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La vida de un mafioso no era exactamente color de rosa, aunque tampoco es que fuera color de hormiga. Podía llegar a ser muy entretenida si tenías gusto por ello, o muy aburrida.

Para Dazai Osamu, el simple hecho de respirar le parecía una pérdida de tiempo.

Era muy habilidoso. Aprendía rápido, era certero y un excelente planificador. Calculador, manipulador, inteligente y, si quería, aterrador. O al menos eso fue lo que vio Ougai Mori en el niño de ocho años que sacó de las calles. Lo acogió, le dio un lugar al que llamar hogar y a su vez, le dio un cuchillo y le enseñó a matar.

Ougai nunca fue un padre para él. Y Osamu nunca sería un hijo para el actual jefe de la mafia portuaria. Esas formalidades eran para los tontos.

El futuro sucesor del líder no necesitaba una familia que lo volviera débil. Eso le enseñó Mori.

Pero Dazai solo era un niño. Uno que necesitaba equivocarse, hacer travesuras, unas palabras de aliento cuando las cosas le salieran mal; un niño que necesitaba amor.

Esa calidez que nunca tuvo le hacía sentir un vacío inmenso en el pecho.

Cuando tenía quince años empezó a ir a todos lados con el Boss. En ese tiempo fue cuando dijo que su plan estaba mal trazado y Ougai lo puso a prueba llevándole la contraria. Y fracasó. El plan de Dazai era mucho mejor y más seguro, así que fue la segunda opción, pero el daño ya estaba hecho.

Osamu había masacrado a tres hombres del doble de su masa corporal con una navaja que apenas era más larga que sus manos. También había sido herido en la pelea; los tres estaban armados con cuchillas.

Poco después sería apodado el demonio prodigio de la Port Mafia.

Pero, mientras sus heridas sangraban en sus costillas y espalda, Dazai sentía una calidez increíble envolverlo bajo todo ese dolor. Su mente divagó en la idea de que, quizás, la muerte debía ser mucho más acogedora.

A la semana, cuando sus heridas mejoraron y se pudo poner de pie, Osamu tuvo su primer intento de suicidio fallido.

...

—   Bien hecho muchachos, el Boss nos ha dado esto para que vayamos a celebrar. — uno de los cinco ejecutivos de Morí repartía fajos de billetes a cada uno para gastar a gusto. — El resto es tuyo, Dazai. Lo logramos gracias a tu idea.

El comandante del grupo llamado Lagarto Negro, Hirotsu, palmeó su hombro dándole una sonrisa. Era un hombre de mediana edad, canoso, se le notaba lo entrado en años pero era letal en su trabajo. Sin embargo, Dazai se llevaba con creces el respeto del mayor.

El demonio prodigio le devolvió la sonrisa.

—   Sabes que no lo necesito, pero lo aceptaré esta vez. Yo invito los tragos.

El grupo se alegró. Los dos ejecutivos y una cuarta parte del Lagarto Negro se dirigieron a un club nudista de alto prestigio en la ciudad. La idea había sido de Kajii, y por alguna razón que ni Dazai se atrevía a hilar en su cabeza, todos los demás estuvieron de acuerdo.

A él le hubiera gustado más volver a su departamento y probar un nuevo método de suicidio sin dolor, de esos que había encontrado en su libro favorito.

Al entrar el lugar le pareció de lo más común en comparación a los lugares que había frecuentado con Mori para cerrar algunos tratos o cuando los chicos intentaban bajarle el estrés con unas copas. Mujeres por donde viese, música alta y perfectamente ambientada para la especialidad de dicho club y por supuesto, alcohol de calidad. En eso no podía quejarse.

𝐋𝐚 𝐀𝐥𝐞𝐠𝐫𝐞 𝐕𝐢𝐝𝐚 𝐃𝐞 𝐔𝐧 𝐒𝐭𝐫𝐢𝐩𝐩𝐞𝐫. «𝙎𝙤𝙪𝙠𝙤𝙠𝙪»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora