Capítulo IV: "Fobos y Deimos"

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—Fobos y Deimos, me suenan familiar...

Atenea estaba caminando hacia su nuevo destino, un bosque custodiado por dos enormes bestias, eran las antiguas custodias de Ares quien decidió despedirlas obligado por Zeus y otros dioses para que cuidaran de un cáliz sagrado; nunca supo Atenea por qué tanto interés en cuidar una sustancia que ella ignoraba con enorme indiferencia.

—Conque un cáliz; sí, he oído hablar de él.

—Fue un líquido místico que puede absorber todo el poder de un dios, y si la persona que lo bebe es justa y de corazón noble, el poder del cáliz crecerá a niveles inimaginables —Le dijo un anciano que vivía cerca del bosque obscuro, siempre hablaba con cautela y discreción.

Atenea había llegado a una cabaña muy cansada por el largo camino que había recorrido a pie, luego de haberse encontrado a un anciano sabio que poseía respuestas de origen desconocido, le ayudó a recuperar sus fuerzas dándole de comer y de beber.

"Hace mucho tiempo mi padre, Ares, Hades, Poseidón, Deméter y Hera se comportaban muy discretos y estaban constantemente en secreto juntos, muchos dioses perecieron en ese mismo tiempo porque querían quitarle el poder a todos los dioses del Olimpo. Nunca supe qué hacían, siempre se refugiaban en el Adeodomático, ahí nunca se sabe nada... es imposible adivinar las intenciones ajenas, nunca tuve permiso de entrar ahí" pensó.

—¿Aún sabes pelear?

—¿Sí...?

—¿Llevas armas? —advirtió el anciano Níspero.

Ella asintió, ¡qué estupidez que se le haya olvidado las armas! Es humana, ya no es una diosa; sus capacidades y conocimientos de guerra se veían eclipsados por el error constante.

—De seguro, durante un descanso en el camino... olvidé mis cosas... pero no recuerdo dónde.

—Ve y continúa en tu camino, Atenea —le dijo con una cálida sonrisa mientras tomaba con sus manos armas como flechas; y un arco que parecía poderoso; y lanzas—. Estas son tus clásicas herramientas.

Cayó en asombro, el señor Níspero sabía quién era ella.

—Gracias anciano sabio —La única pregunta que hizo ella sobre lo misterioso que fue él, era una tenue sonrisa de agradecimiento y duda.

El anciano la despidió en la entrada hasta que ella ya no se viera más entre las hojas verdes de lo inesperado.

Un viento amenazador tocó aterradoramente suave su cabello. Atenea estaba en la entrada de aquel bosque donde se encontraba su salvación contenida en un cáliz. Respiró profundo y se adentró en la cálida agonía de aquella atmósfera intrigante.

Se escuchaban murmullos, quejidos, gritos obstinados pero interrumpidos como si alguien los agarrara del cuello fuertemente, guardó su cordura y se mostró sorda ante lo que para un humano era aterrador.

Se oían voces conforme ella caminaba más hacia dentro, eran distintas porque pintaban diálogo. Una contestaba a la otra: "Siento a alguien venir" decía una, "Está cerca de nosotros" respondía otra, "Si parece ser un ser maligno lo matamos", seguían en esa conversación, había mucha niebla y no permitía ver más allá de lo que daba el brazo.

Atenea tenía el corazón acelerado, nunca había estado tan asustada. "Todo sea por mi niño" pensaba ella entre la penumbra.

Ahora se oía el traquear de las tablas de embarcaciones, no veía nada, las voces se callaron y sus pies tocaron agua, ella quedó estática, quieta, sin decir nada... solamente respiraba despacio, estaba esperando algo inminente. Miraba hacia todas partes pero no observaba nada, hasta que oyó la fractura de una rama cerca de ella.

Redención de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora