Capítulo Primero

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El pequeño príncipe, ahora peliblanco, acomodaba sus cobijas extendiéndolas sobre la cama. Colocó las almohadas y las acarició para alisarlas. Mirarlas no ayudaba mucho, se imaginaba una guerra de almohadas con su hermana Emma. De hecho, mirar en general las cosas era de lo peor, todo le recordaba a ella, quería jugar, pero no podía más. Su madre había tomado la decisión, y le sobraban recursos, siendo la reina, para cumplir sus deseos. El niño caminó hacia su ventana, y se sentó cerca. Por lo menos vería la luna, quizás sería su único consuelo en esta y en las próximas noches de soledad. Cuando su mirada se cansó de ver al astro, puso la cabeza entre sus piernas que se encontraban dobladas. Una lágrima salió de repente y se deslizó a lo largo de su mejilla, pero al caer se convirtió en hielo. Frunció el ceño; cuando vio por primera vez sus poderes, se sintió muy feliz, ahora los odiaba. Le habían arrebatado todo, su libertad, su diversión, a su hermana... Cómo deseaba no haber salido esa noche con Emma, cómo deseaba haber sido más cuidadoso, cómo deseaba no haber vuelto a despertar. Era muy injusto, ni siquiera había salido de control y había lastimado a alguien como para que lo confinaran a su habitación por la eternidad. ¿Pero qué podía hacer? Sólo seguir adelante, y tratar de no llorar. Aunque creía que sería imposible. El sueño le ganó, y terminó quedándose dormido.

De pronto, se escuchó la ventana abriéndose, con delicadeza. Y un frío invadió la habitación. Jack, entre sueños, se sintió cómodo con eso. Una chica con veintiún años de aspecto accedió a la alcoba, vestía un vestido blanco muy hermoso, y su cabello suelto caía sobre sus hombros. Parecía querer caminar con precaución, era un lugar nuevo para ella, y no quería cometer algún error con la primera impresión que tuviera el pequeñín de ella, lo último que quería era asustarlo. Se relajó al notarlo exhalando un pequeño ronquido, y lo miró con ternura. Inspeccionó mejor al chico, no había tenido mucha oportunidad la anterior ocasión: era un niño muy lindo, pequeño, su cabello perfectamente peinado a un lado sin ningún cabello fuera de lugar, su ropa bien planchada y de color azul oscuro, su cara era angelical en todas sus formas pero la expresión en ella no le ayudaba demasiado. Era tristeza, Elsa lo podía sentir, notando al mismo tiempo los copos de nieve ajenos a ella que caían lenta y dolorosamente.

No le gustó, su deseo ahora era que el niño ya no estuviera en tanta penumbra, así que se acercó a él. Estuvo a punto de intentar cargarlo en sus brazos, pero se preguntó si podría hacerlo siquiera, ya que sólo podía tocar a aquellos que la veían —según tenía entendido—. Recordó la mirada que conectaron cuando el niño consiguió sus poderes, esperaba que fuera realidad y no sólo una ilusión suya. Acercó con nerviosismo las manos y... sintió sus suaves mejillas. ¡Era verdad, él la veía! ¡Él creeía en ella! Se emocionó en exceso, pero guardó su reacción para su interior, no deseaba arrebatarle al niño su descanso.

Con cosquillas en los brazos por la nueva sensación, cargó a Jack, y lo trasladó hasta la calidez de su cama. Deshizo las sábanas y lo metió entre estas, buscándole comodidad. Una vez bien arropado, la chica se sintió bien por la sonrisa que el príncipe emitió de la nada. Se quedó unos segundos contemplándolo, pero creía que ya era momento de abandonar el lugar, regresaría después, esperando verlo despierto. Caminó hasta la ventana, pero al momento de casi salir, oyó su delgada voz:

—N-no... —dijo el príncipe, Elsa lo miró, tenía los ojos entrecerrados, aún somnoliento— No me d-dejes, te lo pido. No como todos los demás.

—No, no lo haré —Elsa corrió a su lado—. Tranquilo, pequeñín, estoy aquí.

Jack se encontraba en el centro de su enorme cama digna de una persona de la realeza, al ver a Elsa acercándose, él se deslizó hasta la orilla, para sentirla cerca.

Al contrario ~ JELSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora