Capítulo 4: Festival escolar

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Aunque pueda escucharse raro y de mal gusto para cierta persona en especial (a tal punto de llegar a dramatizar escalofríos y arcadas con actuación de -5 puntos en escalas superiores a cero como mínimo), la madre de Clay y yo, quedamos de vernos en el estacionamiento de la escuela para que la acompañara durante el festival, ya que Clay estaría ocupado en su obra (o lo que sea que fuera) y al parecer, a ella no le gustaba pasearse sola por los pasillos de la escuela cuando bien podía hacer de madre sustituta del amigo de su hijo, y de paso, quizás, esperar a que este último «Cof, yo» revelara de casualidad, y tras un momento de tensión inducido a raíz de una secuencia de preguntas previamente planificadas con el único fin de acorralar "entre la espada y la pared", alguno de esos detalles de los que los padres por lo general no se enteran de primeras fuentes. Además, como después del festival, había planeado ir a casa de Clay, nos convenía estar juntos durante la actividad.

Terminé por decidirme a esperarla en las bancas de metal que se ubicaban formando un círculo bajo y en torno del gran manzano cercano al sitio fijado de encuentro, a manera de escapatoria al carácter del día que parecía haberse empecinado con la idea inquebrantable de vestirse alusivo a un clima contrario al de la temporada; en el que el sol se implantaba fuertemente desde donde le apeteciera trasladarse con el paso del día, picando incesantemente la piel en cosquilleos fogosos, imitando explosiones en miniatura que le dejarían bien en claro a cualquiera, la presencia de los rayos ultravioleta cociéndole la epidermis.

Sobra decir que la sombra que proporcionaba el árbol en su generosa envergadura fue el motivo principal por el cual me vi atraído hacia ese lugar como un viajero del desierto es atraído a un espejismo en el que se reúnen tiendas de mantas de seda fina, colchones y cojines, un riachuelo o pequeño manantial custodiado por flores de papiro y palmeras de redor. Y en medio de todo el vaporoso oasis, una agrupación de mujeres exóticas que bailan la danza del vientre aún y cuando te sirven vino de dátil en copas de plata lujada y te dan uvas en la boca.

No sé bien en qué pensaba o que hacía mientras la esperaba. A veces creo que soy muy simplista porque puedo simplemente sentarme bajo un manzano y tener la mente en blanco; pero otras veces me intrigo, porque no recuerdo si en realidad no pensaba en nada o en su defecto, pensaba en tanto que dejé de recordarlo. Lo que sí sé es que la espera no se extendió mucho, veinte minutos podría calcular, pero no veinte minutos en los que miras el reloj cada nada y es la misma hora que hacía diez segundos, fueron esos veinte minutos que bien podrías gastar después de llegar de la calle y lanzarte al sillón, de repente, miras el reloj viejo y circular que cuelga de la pared y piensas "¿¡Qué!?" al recaer en que el tiempo voló a rienda suelta, sujeto a la astucia y agilidad de un hábil ladrón que pasa silbando campante en medio de una habitación agazapada en sensores.

Me había sentado con las piernas cruzadas y la espalda libre apuntando hacia las más cercanas instalaciones del edificio de primaria. Una barrera de malla de dos metros seguida por alambrado de púa en espiral nos separaba, además del pequeño espacio enmarañado en césped sin podar que me sirvió para ir a pensar en aislamiento años en el pasado. Podía diferenciar exactamente en qué segmento de la acera me acuclillaba y miraba hasta ese punto: las bancas bajo el manzano. Que chistoso.

El viento corría desde atrás, impulsando mi cabello al frente, obligándolo a ceder en mechones vacilantes, lo cual no le resultaba para nada complicado, puesto que la cera ya flaqueaba al haberle deshecho la eficacia mientras dormitaba de clases en clase e introducía los dedos en las raíces del pelo para mantener la cabeza elevada y fingir estar atento, pero corriendo el riesgo de perder soporte dormido y terminar frotándome un chicón en la frente mientras me convertía en el chiste de la semana, siendo cortejado por una espiral de "jajajas" por parte de mis compañeros donde fuera que cualquiera lo recordara. Al mismo tiempo, el mismo viento, me refrescaba la espalda que tenía la marca del sudor estampada en la camiseta como sello inexpugnable de que había sufrido toda la mañana expuesto a respaldares de pupitres y a salones repletos de calor y hacinamiento.

Viviendo entre Sombras: A la Deriva de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora