Enfrente mis ojos la espada, un solo paso, una distancia despreciable. Sin embargo, mis manos tiemblan, un abismo sin fondo se extiende, me pregunto.
¿Cuál es el sentido detrás de todo? ¿Hay una razón para tomar la espada?
El abismo se agranda y pierdo de vista mi objetivo. Pero mis temblores solo aumentan. Si no tomo este camino, todos moriremos, pereceremos ante los invasores, pero...¿Es mi deber salvar a todos? Convertirme en un asesino, en un arma, ¿ese debe ser mi camino? Mi destino, encerrarlo en un sendero de matanza y oscuridad, hasta perderme a mi mismo...
Es demasiado triste, no lo deseo, no quiero.
El abismo se ensancha y mis pies rozan el filo.
Quizá esto es lo correcto, si, morir, como alguien más, una persona común caída en una guerra, un nombre más en un listado de victimas.
Pero...¿Qué sucederá con aquellos que amo?
Rostros nublan mi vista, el bello rostro de mi mujer, los inocentes ojos de mi hija, la sonrisa de viejos amigos, las risas en el bar. Si solo yo puedo salvarlos...¿Tengo derecho a declinar tal destino?
¿Puedo simplemente morir y enfrentarles en la próxima vida?
No...debo hacerlo, no por mi, sino por ellos. Rujo con fuerza y la espada vuelve a estar a mi vista, tiemblo, pero decido dar el paso. Dudas a cada centímetro que me desplazo hacia delante, mas no me detendré, repito una y otra vez esas palabras para armarme de determinación.
Mis dedos rozan el mango, un tacto gélido invade mi cuerpo, el aliento de la muerte, gritos de desesperación inundan mis oídos y mi visión se nubla con imágenes de campos de batalla.
¿Cuanto dolor has generado espada? ¿Cuanto sufrimiento carga tu frió acero?
¿Cuantas vidas has sesgado sin sentimiento?
Y aun así...
¿Que tan triste resulta tu existencia?
Siempre durmiente, encerrada, sellada en las profundidades en soledad, despreciada y al final...usada, sin piedad, como el arma que eres, una herramienta más, la llave del genocidio. Entiendo tu pesar, mas no lo comparto, pues ahora me dispongo a despertarte, a sembrar el terror bajo tu filo, a hacer correr ríos de sangre contigo.
Seré de nuevo, un torturador de tu espíritu, uno más que te usó, solo te haré sufrir, mas sufriré contigo, abandonaré lo que quiero, y te empuñaré por el resto de mis días.
Mis dedos rodean la empuñadura. Mi mano firme ejerce presión y mis brazos en sincronía levantan el arma. Cuan pesado es el pecado de matar, apenas me puedo parar.
¿Es mi determinación la que falta?
No...es la promesa incompleta. Giro mi muñeca y cambio de dirección el filo. Suspiro, y me despido en mi mente de todos aquellos que amo.
Os quiero, te amo, mi amor, nuestros 20 años de matrimonio han sido los mejores años de mi vida. Elisa, tu padre te ama más que nada en el mundo, aunque no podré verte crecer, lo siento...Pero te protegeré con cada gota de mi sangre.
Es hora...de sellar el contrato.
Ensarto mi estomago con la fría espada, mi sangre brota cual flor en primavera. Aquel que la muerte desea traer, un tupido velo de sufrimiento deberá vestir. La espada desaparece y reaparece en mi mano izquierda, mi piel se torna azulada.
Ya no soy humano...Soy una espada.