𝐮𝐧𝐨

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Había muchos días en los que había deseado fervientemente ser capaz de dormir.

La monótona rutina humana lo hacía querer escapar, parecía ser su propio infierno, su purgatorio personal. Supuso que si existía alguna manera de purgar sus pecados, esa tenía que contar.

El tedio era a lo menos se terminaba de acostumbrar, y aunque pareciera imposible, cada día era peor que el anterior. Y supuso que esta sería su manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.

Eso hasta aquel día, desde el momento en el que sintió su mano apretarse alrededor de la suya propia. Era algo extraño, ya que normalmente los humanos rara vez se aproximaban a ellos, su instinto les decía lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían: peligro.

Y sin embargo allí estaba ella, al borde de la muerte. Sujetando su mano y llamándolo ángel.

Normalmente trataba de sofocar las voces que parloteaban dentro de su mente como el gorgoteo de un río, y por primera vez deseó mirar más allá.

Reprimió un suspiro. Ángel. Lo llamaba ella, pero sólo sonaba en su cabeza y no pudo evitar acariciar los dedos que se entrelazaban con los suyos.

Era lo mismo que si la hubiera oído hablarle en voz alta. A veces Alice hacía eso, lo llamaba, y se alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda su nombre, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward...

Cargaba la compra de Esme en el maletero cuando lo oyó, llamándole de igual manera.

Ángel. Una voz tranquila, tímida, que le resultaba familiar. Lo normal era que los pensamientos de la gente tuvieran el mismo tono que sus voces físicas.

Giró la cabeza despacio y la vio, caminaba con gente. Pero todos daban igual, solo importaba la chica que lo miraba desde la distancia, con unos enormes ojos marrones y cicatrices que el ojo humano no vería desde esa distancia.

Parecía confusa, como si su mente hubiera llegado sola a esa conclusión, no lo recordaba, al igual que tampoco lo hacía del todo con el accidente. Eso había sido un alivio.

Sus amigos la llamaron y ella negó con la cabeza para girarse, pero su mente seguía llamándolo aun en la distancia. Gritaba, ángel.

— ¿Quién es aquel chico? —la oyó preguntar mirándolo más disimuladamente que antes.

Y como la mayoría de veces que esa chica estaba no la notó hasta que habló.

—Se llama Edward Cullen —Era Isabella Swan, la chica que había llegado nueva. Y supuso que eran amigas.

—Cullen... —susurró y asintió. Pero en su cabeza se reproducían las advertencias que les hacían a todos los miembros de la tribu.

— ¿Qué pasa? —preguntó Esme preocupada.

—Es ella.

Ella, y con eso la mujer supo de quien hablaba. A pesar de haberlo leído no pronunciaba nunca su nombre en voz alta, como si al hacerlo fuera a romper su privacidad, o quizás bajo el deseo de que ella misma se lo dijera.

No sabía que lo hacía pensar tanto en ella, pero en el momento que sintió su mano algo se rompió. Dejó de ser lo que era, volvió a aquella persona que fue antaño, ya no era un depredador. En su fuero interno no sentía la necesidad de acabar con todos alrededor.

Su olor era, básico, ningún matiz interesante, incluso podía decir que lo repelía. Y aun así no lo hacía su persona.

Era completamente contrario a lo que sentía con la acompañante de la muchacha.

Isabella Swan tenía la sangre más dulce que había olido en ochenta años.

No concebía la existencia de un aroma como ése. Habría empezado a buscarlo desde mucho tiempo antes si hubiera sabido que existía. Hubiera peinado el planeta para encontrarlo.

Podía imaginarse el sabor...

La sed ardía en su garganta como si fuera fuego. Sentía la boca achicharrada y deshidratada y el flujo fresco de ponzoña no hizo nada por hacer desaparecer esa sensación. Su estómago se retorcía de hambre, un eco de la sed.

Pero entonces.

Ángel.

Cantaba para él como la alondra a la mañana.

Había estado ciego durante tanto tiempo, él mismo deseaba dormir, sin saber que ya lo estaba. En un profundo sueño inalterable hasta su llegada.

Ella era el primer rayo de sol que uno veía tras la larga noche.

Magena, se atrevió a susurrar, solo en su cabeza.

Como una plegaria.

𝖘𝖚𝖓𝖘𝖊𝖙 ━━ 𝐓𝐖𝐈𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓Where stories live. Discover now