Los guardias del conde me llevaron arrastras a la habitación más alejada y alta del palacio, y después me encerraron allí como una princesa de cuento que es abandonada por sus verdugos a la espera de que la rescate su príncipe azul.
No obstante, en lugar de continuar llorando la muerte de mi padre, pues había decidido que para mí no estaría muerto hasta que no viera su santa sepultura, y la desdicha de saberme encarcelada en el palacio del condado de nueva Lisboa, con mi nana Justiniana, Lupita y Enrique apresados en algún calabozo de ese lugar, y con mi amado don Piedra desaparecido, me hice de toda la malicia habida y por haber para ser valiente y poder urdir un plan que me ayudara a rescatarles y finalmente escapar de ese horrible lugar.
En tiempos de princesas sin príncipes solo queda convertirte en la villana del cuento antes de terminar destinada a ser una víctima eterna. Y es que cuando no tienes quién te defienda, por dignidad, tienes que defenderte sola y buscar alternativas, así que en lugar de ahogarme en un mar de lágrimas, me dije que tenía que ahogarme en un mar de ideas, cuyo plan elegido tendría que servirme para salir ilesa de todos los problemas en los que estaba metida; era eso o morir en mi pasividad.
Debía de ser el mediodía, porque oí a lo lejos las doce campanadas desde las atalayas de la parroquia del condado.
La negrura de las nubes densas que surcaba los cielos, según pude distinguir por la única ventana abarrotada que tenía mi alcoba, había ensombrecido al poblado como si estuviese anocheciendo. El ventanal daba hacia la parte sureste del palacio (donde estaba situado el almacén de granos y aceites, y más adelante las caballerizas y calabozos) y desde ahí pude distinguir en el horizonte una hilera de cerros verdes, un río que desbocaba sobre un gran manantial y un montón de casitas pequeñas rodeadas por árboles frutales que debían de ser de familias menesterosas.
Los palacios y casonas señoriales estaban del lado norte, y la iglesia de la localidad en el poniente. Contemplé con desgano los muros sobrios y sin adornos de mi cuarto y me dije que el alma de doña Catalina debía estar más ornamentada que ese lugar. El ámbito estaba frío, con telarañas en los rincones y con polvo y moho en los suelos y paredes. Apenas si había un buró, al lado de mi cama, y encima de él una lámpara sin aceite que seguramente lograría encender con mis mocos.
Sacudí el polvo que cubría la pequeña cama en la que debía dormir, con una sábana que me había llevado una mujer del servicio, y después abrí las alas de la ventana para que al menos entrara un poco de aire puro a ese insalubre rincón. ¿Cómo podía haber un sitio tan horrendo y asqueroso en un palacio tan elegante como ese? No pude negar que una cueva de ratones era mucho más elegante y vistosa que eso.
—Qué vamos hacer, mi pequeño bebé, qué vamos hacer para salir de este maldito lugar —le pregunté a mi vientre mientras deambulaba de un lugar a otro, pensativa—. ¿Y si incendiamos el palacio? No, no, si le prendo fuego lo más probable es que perezcamos aquí dentro calcinados. Además ya una vez lo ideé y nana Justiniana no me lo permitió. ¡Ay, Jesucristo de los enclaustrados, mira si no estoy loca que ahora ya hasta me dio por hablar sola! Bueno, sola no, como dijo una vez Lupita, ahora hablo con mi pequeña Piedrita.
Miré a mi alrededor y busqué entre el tilichero algún objeto o alguna cosa que me pudiera ayudar a escapar, pero solo se distinguían sábanas sucias, muebles viejos y rotos, y una caja con pedazos de trozos de yeso. ¡Trozos de yeso!
Suspirando hondo, tuve una idea. Cogí dos trozos medianos de yeso duro y los guardé entre mi vestido. Posteriormente me dirigí a la cama maltrecha y me hice de todas las fuerzas para moverla de donde estaba a fin de que se descubriera el suelo. Por fortuna era pequeña y pude recorrerla con demasiada facilidad. Fui a la puerta y aguardé un tiempo oportuno para saber que no había nadie en el pasillo que pudiera entrar de repente y descubrir mi travesura. Al corroborar que estaba todo en silencio volví hacia donde antes había estado la cama y me eché en el suelo, donde me puse a pintar lo siguiente;
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LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE: ETERNIDAD (LIBRO 2) ©
RomanceAnabella ha tenido una cantidad de experiencias cercanas a la muerte más que suficientes para una señorita de su edad; a sus 17 años se ha enfrentado a una secta satánica liderada por una bruja roja que clama venganza; además se ha enamorado de un h...