TRES

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QUEBRANTADO


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Cerró la ventana con fuerza.

Corrió las cortinas, se ocupó de ponerle llave a la puerta principal y se encaminó para cerrar la del jardín. Su respiración se volvió agitada y el calor sobre su nuca se extendió por todo su cuerpo cuando su remera se puso húmeda por el sudor que recorría su rostro. Sintió los cabellos de su nuca mojados, sucios, pero sus ojos abiertos no podían evitar mirar toda ventana para luego cerrarlas y correr las cortinas. Sus ojos se volvieron hacia afuera, en su barrio tranquilo, la luz de los faroles brillaban y la calle lucía solitaria y vacía, su pecho subía y bajaba y una gota de sudor resbaló por su mejilla.

Rápidamente fue corriendo al segundo piso de su hogar, fue directo a su habitación y se recostó sobre la cama, en la oscuridad. Sus ojos vagaron por el techo, por las luces que se filtraban a través de la ventana y las sombras de los árboles reflejándose por ellas. Ocho, nueve, doce ramas, y seguía contando, pero nada pudo calmar el dolor que sentía en el pecho. Volvió a levantar, limpiando el sudor de su frente y salió de su habitación, volvió a repasar las ventanas, viendo si le había puesto bien el seguro.

Y cuando observó a lo lejos aquella habitación, la de huéspedes, sus piernas se detuvieron. Su rostro se volvió y sintió un gran malestar sobre su estómago, apartó la mirada y fue directo al baño, prendió la luz y rápidamente se lavó la cara. La sentía caliente, asquerosa, pegajosa, sus ojos se clavaron en el espejo cuando volvió a repetirse que todo iba a estar bien. Que nada malo iba a pasar.

Estaba en su casa. Había cerrado todas las puertas, las ventanas, pero sus manos seguían temblando. Miró sus ojos irritados, gigantes, desde aquella noche no podía cambiar la mirada que tenía, alerta, traumada. Su cuerpo dió un salto cuando escuchó que alguien lo llamaba por el celular, el sonidito lo asustó y caminó, suspirando, a su habitación. Miró el nombre que se reflejaba en la pantalla y rápidamente deslizó para contestar.

—Tomas... —susurró apenitas.

—Diego... ¿No vas a venir? Mi papá me está preguntando mucho por ti... —escuchó la voz del Omega a través del auricular y su corazón dolió, el alfa llevó una mano a su cabello, sintiendo la humedad.

—Me siento un poco mal, ¿Podemos hacerlo otro día? Dale una disculpa a tu padre por mí, Cariño —murmuró y se acercó lentamente por la ventana, sus dedos apenas rozaron las cortinas cuando miró que el viento azotaba las ramas de un árbol. Diego miró su patio, oscuro, debía prender las luces.

—¿Estás mal? ¿Qué tienes? —la voz de Tomás sonó dulce y su rostro se frunció, se la pensó dos veces y contestó que le dolía el pecho, lentamente salió de ahí y bajó las escaleras, tomó el pomo de la puerta de entrada y se aseguró de que estuviera correctamente cerrada—. ¿No quieres que vaya a verte? Últimamente haz estado muy distraído, ido, ¿Estás seguro que estás bien con eso? ¿No quieres ir a un hospital?

DESGARRADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora