La Mañana Después

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Pese a que Chris había contado con dormir hasta bien entrada la mañana del sábado, a las diez de la mañana Piers recordó de pronto la ternera que habían guardado en la nevera de su casa el día anterior y sintió la urgencia de ir a buscarla, sin tiempo que perder siendo silencioso y dejándolo dormir en paz.

Así que, de mala gana, él se levantó rato después y bajó a la cocina a preparar café para cuando Piers estuviese de vuelta. Se rascó la barriga, apoyado de espaldas en la encimera, y recordó la noche anterior con una sonrisa bobalicona. No había duda de que habían recuperado todo el tiempo que pasaron escondiendo su amor del mundo, y solo en unas pocas horas. Aunque habían tenido suerte de que nadie los viera; una multa por exhibicionismo era algo sin lo que podía vivir perfectamente.

Cuando Piers llegó, con la tartera bajo el brazo, había una taza de café humeante esperándolo en la mesa de la cocina y un Chris descamisado al lado, bebiéndose la suya. Tras guardar la comida en el refrigerador, se sentó junto a él al mismo tiempo que se inclinaba para besar su frente.

–Siento haberte despertado – dijo, sin ápice de culpabilidad en la voz.

–Esperaba que nos quedáramos haciéndonos carantoñas hasta la hora de comer, pero no, la ternera es más importante...

–Podemos volver a la cama ahora, si quieres.

Chris negó con la cabeza.

–Ya tendremos tiempo otro día. ¿Sabes? He estado pensando...

–Oh, no. Otra vez, no. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?

–Shh, calla. He estado pensando que, tal vez, deberíamos vivir juntos. Y compartir la cama más a menudo. No pongas esa cara, no es una proposición indecente, lo digo en serio.

Piers lo miró, pensativo, antes de responder.

–Me encanta la idea, y tu casa, pero ¿no es poco práctico? Me queda lejos del trabajo, y de todo. Y no me malinterpretes, adoro que quieras que me convierta en un ermitaño contigo, pero para mí es un poco pronto.

–¿Y si me mudo yo contigo? Y dejamos esta para los fines de semana y las vacaciones... y eso.

Él se encogió de hombros.

–No tengo ningún argumento en contra.

–Estás encantado.

Piers sonrió.

–Iba a proponerte lo mismo. Venía pensando en ello de camino aquí.

–Claro, claro. ¿Y también ibas a proponerme esto?

Viendo a Chris levantarse de la silla e hincar una rodilla en el suelo, a Piers se le descompuso el rostro en una mueca de horror.

–Chris, ¡no!

Él rompió a reír, poniéndose en pie, y dijo:

–Es broma, tengo que hacerlo mucho más embarazoso. Con Claire presente, ¡y Jake! Y... ¿unos mariachis?

–Te dejo, Chris, te lo juro.

Nada que celebrar (Nivanfield)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora