No puedo hacer esto. parte 2

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La acertada frase de Eddy sobre su edad no me pasó por alto. Sólo había una razón por la que sentiría la necesidad de decirme su edad, y esa única razón era la razón más equivocada en la que podía pensar. Evité la piscina la noche del viernes, pero le había prometido que le ayudaría con su estéreo el sábado. Debatí el no ir, pero sabía que él sólo iría en mi búsqueda. Al final pareció más seguro ir a su casa y esperar que la presencia de su madre o su hermana detuvieran sus insinuaciones.

Su madre no estaba en el apartamento cuando llegué, pero su hermana Gemma me dejó pasar dentro. Me hizo un gesto displicente hacia la habitación antes de volver a su conversación de parloteo telefónico.

Eddy no estaba en su habitación, pero el equipo estéreo estaba apilado en un escritorio, y gemí cuando lo vi. Kilómetros de cable colgaba en un montón enredado desde detrás de cada pieza. Quien fuera que hubiera sido el dueño antes que Eddy evidentemente había hecho la cantidad mínima de trabajo necesario, descolgando sólo los suficientes cables como para que Eddy pudiese sacar los componentes de la vitrina.

Tendría que desenredar todo ese nido de ratas antes de que pudiese empezar siquiera a conectarlo.

—Menudo lío, ¿uh?— Oí a Edward detrás de mí.

—Es un desastre,— dije mientras me giraba para encararle. —¿Qué demonios estaban...?— Y cuales quiera que fueran las palabras que podría haber dicho después desaparecieron ante la vista de él.

Quitaba el aliento.

Era evidente que Eddy acababa de salir de la ducha. Le caían gotas de agua del pelo, moldeando los hombros fuertes y anchos. Llevaba sólo una toalla. Por encima de esta, su estómago era suave y plano. Por debajo de ella, sus piernas eran fuertes y bien torneadas.

—¿Si?— preguntó bromeando, interrumpiendo mis pensamientos más bien eróticos.

Aparté los ojos de sus piernas y los subí hasta su cara. Me estaba sonriendo con picardía, y le di la espalda tan rápidamente como pude.

Tranquilizate, William”, me reprendí mentalmente. “Sólo conecta el maldito estéreo y sal de aquí”. —¿En qué estaban pensando?— pregunté de manera temblorosa.

—Creo que tenían prisa por librarse de él y poner el nuevo en su lugar,— dijo.

Oí como se abría y cerraba un cajón tras de mí. Me arriesgué a echar una mirada por encima del hombro. Me estaba dando la espalda. Había dejado caer la toalla y se estaba inclinando para ponerse unos pantalones cortos. Aunque su espalda estaba bronceada con un tono marrón profundo y oscuro, su trasero era de un blanco pálido, las nalgas increíblemente redondeadas y musculadas. Aparté los ojos de nuevo, cerrándolos con fuerza y tratando de pensar en béisbol. O en el equipo estéreo. O...

—¿Está todo bien, William?— preguntó.

—Claro.— Pero todo no estaba bien. Había algo muy mal en mi voz.

Decididamente era demasiado aguda. Y demasiado temblorosa.

Un soldado más - L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora