Capítulo 17.

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Maratón 2/3

Al día siguiente, en su trabajo, Germán se encontraba platicando con Vicente acerca de lo sucedido el día anterior.

—Oye, déjame decirte que Valeria está más buena de lo que creí, en serio. ¡Qué suertudo eres!

Vicente rodó los ojos.

—No te pongas celoso. —Le dio un codazo—. Se nota que te gusta —dijo con tono bromista, pues a pesar de todo, él no sabía, ni se imaginaba, que Vicente en realidad tenía una relación con su hermanastra.

Vicente iba a comentar algo pero prefirió quedarse callado.

—Aww, no lo niegas —se burló—. Con razón no querías presentármela.

—Sí, claro, como eres tan guapo, joven e interesante de seguro cualquier chica de su edad se fijaría en ti —contestó con el mismo tono burlesco que Germán usó con él.

—Pues claro —dijo con tono serio—. Y es por eso que no has avanzado más con Abigail, ¿eh, pillín? Yo que tú intento con las dos.

—Ay, no, en serio, cállate.

Germán rio con fuerza.

—Y aprovecha a tu hermanita, porque se nota en seguida que es bien promiscua, así que puedes tener tu chance.

—Germán —dijo empezando a hastiarse de verdad—, cállate, por favor, o si no voy a tener que correrte.

—Bueno, ya, no digo nada de tu querida... Pero su mamá también es bonita, ¿a qué sí? Preséntamela.

Vicente, en un acto para demostrar su fastidio, se dio un ligero golpecito en la frente. Pero Germán tenía razón, Juliana era una mujer guapa y parecía más joven de lo que en realidad era. Su nariz recta, su cara alargada y sus ojos felinos la hacían parecer muy atractiva, tanto que una vez Valeria tuvo un novio que solo se acercó a ella para tratar de cortejar a su madre; al final la chica se terminó dando cuenta y lo mandó directito a la mierda con todo y sus moscas alrededor.

—¿Qué tiene? ¿También la quieres para ti?

—Germán —comenzó a explicar—, Juliana se fijaría en ti si tuvieras dinero, pero como no tienes, mejor ni le hagas al cuento.

—Agh... Bueno —siguió Germán—, déjame decirte que tu noviecita no se parece mucho a tu suegra, pero ambas son guapas a su manera.

— Germán, calla. Mejor cuéntame qué fue lo que te dijo María Eugenia cuando llegaron a casa.

—Me mentó la madre, ¿qué más? Dijo que no tenía derecho a hacerle eso a ella, a Irene ni a tu hermanita... Hablando de ella —volvió a regresarse al tema que Vicente intentó, en vano, cambiar—, ¿en serio te ofreciste a acompañarla para que comprara su vestido? —Ahora sí preguntó en serio.

—Sí.

—¿No te caía mal?

—Al principio, pero ya no. En realidad es muy simpática.

—¿Y por eso te enamoraste? —Su personalidad bromista no podía estar oculta mucho tiempo, quitando del mando a la seriedad, que rara vez la tenía.

Vicente no quería discutir, así que optó por seguir la opción más sana: ignorar a Germán hasta que dejara de bromear y hablar sus sandeces. El hombre siguió hablando y parloteando, pero ya no le prestó atención. Sus pensamientos se enfocaron en la chica que estaba siendo el tema de conversación de su compañero. «Valeria, ¿qué estarás haciendo en este momento, mi niña...? Diga lo que diga Germán, está en lo cierto, estoy enamorado de Valeria. Pero nadie, en especial él, debe enterarse, por lo menos ahorita... Tal vez después podamos hacer pública nuestra relación».

—Vicente, ¿podemos hablar?

La vocecita de Abigail interrumpió abruptamente los pensamientos de Vicente y las habladurías de Germán.

—No te voy a quitar mucho tiempo.

—No te preocupes.

Germán siempre acostumbraba a salir cuando Abigail venía a conversar con Vicente, pero esta vez no tenía ganas de pararse. Vicente pensó en salir y hablar con la chica lejos de ahí, pero él tampoco tenía ganas de levantarse.

—Germán, no es que te corra pero te corro, Abigail quiere hablar conmigo.

—No, no, no es necesario, yo no... —La chica comentó apenada moviendo sus manos frenéticamente—. Si quieres hablamos después.

—No. Germán, vete.

El hombre suspiró con pesadez.

—Ah, está bien. —Se levantó de la silla con flojera—. Nos vemos después, pillo —se burló—. Hasta luego, Abigail.

—Hasta luego, licenciado.

Una vez que quedaron a solas, Abigail habló.

—No sé qué hacer.

—¿Qué te pasó? —Preguntó con algo de preocupación al verla así de apurada.

—Rodrigo me invitó a salir.

—Ammm... —Se quedó pensando—. Te refieres a Rodríguez, ¿no?

—Ajá. —Asintió con la cabeza mientras se sentaba.

Vicente recordó que Rodríguez no se llevaba muy bien con él ni con Germán, en especial con este último, que siempre se burlaba de él diciéndole que sus padres no tuvieron imaginación para ponerle un nombre y que se les quemó el cerebro. Obviamente todos pensaban y comentaban eso, pero Germán era el único que se lo decía en su cara y se lo repetía cada vez que podía. Y en su relación con Vicente, si bien antes era neutra y se daban igual, últimamente lo veía como un rival amoroso, pues todos sabían que él y Abigail se llevaban muy bien.

—¿Y qué le dijiste?

—Pregunté que como amigos, pero él negó con la cabeza y me dijo que no, que como una cita.

—¿Y qué respondiste?

—Le dije que tenía que pensarlo y salí corriendo... Ahora creerá que soy rara y además loca. ¿Qué hago?

—No sé. ¿Te gusta?

—No lo sé. Es decir, es guapo y me cae bien pero... —La verdad era que sí le parecía atractivo y le gustaba conversar con él, pero nunca fue su tipo de chicos. Ella siempre acostumbró a salir con chicos más simples y nada agraciados, físicamente hablando, pues en su secundaria y bachillerato los tipos guapos que iban en su salón solían salir con las "muñecas plásticas de faldas cortas", como ella solía llamarlas, y a ella ni una miradita le echaban.

—¿Pero...?

—Ay, no sé. ¿Qué opinas?

—Opino que debes salir con él si quieres hacerlo, y si no quieres pues no lo hagas.

—Amm, pues sí... Tal vez salga con él, solo para ver cómo van las cosas. Le daré una oportunidad.

—Adelante.

—Pero... ¿Tú crees que él todavía quiera salir conmigo? Es decir, salí corriendo como una loca.

—Abigail, yo creo que para este punto ya debe saber que de por sí estás loca. —Era algo impropio de él bromear de esa manera pero con Abigail ya tenía mucha confianza.

—¡Ja, ja! Tonto. —Entrecerró los ojos pero en el fondo se relajó un poco.

—Y aun así te invitó.

—Claro, señor cuerdo —se burló—. ¿Y cómo vas tú con tu chica?

—Amm, pues... Ahí voy.

—Ya estás en una relación con ella, ¿verdad?

Antes de responder, la miró con atención.

—¿Se nota mucho?

—Sí, te ves más feliz que de costumbre.

—Oh...

—Ánimo. —Le dio una palmada en el hombro—. Te irá bien.

—Gracias, a ti igual.




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¿Amor o codicia? ©  |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora