El inicio

41 4 2
                                    

La primera vez que comencé a escribir fue cuando tenía trece años. Curioso, tomando en cuenta que en muchos países y culturas lo consideran el número de la mala suerte.

A esa edad me encontraba bastante influenciada en lo que leía y escuchaba. Estaba en la secundaria y era igual de buena haciendo amigos como Enrique Peña Nieto sabiendo contar.

En ese entonces, solía escribir una historia sobre sucesos post-apocalípticos con una chica -de ojazos verdes, de padres muertos y sin amigos cercanos- siendo la protagonista. Recuerdo el cansado trabajo que tuve de hacer los diálogos e inventar comentarios serios y divertidos. Y aquí entre nos, era pésima -y lo sigo siendo-, pero en una extraña forma, eso me hacía feliz.

Siendo sincera, todo lo que escribía era una vaga representación de lo que sentía. Se podría decir que soledad, tristeza y miedo. Porque, piénsalo, ¿qué mejor ambiente que un lugar lleno de muerte y destrucción en el que eres parte del último grupo de personas vivas en el planeta? La depresión presente.

Y demos créditos, no tienes que estar deprimido para narrar la mejor trama alguna vez escrita. Sin embargo, no estoy dando el espacio necesario para ponerme a enumerar a las personas que lo lograron sin pedos mentales porque no es mi voluntad, pero estaría bien decir que desgraciadamente no fue mi caso.

Sí que la pasé mal y la regué igual de mal.

Nunca la terminé, pero me dio las fuerzas necesarias para no concluir mal la escuela. Con el tiempo, cuando cumplí quince años y estaba a punto de entrar a la preparatoria, ya era otra persona. Alguien diferente a la chica que no hablaba, difícilmente participaba y tenía miedo de ser ella misma.

A su vez, dejaba de existir la comparación de quién era yo y la que deseaba ser; el ejemplo más claro: la humana de ojos color esmeralda, huérfana y desamparada socialmente. Tanto si me viera en el espejo como si no, amar mis ojos cafés, agradecer tener a mi familia viva y disfrutar mi tiempo con los pocos amigos que tenía, fue lo más difícil que pude hacer.

Y ya adivinarás, deseché esa historia. Bien pudo haber sido mi mejor trabajo, pero no me sentiría correcta regresar a lo que fue la época más triste dentro de mi corta vida. Sería retroceder a todo lo que he dejado atrás, a mis miedos.

Actualmente, el que escriba ya no representa que esté deprimida. Simplemente expresa lo que siento de una manera más libre, sin llamadas de auxilio de por medio. Es probable que me sienta mal y que quiera tirar la toalla, pero no por los problemas que viví hace varios años. Y el día en que llegue a escribir sobre eso, aseguro de una vez que no sería nada por el qué preocuparse.

No tengo claro qué hacer -de paso- con esto. No podría decir que lo que digo es inventado, pero no sé si considerarlo un anecdotario sobre vivencias mías.

Supongo irá con la marcha.

El AnecdotarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora