A la mañana siguiente, acompañada por Eudoro, entré en la tienda de mi padre, quien estaba sentado en su cama, bebiendo vino y comiendo algo de fruta.
- Mi Señor - habló Eudoro- Ya han iniciado la marcha.
- Nosotros nos quedamos - respondió él.
- Estamos listos.
- Cuando Agamenón se lo implore, Aquiles saldrá.
- Como ordenes - dijo Eudoro, para después lanzarme una mirada sutil y salir de la tienda, dejándome a solas con el.
Mi padre, furioso, lanzó su copa, estrellandola contra el suelo.
- ¿Lista para luchar? - preguntó- ¿Lista para matar? ¿Para quitar la vida?
- ¿Qué clase de pregunta es esa? - cuestioné- Para ello hemos venido.
- Aquellos a los que he matado, de noche se me aparecen - murmuró sin mirarme- En la otra orilla de la laguna Estigia, allí están - hizo una gran pausa y finalmente me miró- Me esperan a mí... Dicen, "Bienvenido, hermano".
Caminé hasta él y me arrodillé, haciendo que me mirara.
- Todos aquellos a los que has matado... Siempre ha sido por la misma razón - murmuré, poniéndome de nuevo en pie- O tú o ellos, matar o morir... Tan simple como eso.
- Los hombre somos un deshecho - soltó, haciéndo que soltase un suspiro- Te he enseñado a luchar, pero no por qué luchar.
- Lucho por tí - dije enfurecida, llevándome las manos a la cabeza.
- ¿Y que ocurrirá cuando me haya ido? - preguntó en un susurro, mientras se ponía en pie.
- Eso no ocurrirá - negué rápidamente.
- Tú no sabes eso...
- ¿Por qué haces esto? - solté enfadada, con mis ojos llorosos clavándose en él.
- ¡Los soldados luchan por Reyes a los que no conocen! - exclamó con ira- Hacen los que se les ordena, mueren cuando se les ordena morir.
- Un soldado obedece - dije con firmeza.
Él sonrió levemente y se acercó a mí, para limpiar las lágrimas que se escaparon de mis ojos.
- No quiero que desperdicies tú vida obedeciendo a un loco.
******
Aunque Aquiles nos había prohibido luchar, los Mirmidones, junto con Patroclo, nos encontrabamos en una de las colinas cercanas al campo de batalla, desde donde podíamos observarlo todo.
En cuanto escuché las enormes puerta de Troya abrirse, mi mirada se clavó en los dos jinetes que atravesaban al gran ejército troyano, reconociendo al instante al menor de los príncipes de Troya.
Fue en el momento en el que sus caballos se detuvieron, cuándo Agamenón, acompañado por los Reyes de Grecia, aparecieron en el campo de batalla, junto con los miles de soldados griegos.
Una vez que estuvieron a unos metros de distancia, ambos hermanos bajaron de sus caballos y avanzaron lentamente para llegar hasta ellos.
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ATENEA
FanfictionLos hombres viven obsesionados por la inmensidad de lo eterno, por eso nos preguntamos... ¿Tendrán eco nuestros actos con el devenir de los siglos? ¿Recordarán nuestro nombre los que no nos conocieron, cuando ya no estemos? ¿Se preguntarán quienes é...