Magena lo miró fijamente, frunciendo el ceño.
— ¿Qué es lo que piensas? —preguntó inclinándose hacia él— Tu puedes saberlo todo de mi con un vistazo pero yo...
—Intentaré no hacerlo si te resulta incómodo —dijo.
—No, me gusta —contestó rápidamente—. Es decir, es parte de ti. No podría no gustarme —. Edward sonrió y ella se sonrojó ante lo que estaba diciendo— Lo que quería decir, es que, quiero saber qué piensas.
—Me gusta creer que acercarme a ti es tan inevitable como que el sol salga por el este —explicó en un murmullo suave—. La realidad es que soy muy egoísta al hacerlo.
— ¿De qué tienes miedo? —preguntó Magena sin apartar los ojos de los suyos. Pero no contesto. De repente Magena se inclinó aún más. Instintivamente se retire velozmente de ella, fue más bien un reflejo, no estaba preparado para eso y le había tomado completamente desprevenido. Y ahí estaba, a seis metros de distancia, casi en el borde de la pradera bajo la sombra de un enorme abeto en un abrir y cerrar de sus ojos.
Había herido sus sentimientos, pero fue ella quien se disculpó.
—Lo... lo siento, Edward —dijo en voz baja.
—Concédeme un momento.
Muy lentamente caminó hacia ella, inhalando y exhalando. Cuando estuvo a una distancia prudente se sentó en la hierba con las piernas cruzadas, sin dejar de mirarla a los ojos. Se sentía avergonzado por su reacción, desilusionado de sí mismo. Después de dos grandes suspiros pidió disculpas en medio de una sonrisa.
—Lo siento mucho, ¿Comprenderías a qué me refiero si te dijera que sólo soy un hombre?
Asintió. No dijo nada, solo fue un pequeño movimiento de su cabeza. Su pulso se aceleró y su rostro se volvió pálido, contrastando con su rojizo natural.
Debía jugar limpio, debía mostrarle lo que verdaderamente era. Revelarle su naturaleza. Advertirle lo peligroso que era esa cercanía, Magena tenía que entender a lo que se exponía. Pero debía dejar que ella escogiera y aceptar su voluntad.
—Soy el mejor depredador del mundo, ¿no es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro, incluso mi olor. ¡Como si los necesitase!
Se incorporó de forma inesperada, alejándose hasta perderse de vista para reaparecer detrás del mismo abeto de antes después de haber circunvalado la pradera en medio segundo.
— ¡Como si pudieras huir de mí!
Rio con amargura, extendió una mano y arrancó del tronco del abeto una rama de un poco más de medio metro de grosor sin esfuerzo alguno en medio de un chasquido estremecedor. Con la misma mano, la hizo girar en el aire durante unos instantes y la arrojó a una velocidad de vértigo para estrellarla contra otro árbol enorme, que se agitó y tembló ante el golpe.
Y estuvo otra vez en frente de Magena, a medio metro, inmóvil como una estatua.
— ¡Como si pudieras derrotarme! —dijo en voz baja.
Ella no se movió, pero no había miedo en sus ojos. Solo fascinación, una que casi resultaba chocante para lo que acababa de presenciar. Había mostrado lo inhumano que era, tratando que entendiera, que comprendiera.
Y ahora solo quería enseñarle que a pesar de todo, que su corazón era humano, tan humano como ella. Que su cuerpo y todo lo que podía hacer con él, no eran nada en comparación con el amor que sentía por ella.
—No temas —casi rogó —. Te prometo...
Se acercó hacia él con timidez, su mano alcanzó la mejilla y la acarició muy lentamente. Edward cerró los ojos y se dejó llevar por el calor, tan extrañamente placentero.
—Dime por qué huiste antes.
—Sabes por qué— dijo, comprendiendo a que se refería—. No hiciste nada mal. Fue culpa mía.
Abrió los ojos y levantó la mano, tocando su garganta. Ella automaticamente se quedó quieta. Podía sentir el cálido fluir se su sangre, su pulso acelerado, su respiración acelerándose poco a poco.
Poco a poco sus mejillas se tornaron sonrosadas.
—El rubor de tus mejillas es adorable —murmuró, y retiró lentamente la mano de las de ella para poder acariciar su mejilla. Su piel era tan suave, tan cálida —Querría—susurró—, querría que pudieras sentir la complejidad... la confusión que yo siento, que pudieras entenderlo.
Acarició su pelo y luego su rostro.
—Dímelo.
—Dudo que sea capaz. Por una parte, ya te he hablado del hambre..., la sed, y te he dicho la criatura deplorable que soy. Creo que, por extensión, lo puedes comprender, aunque —confesó algo avergonzado— ya te he dicho que eras apetecible de una manera distinta...
Magena se inclinó pausadamente hacia él, sin dejar de mirarlo a los ojos. Apoyó la mejilla contra su pecho. El calor se su rostro traspasaba la tela de la camisa.
Edward cerró los ojos y luego dejó escapar un suspiro. Instintivamente sus brazos fueron en torno a ella y hundió el rostro en su pelo, absorbiendo toda su esencia.
Y así se quedaron, como soldados el uno al otro. Edward se encontraba dichoso de tenerla entre sus brazos. Pasaron los segundos o las horas verdaderamente no midieron el tiempo pero cuando se percataron ya era entrada la tarde.
La chica dejó escapar un suspiro, pero Edward sabía lo que realmente significaba. La partida la separación, y no estaba listo para eso, no lo estaría nunca.
Copiaron las acciones para llegar, y antes de darse cuenta Magena atravesaba el bosque colgada de la espalda de Edward, esta vez con los ojos abiertos, permitiéndose ver lo maravilloso de la situación.
Edward miró más allá de la línea del tratado y frunció el ceño, sus parpados se apretaron con fuerza ante la frustración.
—Lo lamento, no puedo acompañarte hasta tu casa.
Magena se movió impresionantemente lento, aun para una humana. No podía verla, claro, pero podía sentirla. Su fragancia se concentró muy cerca de su rostro, un segundo después sintió el roce de sus dedos en mi mejilla. Acarició todo el contorno de sus ojos, y acarició los parpados. Edward sintió la mano de Magena frente a sus labios, ambas respiraciones chocaban, quemándolo en el proceso. Otro fuego existía en él. Uno que crecía y sentía más fuerte que la sed.
Intentó no pensar en nada, vaciar su mente completamente y entonces presionó sus labios con los de frío mármol. El frío la envolvió como el agua, sus oídos comenzaron a pitar y sus extremidades hormiguearon.
Edward vaciló... y luego sus labios actuaron por cuenta propia. Su esencia se filtró en la de él y sus nervios se tensaron al instante. ¿Cómo describir el calor que quemaba todo su cuerpo?
Sintió sed de sus labios, quería lamer su boca, tragar el perfume de su garganta, estrechar su cintura, recorrer todo su cuerpo con mis manos.
¡NO! Es demasiado frágil, gritó en su cabeza. ¡DETENTE! Sus labios se paralizaron al instante y haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, apartó suave y lentamente su cara de la propia.
Magena sonrió y susurró.
—Hasta mañana...