Y ahí estaba yo: con la toalla enroscada en mi cuerpo y con mi pelo mojado. Por lo menos Rubén apartó la mirada, al contrario que Mangel, que no dejaba de mirarme. De repente volví a la tierra y salí corriendo hacia mi cuarto. Me senté en la cama y respiré hondo. Sólo lo conocía de un día y ya casi me había visto desnuda. Me levante y me puse el sujetador y las bragas y me volví a sentar en la cama. No sabía si volvería a salir. Todos los pensamientos se desvanecieron cuando escuche que alguien llamaba a la puerta.
-¿Quién es?
-Sara soy Mangel.
El escuchar su nombre fue como un empuje para saltar de la cama e ir corriendo al armario.
-¿Qué quieres? - dije mientras cogía una camiseta y unos shorts para ponérmelos.
-¿Puedo pasar? -dijo y acto seguido abrió la puerta. No sé para qué pregunta si no me deja ni contestarle.
-¿Qué quieres Mangel? En serio, déjame.- al decir eso me escondí la cara de la vergüenza que tenía.
-Sara, por dios, que no pasa nada. Me podía haber pasado a mí.
-Pero me ha pasado a mí y me muero de la vergüenza.
-Mírame - y me cogió de la barbilla para que le mirase- no pasa nada.
Además no tienes nada de otro mundo. -dijo riéndose.
- Pues bien que mirabas.
-Hombre no me voy a tapar los ojos. - Mientras me lo decía, se iba acercando más a mí.
-Pues Rubén si ha apartado la mirada. - dije riendo.
-Pero yo no soy Rubén -y me atrapó en sus brazos.
-Si, eres más malo. Y me gusta. -Le cogí la cara y le besé. Ni me lo pensé dos veces. Yo sentía que quería darle un beso y así fue. Tampoco quería empezar una relación porque yo no soy de relaciones.
Cuando nos separamos, él me sonrió y yo le imité.
-¿Y si vamos al salón? -pregunté.