Capítulo VII

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Martes, 24, enero.
14:15 pm.

Nada más terminaron las clases me despedí de mi grupo excusándome diciendo que mi madre últimamente estaba echando humo. No era mentira, pero tampoco la razón principal.

Salí caminando bajo el cielo gris que amenazaba con descargar.
Llevaba puesta la capucha de mi chaqueta, ambas manos en los bolsillos de esta y escuchando la música de mis auriculares. Una vez en el bosque, los guardé.
Me quedé parado un buen rato debatiendome si entrar o no, hasta que por una especie de impulso repentino avancé, aún sin saber muy bien qué era lo que pretendía hacer o encontrar ahí. Estuve un rato caminando, memorizando cada paso que daba para saber regresar.

Estaba sumamente atento a todo; para mí sorpresa no estaba nervioso ni asustado. ¿Acaso debería estarlo? Bueno, después de todo estaba caminando solo por un bosque inmenso sin saber saber a dónde me dirigía. Razones no me deberían faltar... Y por hablar -claramente por eso- de la nada se escucharon unas ramas partirse, como cuando pisas sin querer una. En ese instante todos mis sentidos se agudizaron de forma increíble, girando a toda velocidad hacia el lugar procedente del ruido.

Nada. No había nada. Ni siquiera un jodido conejo.

Volví a mirar al frente, di un paso y... ¿Qué carajos? Algo reposaba sobre las hojas debajo de mi pie; algo brillante, afilado y rígido. Un cuchillo. Lo recogí del suelo, desconfiado, y lo revisé. Ni había nada fuera de lugar, era un simple cuchillo con el mando de cuero negro y un brillo metálico rojizo como la sangre.

Otro crujido..

Otro.

Uno más fuerte que otro, más cercano, más claro, más peligroso...

Sin siquiera pensarlo, salí corriendo tan rápido como mis piernas y pésima capacidad física me lo permitían. Corrí y corrí; lo hice como los animales lo hacen al escuchar a los cazadores, y esta vez el animal era yo. Incluso en ese momento comprendí un poco a aquellas criaturas que acabaron en mis manos. Aquellos seres que vivían felizmente en el bosque hasta que tuvieron la mala suerte de toparse con un débil niño de 6 años que curioseaba con sus juguetes.
Aquel niño que pensé que había desaparecido.

Aparecí en la misma calle que cuando entré, sin aliento y con el corazón a mil. Mire detrás de mí, temiendo encontrarme con lo que fuese de lo que estaba huyendo, pero no había nada; miré mi mano, el cuchillo seguía ahí, igual. Me paré un momento, pensativo, y decidí guardarlo en la mochila. Ya decidiría que hacer.

En casa no había nadie salvo el perro. Lo saludé y subí a mi habitación. Dejé la mochila en el suelo, saqué el arma y con él me senté en la cama.

¿Qué demonios hacía un arma como esa en medio del bosque? Tan limpia y nueva... ¡Ni siquiera estaba ahí antes de girarme!
Entonces recordé las palabras de Ethan y dado que no lo había hecho en la mañana, se lo compensaría tomándomelas ahora. Una vez realizada la acción, con sus consecuencias, me quedé de pie, frente al lado de la cama donde reposaba el cuchillo. Más calmado, me quedé viéndolo y diferencié algo en la parte superior del filo; unas letras. Volví a acercar el cuchillo para diferenciar las letras.

"K. WAYNE"

Un... ¿Nombre? El dueño del cuchillo se llama K. Wayne. K... ¿Acaso esa K es de....?

- ¡Joder!

Mi perro, Dante, se había lanzado contra mí, haciendo que dejase caer el cuchillo al suelo. Yo no caí de milagro, pero sí hice unas pocas de acrobacias con el peludo Pastor Alemán encima de mí. No sé qué le pasaba hoy, normalmente no suele ser un temerario o un bruto. Lo bajé de la cama antes de que comenzase a sacudirse o a intentar lamerme hasta los ojos.

Al bajarlo, se dirigió al cuchillo, lo olfateó y comenzó a ladrarle mientras hacía movimientos extraños, como de desagrado; salió corriendo hacia el salón una vez se cansó. Decidí guardarlo en un cajón de mi escritorio y ponerme a estudiar -solo unos minutos, luego jugaría un rato-.

Desde ese día siempre lo llevaba en la mochilla por miedo a que alguien lo descubriese. A parte de Kyo, todo seguía normal, y es que al día siguiente de tener el cuchillo, cuando nos vimos, me puso una cara de confusión y desagrado. Desde entonces no lo he vuelto a ver, incluso faltaba a clase y el resto tampoco sabía nada. Nunca abandonaba mi mochila ni dejaba que otros la tocaran. Por otro lado, el bosque se volvió una fuerte energía atrayente, la curiosidad cada día me consumía más; no sabía que hacer.

Día a día me angustiaba más, cuando miraba por la ventana me encontraba al bosque y me preguntaba: ¿Qué habría ahí? ¿Quién me persiguió? ¿De dónde salió el cuchillo y por qué acabó en mis manos? ¿Quién demonios era K. Wayne?

Comenzamos a quedar únicamente Skye, Ethan y yo, ya que Kyo seguía desaparecido. Ellos se habían dado cuenta de que algo me pasaba, pero obviamente no les conté la razón. Skye pensó que no sería nada y que ya se me pasaría; si no quería contarlo no iba a obligarme. Aunque Ethan se mostraba más preocupado: intentaba apoyarme, me decía que podía confiarle cualquier cosa y volvió a preguntarle sobre "eso". Ocurrió Una noche en casa además Skye, mientras yo estaba tumbado en el sofá con él a mis pies y ella en otro sillón de una plaza bebiéndose una Coca-Cola.

- Keith, por favor, contestame.

- ¿Para qué?

- Ya lo sabes...

Suspiré, cansado de su insistencia -la cuál venía de horas más atrás- y respondí.

- ¡No! No me estoy tomando las putas pastillas. ¡No sirven de nada! Ya no... - Tomé aire. Me había puesto nervioso y frustrado. - No calman una mierda.

Vi como se pasaba las manos por el rostro retirándose el flequillo de la cara.

- ¿Tomas pastillas? ¿Para qué?

- Yo...

- Para controlarse. - Interviene Ethan.

- ¿Controlar qué? - Pregunta de nuevo ella.

Respiró hondo. Me senté con las piernas aún sobre el sofá. Algún día tenía que contárselo a alguien más, estaba claro.

- Él ya lo sabe, así que escucha bien: Todo comienza desde que soy pequeño...

En aquellos tiempos.

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⏰ Última actualización: Apr 27, 2020 ⏰

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