Chic 'N' Stu

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Para chuparse los dedos.

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¡Hummm! ¡Yomi!

   Rin tiene intensamente coloradas las mejillas, rellenitas cual ardilla comiendo bellotas en una tarde de verano, apretujando sus mofletes jovialmente al tiempo que sus papilas se regocijan de la explosión de sabores inundando cada rincón de su boca. Unas migajas traviesas se zafan de los blanquecinos dientes y decoran como copos de nieve los brillantes labios. No se avergüenza de hacer todo el ruido que le plazca degustando las platillos gourmet, a pesar de que sea asqueroso para algunos escuchar a una mujer sorbiendo escandalosamente los líquidos o de mal gusto que alguien masque exageradamente —escuchándose como si lo hiciera con la boca abierta—. Para ella, es símbolo de que lo que prueba es digno de admiración y de dar felicitaciones al Chef.

   Lo que lo hace más divertido, porque prácticamente es adularse a sí misma. Lo cual, en efecto, no le parece mala idea.

   Su gusto por los animes se hace evidente cuando traga pesadamente el bolo alimenticio y acto seguido abre los orbes azulados, cristalinos y con corazones en vez de pupilas, consecuente a que muestre los caninos infantilmente. Las gesticulaciones son estrambóticas y con tinte de sensualidad, sacando la lengua para relamerse el belfo regordete y espolvoreado de un ingrediente especial. Vuelve a chillar emocionada, con un cosquilleo corriendo por su espina dorsal.

   ───¡Humm! ¡Ahhh, Qué Rico!—. Justo como una fangirl fantaseando con su husbando preferido, Rin sostiene el costado de su cabeza, amortiguando su veloz masticar al tener la palma en la quijada; al tiempo que inserta el tenedor, metálico y con adornos imperiales en el mango, en otro gran trozo de alimento, llevándoselo de inmediato a la boca tan pronto como su organismo es capaz de tragar. ──¡Lhenph! Dhephes pfobhaaat ishto.

   La niña dulcemente recomienda, hablando con la boca llena sin importarle que se pueda ahogar o que esté escupiendo hacia los platos de su invitado, que nauseabundo descalifica a su parecida, lleno de repulsión y sintiendo arcadas cada que un pedazo vuela y se embarra en sus porcelanas mejillas. Estoico y con aire de un muerto en vida, traduce lo que ella quiso decir: "¡Len! Debes probar esto". Eso tira de un nervio, remarcado con la vena en su sien de lo iracundo que está.

   Rin no se pone barreras, quiere sentirse tan bien con ello; por lo que parte un una loncha elegantemente con el cuchillo y el tenedor que sostiene con tal delicadeza que pareciera una dama de la época antigua, dejando un trozo humilde al cual embarra en la salsa cremosa de champiñones. Seguidamente, lo junta con una porción del embutido de huesos dentro de una corteza frita —robado del tazón a disposición de su cita, verde de envidia—, que está por acabar derrumbándose con el exceso de contenido cuando lo atasca con adobado de vino tinto y especias. Ante los aturdidos cielos apagados del masculino, la devoradora engulle de una sola mordida la fusión de platillos finamente preparados. Con delirio y excitación, Rin se mese de lado a lado, retorciendo las piernas y sacando el pecho como si de verdad pudiera obtener un orgasmo de la comida.

   En un penetrante ímpetu, la grata fusión le explota en el paladar con miles de danzas folclóricas tan irresistibles. El rubor camina por el arco de su nariz respingada, envolviendo los pómulos hasta las orejas. La flexibilidad del embutido se resbala con gracia por la lengua, dejando un intenso frenesí de condimentación, que con el picante y jugoso lomo, hacen de toda una delicia al Tenderloin; sumado al contraste que proporciona la crujiente corteza salobre, con una pizca de frescura por el romero y demás hierbas aromáticas, mordiendo en la sombra de la nula moderación febrilmente; embriagada, por último, por la impregnante suavidad en el sápido dulzor del marinado en Merlot. Gime acalorada.

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