Capítulo 05: Con el pie derecho (o izquierdo)

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Summer Miller

La primera noche en casa de mi padre no fue muy buena. No había logrado conseguir el sueño e imaginada que eso era porque estaba acostumbrada a vivir en una casa llena de recuerdos dolorosos, pero no en una diferente.

Ya no podía vagar por casa y observar las cosas de mi madre, ir a su habitación y esconderme bajo sus sábanas que aún conservaban su olor o simplemente llorar hasta soltarlo todo.

Ahora es como si mi vida empezara de nuevo, o al menos eso era lo que todos pretendían este verano. Y yo estaba tratando de convencerme a mi misma de eso, aunque no era algo fácil. No podía hacer como si nada hubiese ocurrido en los últimos tres años, pero estaba haciendo un esfuerzo porque las cosas fueran con el pie derecho y no con el izquierdo.

Cuando salí esta mañana de casa con la tabla entre mis manos y el wetsuit —traje de surf—, mi padre se ofreció en llevarme, pero me negué. Necesitaba tiempo a solas y despejar mi mente en algo que realmente me gustaba. Y eso era surfear.

No me sorprendería que mis padres me hubiesen salido un día con que había aprendido a hacer surf incluso antes de caminar. Desde que tengo uso de razón, he estado montada en una tabla en el mar, esperando las olas perfectas. Había pasado mucho tiempo sin ir a la playa luego de lo ocurrido con mi madre, pero había vuelto gracias a Paula. Aunque si había perdido mucho el hilo, me costaba un poco mantener el equilibrio, pero eso no era algo que no se arreglase con mucha práctica.

Igual no es como si tuviese muchas cosas planeadas para hacer este verano. No tenía muchas ganas de entablar conversación con mi padre y mucho menos tenía amigos en este país. Estaba segura de que pasaría más tiempo en la playa surfeando que en casa de mi padre y sentía que sería mejor así. Tenía todo este verano para agarrarle el hilo de nuevo al surf y eso me emocionaba.

Me tomé el tiempo de recorrer todo el barrio en donde vivía mi padre y observar la vegetación. Había investigado un poco sobre este barrio en internet, y la verdad, no me asombraba ver hombres custodiando el lugar. Tampoco me sorprendería si de repente viera salir de una de estas casa a Will Smith, Kim Kardashian, Oprah Winfrey o Tom Cruise. Estoy segura de que si Paula estuviese aquí, se volvería loca.

En cuando salí del barrio privado, tomé un Uber hasta Venice Beach. Evelyn me dijo que en Uber no se me haría difícil llegar y sería la manera mas rápida y segura. Estaba a unos veinte minutos de la playa. En la radio se escuchaba la canción Cafuné de algún artista urbano en Español.

El hombre que iba conduciendo entabló una especie de conversación conmigo y mencionó algo sobre su país, Venezuela. Escuché la canción y unas cuantas más hasta que llegué a mi destino. No podía negar que aquel hombre tenía un excelente gusto musical, aunque yo no supiera mucho del Español. Le sonreí y me bajé del coche con la tabla entre las manos.

Aquella tabla era especial para mí. Había sido un regalo de mi padre, a pesar de que siempre se quejaban porque todos los cumpleaños pedía lo mismo de regalo; una tabla que les recordase a mí. Entonces todas las que tenía, era porque me las habían regalado en mis cumpleaños y eran especiales para mí. Me hubiese gustado tenerla en Sídney.

Caminé por el paseo marítimo mientras observaba todo con emoción. Habían puestos muy coloridos de comida, salones de masajes, tiendas de souvenirs y alquileres de bicicletas. También pude observar una gran zona deportiva con pistas de voleibol y varias canchas de baloncesto —que según escuché—, es en donde fueron reclutados numerosos jugadores de la NBA.

Pensé en pasar de regreso por una tienda de souvenirs y comprar algo que llevarme de recuerdo a casa cuando el verano acabase. Sería una buena idea llevarle algo a Paula también para que pudiera ponerlo en la cafetería. Eso me emocionaba.

Al pensar y ver imágenes de Los Ángeles siempre supe que sería algo maravilloso, pero no tan maravilloso como lo que estaba viendo ahora mismo. No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que había empezado a caminar, pero me encontraba tan maravillada que quería seguir recorriendo ese lugar por horas.

La playa, el lugar, su gente, los turistas. Todo era increíble y deseé que Paula estuviese aquí conmigo y disfrutara de esto tanto como yo lo estaba haciendo. Hice una nota mental para llamarla por la noche y contarle todo.

Corrí hasta la orilla de la playa. Habían unos tres chicos surfeando en frente de mí. Las olas estaban perfectas y yo quería aprovecharlas al maximo. Escuché a una chica haciéndole barras a los chicos pero no presté mucha atención a lo que estaba diciendo, solo que se escuchaba muy emocionada.

Nadé tumbada sobre la tabla hacia la profundidad y esperé. Desde aquí todo se veía más lindo. Cuando vi la oportunidad perfecta me puse de pie y me desplacé encima de la ola, aunque en algún momento perdí el equilibrio y caí al agua. Consecuencias del tiempo que tenía sin subirme a una tabla.

Caí al agua con fuerza, sintiendo el remolino arrastrarme hacia abajo. El Leash de la tabla me hizo daño y cerré en algún momento. De repente ya no había calor. De repente volví a sentirme a salvo de esos recuerdos que a veces intentaban entrar a mi cabeza, de la vida que ya no tenía, de las cosas que había deseado y que ya habían dejado de importarme.

Porque no era justo que todo siguiese igual, adelante, como si nada hubiese cambiado, aún cuando todo lo había hecho. Me sentía tan lejos de mi anterior vida, de mí misma, que a veces tenía la sensación de que también había muerto ese día, junto con ella.

Abrí los ojos de golpe.

El agua se arremolinaba a mi alrededor. Me estaba hundiendo aún más, pero no había dolor, no había nada. Solo el sabor salado del agua a mi alrededor, solo calma.

Y entonces lo sentí.

Sus manos sujetándome contra su cuerpo, su fuerza, su pulso arrastrándonos hacia arriba.
Luego el sol nos golpeó tras romper la superficie del agua. Sentí una arcada y tosí.
El chico me rozó la mejilla con los dedos, y sus ojos, de un azul tan oscuro, revolotearon sobre mi rostro.

—Joder, ¿estás bien? —preguntó y lo escuché lejos, no pude responderle.

Todo me empezó a dar vueltas. No podía dejar de toser y sentía que estaba ahogándome cada vez que intentaba respirar. Sentía... Sentía que...

—¡Necesita ayuda! —gritó fuerte y fue lo último que pude escuchar.

Tú, yo y un tal vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora