, las pinturas, era increíble que hubieran retratos de muchos artistas reconocidos, pero ni uno solo de mi mamá.

—Te ves bien, Elizabeth.—Asentí en forma de agradecimiento por el halago de mi padre.— Siéntate, haznos compañía.

—El joven Isaac llegará en unos minutos.—Finalizó mi madre, con prisa, como si fuera el único detalle que le importaba. El labio se me curvó y las cejas se me acercaron más la una con la otra, cuál era la necesidad de fingir el romanticismo que no sentía por él.
Nada bueno me iba a traer dicho compromiso.

—¿Por qué Isaac...?—No alcancé a terminar, mi madre, la señora Mereli Archer Beddor, siseó para callarme, sin duda, mi padre no refutó en contra.

Opté por la única opción que me daban, hacer silencio y esperar con calma a Isaac, no quería casarme con él. Coloqué mis manos sobre las piernas, mirando la palma de estas con intensa amargura, un ojo trazado con tinta en la mano izquierda me miró, parpadeé seguidamente, lo que había visto quizás era producto de mi imaginación.
Aún así, incómoda dejé mis manos sobre las piernas, jugando con la seda del vestido, luego miré al frente, las puertas del comedor se abrieron y allí estaba él.

Me miró con superioridad, una mirada por sobre el hombro, era casi sensual. Logró erizarme la piel como siempre, incliné la cabeza como saludo, ni una sola palabra salió de mis labios.

El cabello ondulado y abundante de Isaac llamaron la atención de mis hermanas no biológicas. Sus ojos grandes, pero con una expresión seria, su mandíbula tensa mientras tomaba asiento. Tanto él como yo, odiabamos este tipo de situaciones, a él no le gustaba la idea del matrimonio, y ya sabrán que a mí menos.

—Isaac. —Musité con una sonrisa fingida, pero se veía real, casi tímida. Aún así, me negaba a ser un trofeo o una exhibición más de las mujeres de mi familia.

—Elizabeth. —Me saludó con una ceja alzada, sus labios se curvaron hasta mostrar sus dientes, blancos, perfectos. A veces me preguntaba seriamente cómo no podía amar siquiera su físico.— ¿Cómo te terminó de ir en tu visita al prado?

Se me tensaron los hombros, mis padres no sabían que había estado allí por cuarta vez en la semana.

—¿Cuál prado?—Mi papá frunció el ceño y se tensó en su asiento.

Isaac abrió los ojos perplejo, yo me hundí en la silla recostando mi espalda en ella.
—Carajo.—Murmuré haciendo plegarias para que no me regañaran. Sabía lo mucho que le molestaba a mi papá que estuviera cerca de la barrera.

Elisa Archer: InmortalesWhere stories live. Discover now