Es irónico pensar que los vítores de los que te rodean, son dirigidos a tí, quién simplemente asentó el golpe al terrible demonio que asolaba las tierras.
Mientras más piensas en ello más te carcome la desgracia, la indignación y por supuesto el arrepentimiento, ese demonio que al amparo de la injusticia, buscaba justicia por su gente, que nunca acabo con una vida humana, que incluso tras ser apuñalado vilmente sonrió.
El era el demonio y por tanto debía desaparecer, pero ahora con su sangre en tus manos, con sus amables ojos en tu mente, te das cuenta que no había demonio y que no por tanto no eres un héroe.
Que los vítores son para un asesino, que acabo con la vida de un ser que por la apariencia fue juzgado, sin darle oportunidad a vivir.
Ríes, carcajadas vacías y negras cual noche sin estrellas, devorando cada una tu cordura y tu voluntad dejando sólo un cascarón de maldad.
El tiempo pasa y acabas trayendo el mal o así lo dicen las miradas en los ojos de la plebe, simplemente es tu aura, aquella similar al de alguien perdido, a la de un demonio.
Que hace que una piedra tras otra aterricen en tu cuerpo, mientras las maldiciones se apilan en tus hombros, luego una daga, la paras con tus manos y acabas terminando la vida del atacante.
Para luego extinguir otra vida y así sucesivamente, no queda nadie, ni siquiera tu, pues ya no eres héroe, eres un demonio, pero solo era tu actuar iracundo el que trajo está desdicha, ¿pero fue realmente tu o el pueblo?
Con esa pregunta en tu mente avanzas, sin ser nada, sin existir existiendo, sin mentir mintiendo, solo una paradoja como otras, sin ser héroe siendo demonio.