III Destellos de Luz

13 2 2
                                    


Me senté junto a él, inicialmente sin disposición a iniciar una conversación. Su trato previo me había irritado bastante, en teoría, él era el culpable que yo estuviera acá... indirectamente. Me miré las uñas un par de veces, brillantes y alargadas, podría sacarle los ojos a alguien en cualquier momento.

- ¿No me vas a contar por qué estás acá? – Su voz nuevamente rompió mi silencio, porque era muy bajita en este caso para romper el del resto, casi un siseo que se sentía cercano a mi lóbulo.

- Por ser demasiado bonita, claramente. Eso en este lugar es un crimen perpetuo – Traté de tomármelo con humo, soltando algún comentario jocoso, sin elevar mi mirada de mis propias uñas. Mi interés de interacción se habia reducido.

- Vaya, pensé que las chicas bonitas nunca acababan en detención, ya sabes... Pueden hacer lo que quieran – Su voz cargaba cierta malicia cuando lo dijo que me hizo enfadar. Dato freak: tengo muy mal humor. Pero no iba a hacer un escándalo, no justamente ahí.

- Depende del día al parecer.

- Pues a mi me obligaron a quitarme mi gorro de pato porque no iba a acorde a las reglas de uniforme, a lo que me negué porque estaba seguro de haber visto una chica con una sudadera que tampoco va con el código de vestimenta, rebatí, me enfadé, perdí los estribos y boom, detención – Su voz era calmada, pero claramente, dejaba ver unas notas de enfado al decir las ultimas palabras, mirándome alternadamente, como si quisiera que yo igual me enfadase, o me defendiera... no estaba segura a este punto.

- Reglas de jerarquía, el chico nuevo no puede compararse con la chica que se ha partido el lomo tres años para tomar el lugar más alto de este lugar, aunque eso sea injusto – Alcé la mirada por primera vez de mis uñas, para mirarlo directamente. Quería taladrarlo con la mirada, iracunda, para que se diera cuenta como eran las cosas realmente aquí. Pero solamente me encontré esos irises azulados tiernos, como una piscina donde podría nadar horas. Me detuve ante esos ojos que me llamaban, que destellaban de forma tenue en mi presencia, sonriendo.

- ¿Por qué sonries de la nada? Que rara eres... - Dijo ladeando la cabeza, mientras yo comenzaba a negar un poco para retomar la compostura. Estaba segura que en ese momento la vergüenza se estaba apoderando de mi ser y tenía que hacer algo para no ponerme roja, así que volteé la mirada hacia las ventanas, como si fuera interesante el aspecto veraniego de los árboles.

El silencio se apoderó unos momentos del salón, dejándome tiempo suficiente para reflexionar de algunas cosas. Era extraño que mi novio no se enfadase por no irnos juntos a casa, o no poder saber de mí en dos horas por no tener mi móvil. De hecho, no había hecho ningún comentario al respecto... Que extraño. En otra circunstancia estaba segura de dos cosas: Me hubiera acusado de planear el castigo para estar lejos de él dos horas, o hubiera buscado que lo castigasen para compartir el mismo destino, pero ahora... nada.

Por otro lado, Elisa ni se molestó en ocultar su felicidad por dirigir a las animadoras durante un día. De hecho, estoy segura que sería capaz de inventarme problemas para seguir haciéndolo. Si quieres formarte una idea de mi amiga, es la siguiente: ¿Viste los padrinos mágicos? Estaba Trixie y su amiga Verónica. Pues Elisa es Verónica, estoy segura que tiene una muñeca voodoo mía, y la golpea diciendo ''¿Por qué no puedo ser tú?''.

- Me llamó Andrés, por cierto – Dijo la voz ronca nuevamente, rompiendo el silencio en el que nos encontrábamos.

- Ya lo sabía – Dije sin pensarlo.

- ¿Y cómo sabías? – Su voz se llenó de curiosidad, mientras una pequeña sonrisita se apareció en su rostro, buscando mi mirada con la suya. Me entraron de nuevo los nervios, se iba a dar cuenta que le estuve averiguando, y eso no podía pasar, había que fingir desinterés total.

Ni tan perra, ni tan enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora