Mientras los demás continuaban con el juego, Esme hacía preguntas mentales a Edward sobre aquellos que estaban por llegar. Principalmente quería saber si se encontraban hambrientos, pero desgraciadamente Edward no podía hacer nada, pues se encontraban muy lejos y no conocía su sonido mental.
Pronto la solución a ello llegó, pues eran los únicos extraños en metros a la redonda. Y entonces pudo ver...
La noche anterior habían dado muerte a un pequeño grupo de excursionistas. Eran 5 y nadie logro escapar. Veía sus rostros en la mente la hembra, gritando y pidiendo piedad.
Aquello había sido horrible. Cerró sus ojos, tratando de borrar aquellas terribles imágenes. Esos no eran como ellos, aquellos eran unos animales.
Dando un leve movimiento a mi cabeza, negó a la respuesta de su madre. Magena no necesitaba enterarse de aquello.
Sin embargo la chica apretó su mano, llamando su atención.
—Ángel, ¿qué te preguntó Esme? —susurró. Haciendo ver a Edward que cada vez era más perceptiva a sus reacciones. Vaciló un momento antes de contestar, pero no quería mentirle.
—Que si estaban sedientos —murmuró reticente.
— ¿Y lo están? —preguntó, consciente de lo que eso significaba. La muerte de personas ajenas a ella, pero personas al fin y al cabo.
Edward desvió de nuevo la atención del, ahora aburrido, juego. —No.
Y ella se obligó a no temblar de rabia. Esta vez fue Edward quien apretó su mano, con mucho más cuidado.
Los segundos progresaron, y con ellos el apático juego. Edward ya no prestaba ninguna atención al juego, sino que tanto sus ojos como su mente estaban completamente concentrados en el bosque.
—Lo siento —susurró y Magena notó cómo contenía la respiración y fijaba los ojos abiertos como platos en la esquina oeste del campo. Avanzó medio paso, interponiéndose entre lo que se acercaba y ella.
Carlisle, Emmett y los demás se volvieron en la misma dirección en cuanto oyeron el ruido de su avance, que a la chica humana llegaba mucho más apagado. Kit se colocó imperceptiblemente tras ella.
Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de su posición.
El primer hombre entró en el claro y se apartó inmediatamente para dejar paso a otro más alto, de pelo negro, que se colocó al frente, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo.
El tercer integrante era una mujer; desde aquella distancia, Magena sólo alcanzaba a verle el pelo, de un asombroso matiz rojo. Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de Edward, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo desconocido y más numeroso de su propia especie.
Vestían con el típico equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Los hombres llevaban el pelo muy corto y la rutilante melena pelirroja de la chica estaba llena de hojas y otros restos del bosque.
Sus ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de Carlisle, que, alerta, flanqueado por Emmett y Jasper, salió a su encuentro. Sin que aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura erguida y de despreocupación.
El líder de los recién llegados era sin duda el más agraciado, con su piel de tono oliváceo debajo de la característica palidez y los cabellos de un brillantísimo negro. Era de constitución mediana, musculoso, por supuesto, pero sin acercarse ni de lejos a la fuerza física de Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.