Capítulo 2: Noticia Repentina

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Desperté de golpe, imitando la espontaneidad de un fluorescente al que se le oprime el interruptor que descansa a una altura razonable en la pared, siguiendo la cadena de electricidad con la brevedad necesaria para no ser perceptible a menos de que exista cierto retraso mediado por la condición de una mala instalación eléctrica (El irónico caso de mi departamento).

Así mismo abrí los ojos, como si existiera dentro o fuera de mí un interruptor accesible y a simple vista para quien quisiera obligarme a volver a la vida de un chasquido, con efecto del monstruo de Frankenstein que anteriormente era un compuesto de cadáveres y de repente, un relámpago le cayó encima otorgándole la vida.

No sé bien porque evoco referencias con rayos y electricidad tan natural y mecánicamente como decir "Salud" tras escuchar a alguien estornudar. Ese día ni siquiera había visto algún rayo antes de dormir. La lluvia fue sólo eso: lluvia. Agua que caía en dirección e intensidad indecisa con deje de aspersor para exteriores, y dando la impresión de que el cielo desahogaba todo el desconsuelo que había retenido con orgullo por todos los meses anteriores de look veraniego. Sin embargo, lo cierto era que constantemente recaía en que los rayos me provocaban cierto interés que no era otra cosa más que un muy claro desconcierto. A menudo me encontraba a mí mismo bosquejando en los cuadernos durante la clase, comenzando por una línea, después otra torciendo la rectitud de la anterior y por ultimo prolongaciones hasta que ¡Voila! Un rayo caía desde el espacio antes de los renglones hasta rosar la coronilla de las letras o números de los ejercicios que debía estar terminando.

En fin, "regresar a la vida" después de la noche anterior fue intrincado. Si alguna vez te has quedado a dormir en casa ajena y despiertas a buscar el baño para mear o lo que sea, y de repente te petrificas percatándote de que no sabes nada y piensas en tu casa y en la de esa otra persona combinadas y separadas a la vez, sin la seguridad de tomar una ruta del pasillo o la otra, entonces talvez puedas entenderme. De pronto, me había incorporado tan abruptamente que me pareció irreal. Súbitamente me encontré con el cuerpo ciertamente rígido, sentado, estando con la columna vertebral totalmente enderezada, cosa que me hacía creer que me la habían atado a una tabla invisible que se atornillaba a la vez a la cama, volviendo ineficaz el pensar en elaborar el más mínimo movimiento. Incluso sentí tensión en las fosas poplíteas al tener los pies estirados y los hombros erguidos en perfecta sincronía con la letra "T" si se me veía desde atrás.

Me sentía poseído, maleable. Era una marioneta quizás. Mantuve los codos apuntando hacia los lados y las muñecas tendidas horizontalmente, tomando por guía la morfología del colchón que si debía ser sincero, no era liso completamente, sino una espuma estrujada por mi cuerpo después de varios años de acostarme sobre ella, dándole las ondulaciones de una geografía inconstante.

Mientras tardaba en analizar lo que veían mis ojos detrás de la túnica farragosa y delirante de lo que aparentaba ser un sueño que aún no desaparecía, sino que se esparcía turbiamente, llegó hasta mí, arrastrándose desde las penumbras procelosas de la grieta fétida del desconsuelo, y con la viscosidad gélida de una babosa; el vago especular de algo que pudo ser un recuerdo.

Ese sueño agonizante gruñía con fuerza intentando no desprenderse al lado del olvido, clavando las garras a la orilla de mi memoria consiente en donde marcaba surcos profundos a causa del peso que arreaba, surcos que adquirían la capacidad latente de tornarse cicatrices, de esas que sobresalen de la línea de la piel y adquieren coloraciones rosáceas. Con la salvaje presencia que sólo puede imponer algo que no busca el bien, se esforzaba por amenazar a mi cuerpo que aún se debatía entre doblarse a la almohada tal cual y nada hubiera ocurrido o fijarse en vigilia asustadiza.

Los oídos me zumbaron y la cabeza me giró. No comprendía si lo que experimentaba eran ganas de vomitar, mareos o desazón general. Me abordaban tantos malestares simultáneamente (tirando cada uno por su lado «¡Es mío!», «¡No, mío!», «A la mierda ¡Yo lo vi primero!») que no podía definir la descripción concreta para entenderlo. Parecía que había regresado a la mañana del sábado después de haber iniciado ciertas vacaciones de fin de curso, cuando Clay y yo gozábamos de las maravillas de los trece años y comprendimos lo que se decía de la primera resaca. Con sólo mirarlo juraba que el muy desdichado estaba tan mal por dentro como se veía por fuera y su sonrisa apagada pero no por eso no burlona, me decía que pensaba algo similar de mí al mirarme.

Viviendo entre Sombras: A la Deriva de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora