Tu llegada

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Te esperé y no llegaste.

No llovió, el noticiero había pronosticado un día soleado. Las golondrinas trinaban, el viento era fresco y el olor de las rosas inundaba el ambiente, pero aún así no llegaste.

Te lloré y no llegaste.

No estaba triste, había amanecido con ganas de verte. Tu sonrisa y sus hoyuelos, tus mechones de cabello salvajes en tu frente, tus pestañas largas adornando tu mirar, tus cejas onduladas acompañando el brillo de tus ojos y las curvas de tus labios relajaban mis tensiones y aliviaban mis recuerdos, pero aún así no llegaste.

Te hablé y no llegaste.

No estaba asustada, me habías prometido que nada era peor que estar muerto y te creí. Los segundos pasaron formando los minutos, los minutos se convirtieron en horas y la casa se sentía más sola que antes, pero aún así no llegaste.

Me enojé y no llegaste.

No se rompió nada, me había prometido nunca hacer berrinches por no conseguir lo que deseo. Las paredes escucharon mis gritos, el piso recibió mi furia, mi almohada fue testigo de mis lágrimas y mis puños dolieron de desesperación, pero aún así no llegaste.

Me desperté y preferí dejar de esperarte.
Me lamenté y preferí ser más orgullosa.
Me lastimé y preferí ser más fuerte.
Me insulté y preferí tener más dignidad.

Finalmente, continué con mi vida.

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