CUATRO

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—¿Cuándo podrás regresar a clases? —preguntó y lo miró a los ojos. Los dulces avellanas estaban perdidos en la hoja de dibujo y las acuarelas que Nate tenía alrededor suyo, en la cama. Tomas se encogió, estaba de pie al lado del gran ventanal del pequeño departamento en el que Nate se estaba quedando. Le habían asignado una tutora especializada para problemas y protección de Omegas menores. La señora Liz tenía treinta y ocho años y era una mujer beta alta y rubia. La mayoría del tiempo su expresión era seria, más que nada cuando intentaba que Nate le hablara sobre él. Tomas miró sus pies—. Te traje mis apuntes para que no...

—Mi tutora me recomendó seguir el próximo año —habló Nate y su mirada se elevó. El pelirrojo sintió un peso horrible contra el pecho, en su garganta. —. Aún no me siento listo... Para ver a otras personas.

—¿Repetirás de año...? —murmuró y Tomas tragó saliva, se sentó a su lado y volvió a mirar sus manos. Sus ojitos brillaron, picaron y no quiso sentir la humedad en sus ojos. El Omega pelirrojo apretó sus piernas, y sus manos, un tanto nervioso—. Yo puedo ayudarte, no soy tan bueno estudiando pero... Al menos no estarás con gente desconocida.

—Estaré bien —susurró Nate sin mirarlo. Tomas sintió un nudo en su garganta, el Omega frente a él siguió pintando sobre la hoja y no pudo evitar mirar el girasol que Nate había dibujado. Su concentración era tal que sus labios temblaron cuando sus manos temblorosas arruinaron el trazo que difícilmente había conseguido. El pelirrojo frunció el ceño cuando observó que Nate se quedó quieto, su mirada se perdió. El sol de la ventana entró como los trazos que intentaba dibujar en aquél papel, chocando con su cabello desaliñado, con sus labios agrietados y su mirada perdida. Tomas se levantó de la cama y apoyó sus dedos sobre la muñeca del otro Omega, la notó temblorosa, con la fina cicatriz de la operación cuando intentaron arreglar sus huesos rotos. Nate no lo miró.

—Sabes que yo estoy aquí para ti. Para lo que quieras —murmuró y sus mejillas se prendieron cuando el otro Omega miró su mano. Tomas sintió su corazón como un loco, sus latidos se volvieron fuertes y su rostro se puso tan rojo como un tomate. Quiso cubrirse el rostro por la vergüenza cuando Nate apartó la mirada—. Yo... Puedo conseguirte más colores. También traje mi Playstation si quieres jugar un rato... Estuve trabajando y me compré juegos nuevos... —murmuró y soltó su mano lentamente, Tomas apartó la mirada cuando ya no pudo aguantar. Fingió acomodarse un mechón de cabello y tocó sus mejillas ardientes—. Puedo quedarme contigo esta noche si te sientes solo.

Se le cortó la respiración en la última palabra y su cara no podía arder más de lo que ya estaba. Tomas apartó la mirada al dibujo de Nate para que no viera la vergüenza que tenía. Había practicado todo el viaje en bus aquella simple oración, en la ducha e incluso en clase. Sus piernas empezaron a temblar cuando sintió el silencio y sus ojitos se cristalizaron. Tomas mordió su mejilla interna.

No llores, no llores, no llores.

—Suena bien —murmuró Nate aunque no sonrió. Su rostro volvió a perderse en los rayos de luz que chocaban en la hoja de papel. Desde que su hermano le había quebrado las muñecas Nate había perdido el control de sus dedos, cuando Tomas miró el girasol se sentó en la silla a su lado. El sol chocó contra sus rizos pelirrojos y su piel pecosa y limpia contrastó con la pálida de Nate. El Omega frente a Tomas volvió a tomar el pincel y las acuarelas.

El rizado esperó algunas otras palabras. El silencio gobernó la habitación y Tomás se perdió en la mirada ida del Omega que le gustaba. Juntó sus piernas con calor y se encogió de hombros cuando observó su cuello liso y sus clavículas marcadas, la piel de Nate se había recuperado de las lesiones y hematomas, incluso las heridas que su hermano le había dejado desaparecieron de su cuerpo, pero no de su cabeza.

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⏰ Última actualización: Aug 21, 2020 ⏰

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