I.

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Qué bonita era la lluvia, ¿verdad? Escuchar cada una de las gotas de agua chocar contra el cristal de alguna habitación perdida, el olor que dejaba a tierra mojada, y cómo la gente abandonaba las calles al saber que venía, mirando al cielo, observando alguna que otra nube más oscura que aquel gris apagado.

Javy disfrutaba de los pequeños detalles que le ofrecía la vida, y ese era uno. Por ese mismo motivo, se encontraba estático frente a la ventana de su cuarto, contemplando como el agua iba mojando el vidrio, y resbala por este mismo hasta que encontraba otro minúsculo riachuelo al que poder unirse.

Era una mañana lluviosa de febrero, del diecinueve de febrero, para ser más exactos. Terminó los exámenes del primer cuatrimestre hace relativamente poco, y ahora, aún teniendo trabajos por hacer, estaba más relajado. Con frecuencia, solía escuchar burlas de otros compañeros suyos:

  "En magisterio no hacéis nada, no sé si a eso se le puede llamar carrera".

Pues a él le encantaba su carrera. Era la persona más feliz del mundo haciéndola, ya que sabía que su vida serviría para educar a las futuras generaciones. No hizo el cálculo, pero solo de pensar que unas tres o cuatros generaciones de niños pasarían por él hacía que su estómago se revolviese /en el mejor de los sentidos/.

El gaditano llevó siempre una vida bastante tranquila. Recordaba con cariño su infancia, por supuesto. Jugaba en todos los parques de su pueblo, tanto al fútbol como al pilla-pilla. Desde el escondite, al pollito inglés. Sus padres le querían, su hermana también, pero sobretodo su abuela. No hubo golpe más duro que su pérdida. Siempre que la pensaba, aunque fuese por un segundo, sonreía melancólico. A veces echaba de menos sus consejos, sus historietas, e incluso los pellizcos que se llevaba en las mejillas, pero ante todas las cosas, echaba de menos el sentimiento de orgullo que mostraba ante él. Las abuelas deberían ser eternas, y aunque pocas veces hablara del tema con alguien que no fuese él mismo, su yaya le acompañaba en todas y cada unas de sus aventuras.

La más complicada fue sacarse el carnet del coche. Dios, lo recordaba como una experiencia trágica; aterradora. Y a decir verdad... Lo era. Jamás pasó tanta vergüenza en su vida como cuando se subió a la acera en un paso de peatones. Era lo único que esperaba que su abuela no hubiese visto.

Además, tenía una gran cantidad de amigos, sí. Bueno, llamémosles conocidos mejor que amigos. Pero la más importante de su vida era Anaju.

Qué niña más linda, por favor. Todo lo hacía bien, menos parecer hetero.

Para su suerte, no solo era su mejor amiga, sino que en cuanto entraron en la universidad, se convirtieron en compañeros de piso.

Ella, por desgracia, no estudiaba magisterio con él, sino que se decantó por periodismo. Era la tercera opción de Javy. En otro universo, a lo mejor, estaban estudiando juntos. Gracias a la joven de pelo ondulado se empezó a rodear de un grupo de personas que sencillamente eran espectaculares.

Ariadna, una joven que sin duda era especial. Era la más pequeña del grupo, pero tenía un carácter explosivo, digno de una artista. De vez en cuando tocaba en cafeterías y bares, donde por supuesto, tenía a sus amigos (él entre ellos) animándola. Ojalá pudierais escuchar su voz solo un segundo para imaginaros lo increíble que era.

Flavio, si alguien del grupo era especial, ese era el moreno. Un joven introvertido, pero que cuando cogía confianzas era genial estar a su lado. Encima, el tono grave de su voz provocaba escalofríos que iban desde los pies hasta la cabeza, pero no sabías si era de terror o de excitación.

Samantha, sin duda, la persona más graciosa de la faz de la tierra, aunque a veces, su desmesurada sinceridad le jugaba malas pasadas. Cuando Javy la conoció tenía un rollo extraño con Flavio, y se comió bastantes llantos de la rubia junto con Anaju, pero ahora no tenía mucha idea de que pasaba entre ellos.

Hugo, también conocido como "El pildorilla". Era capaz de ganar a un galgo corriendo, y si fuese poco, tener energía para ir al gimnasio, y volver haciendo volteretas laterales. Tenía un carácter muy extrovertido que encajaba a la perfección con cualquier persona. Nunca le confesó nada, pero por como actuaba, sospechaba que tenía algo con Anaju.

Y por último, pero no menos importante, Jesús. Definir a Jesús en pocas frases sería algo así como: "lo adoptamos así, no podemos hacer nada". Era un chico muy bueno, con un corazón increíble y que si se le veía con buenos ojos, sin duda, te enamoraría por su carácter, pero de primeras no caía muy bien. Su nombre se lo sabían en todas las facultades, y todos tenían una opinión distinta sobre él.

Seis amigos, muy diferentes entre ellos, con pensamientos, a veces parecidos, y otras veces no tanto, pero que sobretodo se querían por cómo eran.





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Sus clases de aquel día iban desde las diez de la mañana hasta las doce del medio día. Bueno, podría ser peor. El piso estaba vacío, ya que Anaju se iba una hora antes los jueves. Tostadas con aceite de oliva virgen extra y sal, un desayuno rápido y muy rico. Eso fue lo que se llevó a la boca el moreno, corriendo, porque, cómo no, iba tarde.

No acababa de tragar el pan cuando ya se estaba vistiendo y poniéndose los zapatos, cogiendo el paraguas junto a la mochila, para salir pitando de casa. Por suerte, la facultad le quedaba a veinte minutos andando, así que, si no paraba y se distraía con cualquier mosca que pasase, conseguiría llegar a tiempo. Ni tan siquiera miraba el móvil, estaba concentrado en caminar. No obstante, la curiosidad del chico hizo que mirase hacia su derecha.

En la acera de enfrente, un muchacho algo más bajito que él, con el pelo moreno y rizado, una barba que a decir verdad le favorecía, estaba caminando a su misma velocidad. Se quedó tan absorto en él que no vio como la farola que tenía a escasos metros se iba acercando con cada paso que daba, hasta que, se la comió. Cierra los ojos, y su cara adopta un tono rojizo por la vergüenza que acababa de pasar. ¿En serio?¿En serio le acababa de pasar eso a él? Pues sí. Y no solo eso. Conforme vuelve a mirar hacia su diestra, el misterioso joven se estaba riendo casi a carcajadas. No sabía como reaccionar, así que, sonrió abochornado, acariciando su propia frente, lugar donde el golpe había recibido el mayor impacto.

En cuanto volvió a caminar, las miradas seguían fijas, solo que ahora, también aparecieron dos curvaturas en los rostros de los chicos. Javy, intentado centrarse, luchaba porque sus ojos no se fueran de nuevo hacia el joven. Pero era imposible. Inconscientemente, se muerde el labio inferior, buscando la manera de tranquilizarse. Sin embargo, no todo dura para siempre. Sabe que debe marcharse por otra calle para llegar hasta su facultad, que se encontraba a unos setecientos metros de distancia.

Con una despedida visual, el gaditano le da la espalda, imaginando que la tensión vivida sería solo por su parte, una ilusión que ninguna persona vería lógica. Alza la cabeza, para mirar recto y seguir caminando.

— ¡Eh!

Se para en seco, girando poco a poco su cuerpo hasta que lo gira ciento ochenta grados, viendo al desconocido parado en la calle por donde ambos habían venido.

— ¡Rafa, me llamo Rafa!

No le deja tiempo para contestar. Quiso gritarle su nombre, pero entonces, se echó nuevamente a caminar, y Javy se quedó allí parado, con la sonrisa más bobalicona que le había salido jamás en el rostro.

"Bonito nombre", pensó para sí mismo. Pero entonces, miró su muñeca, y vio que eran las diez en punto.

Mierda, llegaría tarde a clase.

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2020 ⏰

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iceberg; o como robar besos bajo la lluvia | javy + rafa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora