La mansión Gris

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Abrí los ojos solo para moverme robóticamente camino abajo por el aeropuerto cuando llegamos a destino. Caminé con mi equipaje hasta encontrar a un hombre de mediana edad que sostenía un estilizado y elegante cartel con mi nombre. 

El viaje junto al chófer de ojos claros y aspecto amable se realizó en silencio mientras yo alucinaba con las hojas de tonos otoñales, azotadas cruelmente por el viento y llevadas contra su voluntad a un destino triste. Yo había sido una hoja.
Hacia el final del recorrido, nos internábamos en una suerte de bosque repleto de colores verdes en el suelo y anaranjados por los cielos.
Desde mi cálido asiento, pensé que podría llegar a sentirme acogida entre tanto tronco en cual perderme para leer, no todo es malo, ya no soy una hoja. Me rehúso a serlo.

- Bienvenida al condominio Señorita- dijo con una sonrisa el señor de cabello cano al volante, quien se había presentado como Oliver.

Alcé la mirada para encontrarme con enormes casas, como castillos, todas bastante distantes las unas de las otras y con aspecto de mantener letreros en sus puertas con leyendas del tipo "Largo de aquí". Son preciosas, el tema es que parecen una foto, tan perfectas que nada se mueve de su lugar, sin niños jugando en los jardines o personas sacando a pasear a sus mascotas...Nada. Me gusta.

-Acogedor- musité mientras negaba un par de veces

Oliver soltó una carcajada musical.

-Tranquilo, seguro y muy bonito además- se encargó de resaltar- Su tío dice que a usted le agrada el silencio tanto como a él, por lo que pensó que esta sería la locación adecuada para ustedes.

- Y muy ostentoso....- alcé una ceja al mirarlo- ¿Es necesario?

- "Lo mejor para mi pequeña calabaza" ha dicho

- Calabaza...- me reí y negué- de cualquier forma, prefiero que me diga así antes que señorita, Oliver.

- ¿Señorita Calabaza, tal vez?- ofreció servil

- Señorita está bien.

Risas quietas mientras el auto se detenía ante la casa más hermosa que mis ojos hayan contemplado jamás.
Una alta e imponente reja cercaba el terreno surcado por caminos de arena que se esparcían en lo que asumo sería analogable a un ante jardín (si los antejardines fueran parques), el verde y las rosas rojas reinaban el lugar, preciosos arcos de metal negro cubiertos por enredaderas florales decoraban la entrada hacia lo que a mi gusto, no era una casa,no; era un maldito palacio.

-Es una broma de mal gusto- rechisté mientras las puertas se abrían automáticamente a nuestro paso, dejando que el lujoso auto avanzara entre las piedras - Voy a perderme en este sitio

- Puedo proporcionarle un mapa, señorita

Le miré buscando la ironía en sus palabras, más solo encontré amabilidad y un rostro inexpresivo; ergo...lo decía en serio. Genial, existía la basta posibilidad de perderme y no ser encontrada hasta quizás que horas en posición fetal.

Cuando enfoqué la vista hacia la entrada del palacio (sí, desde ahora se llamará así para nuestra comodidad), noté como las escaleras de mármol se hallaban ocupadas por gente vestida de servicio. Una hilera de tres mujeres y un hombre que reconocí como mayordomos por sus trajes, se imponían sonrientes cuando el auto paró frente a sus rostros.

-No quiero bajar- sostuve firme- Es casi risorio que tenga su propio servicio de mucamas

- No es de él- le miré impactada- Este es el suyo.

-Reformulo; me rehúso a bajar de aquí.

- El señor Feraud advirtió algo así, y dijo que podrían negociar...Siempre que se atreva a bajar del vehículo.

El reino del SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora