𝚍𝚎𝚌𝚎𝚊𝚜𝚎𝚍 𝚑𝚎𝚊𝚛𝚝 𝚝𝚘 𝚋𝚞𝚛𝚜𝚝._

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El Sol en el Ámbito del Monte
y Nuestras Almas.
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Acabó la noche y floreció la mañana, el sol emergiendo del pinar y entreviéndose en las nubes era la nueva rutina

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Acabó la noche y floreció la mañana, el sol emergiendo del pinar y entreviéndose en las nubes era la nueva rutina.

La sombra de un hombre supuso un breve alivio de la rudeza del sol, mientras examinaba su cara y comenzaba a llevarlo al agua, arrastrándolo de los tobillos por el concreto y ensuciando su camisa blanca.

Al cabo de un rato afloró el canto de las aves por la mañana y Jeno despertó de sus sueños, empapado por completo y sin más encima que el uniforme de su escuela y uno de sus auriculares con la sonda apenas en su oído. Tomó un largo respiro, mientras las partículas de agua de las olas chocando con las rompientes de la costa le refrescaban mínimamente, y le recorrió un escalofrío.


En cuanto salió del mar pensó en Jaemin, y en el hombre que lo había llevado a pudrirse en el mar antes de arrastrarse a la orilla. Volteó y se detuvo un instante, las ganas de encontrarlo y matarlo invadiéndolo, mas se limitó a sus pensamientos bonitos: Jaemin y las olas, y la fotografía del faro; tenía que encontrar la fotografía del faro para mostrársela a Jaemin. Encontrar a Jaemin.


El día se oscureció por segundos, arrastraba sus pies pesadamente por la arena del bajío hasta subir por la estructura de concreto hasta la superficie, fuera del faro, donde había muerto. Había sangre decorando el suelo todavía, la habría por mucho tiempo, pero Jaemin no estaba allí.

Jaemin había muerto unos minutos antes, segundos, incluso, pero le había tomado menos tiempo dejar el muelle. Quizás estaba en su casa, con su abuela, mientras Jeno se encontraba en los barandales del antepecho con Donghyuck, quien había conseguido un fusil y comenzado a aniquilar a varios hombres antes de que Jeno se alejase de vuelta al mar.

Nada podía detenerlos ya. Era su momento.


Su emoción cobró forma en su cuerpo discombobulado e ido mientras se arrastraba sobre la arena. Su pelo aún ondeaba al son de la violencia del viento, salado y con esencia al mar y elevando pequeñas partículas de arena, que ignoraban por completo su indecible presencia. Incluso ahora, Jeno nunca pudo descubrir si en algún momento se halló de verdad allí pues no existía nada que lo ratificase.


La casa de Jaemin no se hallaba lejos en esa realidad de tiempo y distancias colapsadas, mas Jeno encontró arduo el llegar, en espera de que, de la nada, su tobillo enardeciese y le impidiese llegar como todo alguna vez le había impedido llegar. Quiso suspirar mas descubrió de todas maneras que no había aire en sus pulmones como para hacerlo.


Y mientras avanzaba, asomándose ya la fila de casas entre cuyos frentes reconocía la del menor, pensó en qué tanto le habría dolido: si acaso la bala había calado profundo en su carne y le había dejado incapaz de respirar por algunos segundos, por algunas horas. Si no había tenido algún tipo de arrepentimiento antes, como si, a segundos de morir, hubiese tenido la realización de que ya no quería hacerlo. Se preguntaba, a la vez, si Jaemin sabía que él había desaparecido ese día también. Y si, con ese pensamiento en la mente, lo extrañaría. Jeno lo extrañaba; a Jaemin y a sí mismo, que estuvo muerto incluso antes de que el barco se hundiese por completo.



Cuando hubo entrado a la casa de inmediato el rumor de una canción le envolvió. Le era imposible discernir la letra, pero algo en ella le relajó; algo en las mujeres francesas haciendo notas altas y tan finas que parecían ser algún aullido del viento que se perdía por allí. Y los gritos de la milicia fuera del muelle eran duros, nítidos, en contraste, y Jeno supo que ya estaba bien. Estaba en casa, eso Jaemin se lo dijo.


El otro sonrió, grande y amplio, feliz. Y Lee se descubrió a sí mismo imitando el gesto, porque también estaba feliz. Porque Jaemin estaba allí y la abuela de Jaemin —quien sin embargo era solo un eco para él— estaba allí. Y si salía, quizás, se encontrase a Jaehyun, y a Donghyuck, quien debía estar pasándola bien con Mark.

Y oía; lo oía todo a la perfección.


—¿Ha estado todo bien? —Preguntó. La voz de Jaemin no era muy distinta a como la oía antes, pero se oía real; como si realmente saliese de su boca, sin pasar antes por ningún filtro como el auricular en su oreja.

—Todo bien —Respondió, un poco bajo, quizás.

Ojalá tuviese algo que decir; no quería estar allí, no precisamente, no de esa manera. Pero Donghyuck lo había perdonado y Jaemin le quería. Era tiempo.

—Lamento haberme ido —Continuó el menor, haciendo que el pelinegro levantara la vista para mirarlo—. Temía que si no me iba, no ibas a entregar el cuaderno.

Jeno asintió, reconfortándolo, aún sonriendo.

—Estoy listo —Resolvió, y los ojos de Jaemin brillaron mientras tomaba sus manos.


No había podido besarlo una vez que la bala lo atravesó, así que lo hizo allí, tras arrancar la sonda de su oído y escuchar el rumor lejano de las últimas flores de cerezo cayendo al pavimento y deshaciéndose en el campo de fuego, duro y nítido y sangriento.


Y luego venía el paraíso.


En el reverso de la fotografía del faro que Jeno y Jaemin hallaron semi-enterrada bajo la arena, Na reescribió el escrito que Haechan copió en su cuaderno de los libros de la biblioteca:

     Puedes alzarte ante todo.
     Puedes completamente recrearte.
     Nada es permanente.
     No estás atascado.
     Tienes opciones.
     Puedes pensar nuevos pensamientos.
     Puedes aprender algo nuevo.
     Puedes crear nuevos hábitos.
     Todo lo que importa es que decidas hoy y no vuelvas a mirar atrás.

Jaemin tomó una última fotografía con la cámara que le regaló a Jeno y sonrió. Entonces desaparecieron para siempre, y allí murieron; esta vez de verdad.


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𝐅𝐢𝐧.

Quiescent Trill ◞ nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora