Buenos Filetes

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Aunque Piers hubiese dicho que vivía en medio de la nada, la verdad era que solo estaba a media hora en coche del bloque de apartamentos en que él residía. El problema era, como siempre, aparcar. Esa mañana, no obstante, Chris pidió un taxi.

Apenas había conseguido pegar ojo la noche anterior, pero finalmente había conseguido tomar una decisión. La decisión, para la que había estado preparándose casi tres meses. Resultaba asombroso lo fácil que era procrastinar cuando no se tenía nada que hacer. Estaba nervioso e inseguro; el mínimo contratiempo y volvería a echarse atrás de nuevo, pero tenía que esforzarse. Por Piers y por él mismo. Había hecho cosas fascinantes en su vida, alcanzado metas con las que otros se limitaban a soñar. Tenía una casa de ensueño, un coche de película y a la perdición de todos los usuarios de Grindr coladito por él. ¿Qué era lo que le daba miedo?

Un sonoro gruñido emergió de las profundidades de su ser y la señora que estaba a su lado frente a la nevera de los cárnicos lo miró con recelo. Chris, perdido en sus pensamientos, abrió la puerta de cristal y echó mano a una bandeja de filetes de ternera que lanzó al carrito casi sin mirar. Había pasado mucho desde la última vez que hizo la compra en físico y se estaba demorando bastante. Esperaba tener tiempo para todo. Repitió el gruñido cuando I Want To Break Free empezó a sonar por el altavoz del supermercado mientras esperaba su turno en la caja y la cajera le dedicó una mirada idéntica a la de la señora de antes.

Estaban en pleno siglo XXI. Nadie iba a mirarlo raro por ello. Sus amigos no iban a dejarlo de lado. Nadie creería que era menos hombre por ello. Claire reaccionaría de forma exagerada y le daría su innecesario apoyo... o lo hostigaría con chistes malos que rozaban el mal gusto hasta que incluso Piers huyera de ella. O tal vez le hicieran gracia. Era un misterio porque, la verdad, nunca habían hablado propiamente de eso.

Si alguien podía cargar con cuatro bolsas repletas de comestibles durante dos manzanas sin que le doliesen las manos ni un poquito, era Chris Redfield. O lo había sido, porque para cuando llegó al edificio, después de haberse chocado con todo el que se le cruzó, un poquito sí le dolían. Dejó las bolsas en el suelo y sacó las llaves de uno de los bolsillos de su cazadora caqui. Piers le había dado aquella copia poco después de empezar a salir. No tenían etiqueta ni nada que revelara de dónde eran, pero Chris no las guardaba con el resto de las llaves en la caja junto a la puerta por si alguna de las pocas visitas que recibía se daba cuenta.

Se sorprendió, cuando entró en el apartamento, al pensar en la última vez que había estado allí. Quizá Piers tenía razón y se había convertido en un ermitaño más de lo que le gustaría admitir. Con un suspiro de decepción consigo mismo, dejó las bolsas sobre la encimera de la cocina, su cazadora en el respaldo de una silla y se remangó las mangas de la camisa antes de ponerse manos a la obra. Esos filetes con guarnición de verduras no iban a hacerse solos.

* * *

La cara de Piers cuando entró por la puerta no tuvo precio. Tenía que haber olido la comida desde el descansillo, pero sin duda el que la puerta siguiera cerrada con llave, tal y como la había dejado esa mañana, lo había despistado. Miró atónito a Chris, con el mandil puesto, los brazos en jarras y una sonrisita de suficiencia, y solo se le ocurrió decir:

–¿La camisa de leñador es a propósito o te hemos perdido para siempre? – dejó escapar una risita al ver su cara de indignación y se quitó el abrigo –. Es broma, amorcito. ¿Me da tiempo de ducharme antes de comer?

–No. Y haz el favor de respetar a tus mayores.

–Sí, señor.

Esa clase de reacciones eran típicas de Piers. Él no había estado esperando un agradecimiento efusivo ni nada especialmente emotivo. Era fácil estar con él. Natural. Piers lo pinchaba, lo provocaba, pero todo estaba expresado en su lenguaje corporal. Y Chris casi ni necesitó mirarlo cuando salió disparado hacia el baño para saber que estaba más que contento de tenerlo allí. O quizá solo de tener la comida preparada.

Nada que celebrar (Nivanfield)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora