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El 15% de los adolescentes se hacen daño a sí mismos. El 6% de ellos no lo dicen a nadie y el 1% logra pasar desapercibidos hasta la edad adulta.

Meredith fue a la escuela al día siguiente, charlo con Marcus, pocas palabras, pocas respuestas. Volvió a casa, ceno como de costumbre, y paso varias horas despierta, durmiéndose antes de darse cuenta, sin sueños. Los días transcurrieron como si la presencia de Diana ese día hubiera sido producto de su imaginación, un bobo sueño, que al cruzar el umbral de la vida cotidiana se hubiera ido a otra parte, demasiado lejos como parar recordar. Igual que el despertar.

Mery no se acordaba, pero el diario seguía ahí en su cama, atrapado en el espacio entre el armazón de madera y la sólida pared.

La opresión del pecho no la perdono mucho tiempo, una noche, tuvo nuevamente la pesadilla del pasillo, con los personajes de siempre, sin cambios, Fabián con su hojilla de afeitar y aquellos aterradores y helados brazos negros, que la sujetaban y la arrastraban a la oscuridad sin que ella pudiera hacer nada al respecto.

Y ahora era peor, la depresión había regresado en la forma de una enfermedad, una fiebre repentina, acompañada de un intenso dolor que iba y venía por todo su cuerpo. En clases, Harley y Marcus se esforzaban por convencerla de ir a la enfermería, y sus esfuerzos no daban resultado alguno.

Un día en casa, su madre le había confiado el pescado del almuerzo para retirar las escamas y cortarle cabeza. Mery acepto, nuevamente, con aquella nueva actitud poco comunicativa y apagada, respondiendo con simples y lelos asentimientos de cabeza. Mientras retiraba las escamas, el cuchillo había pasado demasiado cerca de su mano, y había hecho un corte pequeño que no dejaba de sangrar.

Lo peor de todo, aquello que deseaba olvidar, era que lo había disfrutado.

Sus padres estaban viendo por televisión los comentarios sobre las elecciones presidenciales, tan concentrados en su debate particular que apenas y se habrían interesado por ir a la cocina. Estaba sola. Dudo, y aun asi, acerco nerviosa la hoja del cuchillo a la piel de su antebrazo, no funciono, no había usado suficiente fuerza, ni velocidad. Tendría que repetirlo, esta vez en serio.

El cuchillo resbalo de su mano, aporreo el suelo y provoco un poderoso tañido. Callando las voces del pasillo y haciéndola entrar en pánico.

—¿Mery, cariño, ha pasado algo?

—No, Ma, todo bien.—Dijo, recogiendo el cuchillo atropelladamente.

Limpio el cuchillo con tanto lavaplatos como le fuera posible, convencida de que aún se podía ver algo de sangre en la hoja. Se lavó y se curó la mano, sin éxito, pues la herida latía débilmente, cual corazón delator, era horrible. No tuvo más que encerrarse en su cuarto y ocultar su mano entre las sabanas, para no tener que mirar la herida mientras se esforzaba porque el repentino sueño la apartara de esa sensación, se sentía sucia.

Fue cuando su mano rozo el lomo del diario. Verlo, abrirlo y admirar aquellas páginas en blanco, le hizo regresar a aquel momento, la conversación con Diana, el pentaculo y su curiosa e hipnótica voz.

Comenzó garabateando unas cuantas líneas en la segunda hoja, iniciando como ella lo habría creído conveniente en primer lugar: "Querido diario, mi día ha estado esto y lo otro, porque fulano de tal me hablo sobre tal cosa, etc. etc. etc..."

No se sintió muy orgullosa de lo escrito, sin embargo, quedo dormida tan pronto como hizo a un lado el diario, dejándolo en su mesita de noche.

Al día siguiente descubrió una nueva sensación dentro de sí misma, la necesidad de anotar unas cuantas palabras más en el diario. Lento al principio, su mano comenzó a moverse con velocidad, rasgando el papel, no recordaba a su madre llamándola desde el piso de abajo, se concentraba en el diario, que ahora deseaba llenar.

El diario de Meredith KingWhere stories live. Discover now