El Día Antes

364 39 6
                                    

Un teléfono estaba sonando en alguna parte de la casa. Se oía desde la ducha, pero Chris no podía salir lleno de jabón solo para atender la llamada. Quizá ni siquiera fuera el suyo. Decidió que podía esperar, pero su ceño se fruncía poco a poco a medida que el molesto politono subía de volumen y se estaba frotando la axila con demasiada fuerza.

–¡PIERS! – bramó.

La melodía paró casi instantáneamente y treinta segundos más tarde se abrió la puerta del cuarto del baño.

–No llegué a tiempo, lo siento. Era tu hermana.

–¿Se puede saber qué estabas haciendo?

–La cena.

–¿Ya?

–Sí. Se ha hecho un poco tarde. ¿Quieres que le devuelva la llamada?

Chris gruñó. El tiempo que Piers pasaba en su casa siempre era demasiado poco.

–No, ya lo haré yo.

–Como quieras – y se fue cerrando la puerta.

En realidad no tenía la intención de llamar a Claire. Durante las últimas semanas había sido una maldita entrometida, interrogándolo sobre mil cosas que él no quería revelarle sobre su vida y dando en el clavo con cada maldita pregunta. Sí, era su hermana y sí, era la única familia que le quedaba, pero ambos eran ya mayorcitos para tener una vida propia independiente del otro.

Había ciertos detalles que ella no necesitaba saber como, por ejemplo, todo lo relativo a Piers. ¿Acaso la interrogaba él sobre su vida sexual? ¿La acosaba con preguntas invasivas cada vez que ella daba señales de tener una vida? ¡No! Y sin embargo allí estaba Claire, atenta y en guardia por si su heterosexualidad amenazaba con romperse. ¿Y qué si se rompía? Se había roto hacía ya años, pero eso no era de su incumbencia. Nadie necesitaba saberlo más que él y, bueno, Piers.

Piers, que no podía decirle a sus padres ni a sus amigos que estaba en una relación, ni con quién. Jamás se había escondido, pero ahora tenía que hacerlo por él. No es que se hubiera quejado, pero aquella rutina que tenían... Solo estaban juntos por las tardes cuando él salía de trabajar, y nunca dormían juntos a menos que Chris condujese hasta el centro para quedarse en su piso, ¡y buena suerte para encontrar aparcamiento! Siempre se quedaban de puertas adentro. Ni una salida al cine, ni a cenar, ni siquiera un triste paseo por el parque. ¿Cuánto tiempo llevaban así?

–¡CHRIS!

El olor de los espaguetis con tomate invadió sus fosas nasales mientras bajaba la escalera. Piers estaba sirviendo un segundo plato cuando él entró en la cocina y se sentó frente al que ya esperaba, humeante, en la mesa.

–Me ha llamado a mí también – comentó Piers, de espaldas –. Leon ha organizado una cena de San Valentín de «amigos solteros» y estamos invitados. Por separado, claro.

–Bueno, ¿y qué le has dicho?

–Le he dicho que sí, ¿qué querías que le dijera?

–¿No vamos a hacer nada mañana?

–Ahora sí – se sentó a su lado y arrimó la silla a la mesa –. Nunca lo celebramos, Chris. ¿Qué vamos a celebrar?

Chris no respondió. Miró su plato fijamente mientras Piers acometía el suyo, dejando caer los hombros, y suspiró.

–Entonces supongo que ya no pasarás por aquí después del trabajo.

El chico negó con la cabeza.

–Tenemos todo el fin de semana. No pasa nada.

Se hizo el silencio mientras ambos comían los espaguetis. El pecho de Chris estaba cargado con un peso que ya le era familiar. Llevaba ya tiempo dándole vueltas a algo, pero el reciente interés de Claire solo lo echaba para atrás, haciéndolo cuestionarse si en verdad era buena idea.

–¿Tú estás cómodo así? – preguntó al fin, temiendo la respuesta.

Las comisuras de la boca de Piers se curvaron hacia arriba durante una fracción de segundo, probablemente porque pretendía hacer un chiste pero había cambiado de idea al verle la cara.

–No es lo que había imaginado que sería salir con el gran Chris Redfield en un principio – dijo, haciendo una mueca –, pero a veces hay que bajar las expectativas y encontrar un equilibrio para los dos. Es en lo que consiste tener una relación. Y la verdad es que, aunque te hayas convertido en un ermitaño, esto no está tan mal.

–No soy un ermitaño – protestó él.

–Vives en medio de la nada y no sales de casa. Antes ibas al gimnasio, pero ahora te has montado el tuyo propio en el garaje con cosas de la teletienda y haces la compra diaria por internet. Eres el abuelo de Heidi pero sin cabras.

Chris se atragantó con la pasta y tosió entre risas mientras Piers le palmeaba la espalda cansinamente.

–Y sin nieta – agregó, limpiándose la boca. El chico arqueó las cejas, mojando un trozo de pan en los restos de salsa de Chris.

–Que tú sepas. Mira que tú ya tenías escarceos amorosos con jovencitas en la Edad de Piedra.

–¿La Edad de Piedra es tu adolescencia?

–Chitón – Piers le metió el pan en la boca de golpe –. Me tengo que ir ya, abuelo, termínate eso mientras voy a buscar mi abrigo para que pueda darte un beso en condiciones antes de fingir, mañana por la noche, que no sé cuántos lunares tienes en el culo.

Nada que celebrar (Nivanfield)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora