5. Bambi

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Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Aᴠɪᴄɪɪ ﹣ Wᴀᴋᴇ ᴍᴇ ᴜᴘ


Leo me había mentido. Al mirar la hora en mi reloj de pulsera me niego a levantarme de la cama. Pensé que el domingo era día libre y podría dormir hasta que el calor me dejara.

— Venga, arriba —Leo tira de mí sábana y gruño— Hay que ir a misa.

— Tienes que estar de broma —jadea Bárbara.

— Soy agnóstica, no me jodas, Leo —pongo la almohada sobre mi cabeza.

— No es excusa para la abuela, os queda una hora para estar listas.

Levanto la cabeza cuando él se va y miro a mi hermana, que ha vuelto a tapar su cabeza con la manta. No me emociona ir a la iglesia, pero supongo que es mejor que trabajar en la granja, así que, muy a pesar de la abuela de los gemelos, vuelvo a cerrar los ojos a pesar de que Bárbara me avisa un par de veces que tengo levantarme.

Levantarme temprano no es mi fuerte y lo he estado haciendo toda la semana, el domingo debería respetarse, no voy a aguantar mucho a este ritmo. Moriré la semana que viene seguramente.

Doy un grito al sentirme volar y caigo al suelo entre la sábana y con el colchón encima. Risas es lo único que escucho mientras me enfado porque no me hace gracia.

Empujo el delgado colchón fuera de mi cuerpo y me siento en el suelo viendo a Diego riéndose a carcajadas, al igual que Bárbara —que ya está arreglada—, Leo me mira desde la puerta de la granja de forma divertida.

— Muy gracioso, Diego —me levanto y pongo mis manos en mi cintura.

— Lo siento, Bambi, siempre he querido hacerlo y no he podido dejar escapar la oportunidad. Te quedan diez minutos para vestirte —golpea el reloj de su muñeca y sale de la cabaña seguido por Leo.

— Ha sido gracioso —dice Bárbara—. Tendrías que haberte visto la cara, es una pena que no lo haya grabado.

Suspiro pesadamente y me dirijo al armario para ver qué puedo ponerme para ir a la Iglesia. A regañadientes, estoy montándome en el coche al lado de Leo, que lleva un cigarrillo en su oreja deseando encendérselo.

— Me dijiste que hoy era día libre —le digo.

— Y lo es —enciende el mechero y lo apaga varias veces seguidas—. ¿No quieres ir a confesar tus pecados? ¿A pedir perdón por ellos?

— Yo no peco —me cruzo de brazos.

— Ninguno vamos a pecar este verano —ríe Diego, aunque más bien se lamenta desde el asiento del copiloto.

— ¿Ni de pensamiento? —Leo me vuelve a hablar y lo miro.

No contesto y echo mi cabeza hacia atrás para después cerrar los ojos. No traigo ropa adecuada para ir a la iglesia, o eso creía, porque todos vamos más o menos con el mismo tipo de ropa. Jeans y camiseta, salvo sus abuelos y sus tíos, que van más arreglados.

La iglesia es blanca y pequeña, muy pequeña. Miro a Bárbara porque no es como habíamos planeado nuestro domingo y bajamos del coche. Me siento en las últimas filas con los gemelos y mi hermana y Jack de une a mí lado.

Su pelo está peinado hacia arriba de manera desordenada y lleva una camisa blanca remangada hasta la altura de sus codos y unos pantalones vaqueros. Cuando llego a sus ojos, él sonríe porque me ha pillado haciéndole un escaneo completo. Miro hacia delante y juego con mis dedos esperando que esto termine.

Jack me da en mi pierna para que me levante y lo hago. Echo mi cabeza hacia atrás y miro hacia el techo haciendo una mueca con mis labios. Bárbara coge mi mano y tira de mí.

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